Foto: Xinhua

En una era de realidades geopolíticas en rápida evolución, el maniobrar de las naciones es comparable a jugadores en un vasto tablero de ajedrez, respondiendo a las dinámicas de poder, influencia y supervivencia. Así vemos que, enfrentando un menguante apoyo nacional y aislamiento internacional, Nicolás Maduro se ha encontrado en la encrucijada de este juego global. ¿Su respuesta? Un giro hacia el Este, alineándose estrechamente con el líder supremo de China, Xi Jinping.

La reciente visita de Maduro a la nación asiática no solo anunció un fortalecimiento de lazos sino también una elevación de su relación bilateral a una asociación estratégica “a toda prueba y todo tiempo”, pero ¿qué significa realmente esta nueva relación para Venezuela?

Desde la perspectiva de China es una victoria en múltiples frentes. Significa un socio confiable en el escenario global, así como un contrapeso contra el vínculo de Estados Unidos y la Unión Europea en América Latina. Pero, más críticamente, ofrece a China un peón esencial [Maduro] en su juego estratégico para desafiar el dominio de Estados Unidos.

Para Maduro, la alianza es una salvación. Cuando sus lazos con Rusia se encuentran en un nivel bajo tras la salida de Rosneft del sector petrolero venezolano por las sanciones secundarias estadounidenses, China surge como su redentor. Pero esta salvación tiene un costo. Las inversiones chinas que ahora serán realizadas en renminbi demuestran un cambio gradual del financiamiento de los préstamos anteriores, alejando a Venezuela del dominio del dólar estadounidense y atrayéndola aún más a la red de países que usan la divisa china.

Además, mientras los beneficios tangibles de las inversiones y la cooperación económica controladas por las corporaciones chinas son evidentes, hay un tema subyacente que no puede ser ignorado: la creciente dependencia de Venezuela del gigante asiático. Esta dependencia tiene implicaciones no solo para la soberanía de Venezuela, sino también para su futuro político y económico. En ese momento, Venezuela estará al borde de convertirse, en más de un sentido, en un Estado cliente del Partido Comunista de China.

La administración de Biden está recalibrando las sanciones impuestas por Trump. Con un énfasis en elecciones justas y una potencial relajación de las sanciones, la puerta al diálogo bilateral está entreabierta. Sin embargo, queda por ver si esto será suficiente para contrarrestar la influencia de China.

El giro de Maduro hacia la nación oriental, aunque pragmático a corto plazo, pone en riesgo la autonomía de Venezuela. Mientras celebra el amanecer de un nuevo orden mundial junto a China, los valores que han sustentado las democracias occidentales durante siglos, desde los derechos individuales hasta los mercados libres, están siendo minados sutilmente.

Y si teníamos dudas de qué significaría esta nueva relación «a toda prueba y todo tiempo», solo basta poner atención a lo dicho ayer por el representante de China en la sesión del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, en la que no solo pidió el cese de las sanciones, sino que también pareciera que ignoró el informe de la Misión de Determinación de los Hechos: «Valoramos positivamente los esfuerzos y los logros del gobierno venezolano en la protección y promoción de los derechos humanos».

No podemos perder de vista que mientras Maduro se abraza a Xi, esperando apoyo y sustento para su reelección, el pueblo venezolano se encuentra en el epicentro de un gran juego geopolítico. Solo podemos esperar que sus aspiraciones de libertad, cambio y progreso no se conviertan en meras bajas en este delicado baile de poder y ambición.