En la turbulenta escena política de Venezuela, el régimen de Nicolás Maduro, en su obsesiva lucha por mantener el poder, ha empleado la represión como herramienta primordial. ¿Por qué? Porque, en su percepción, las consecuencias de esta represión parecen más lejanas que las que enfrentarían si reintegrasen garantías y derechos a todos los ciudadanos. En otras palabras, la represión, por más atroz que parezca, es vista como una estrategia de supervivencia.

Sin embargo, esta realidad no es ignorada por la comunidad internacional. Existen informes que detallan el alcance y la gravedad de las acciones del régimen de Maduro. A pesar de ello, se encuentran individuos y entidades, desde “políticos” hasta “empresarios”, que solicitan levantar las sanciones a este régimen. Su posición puede nacer del miedo, de la falta de empatía o de intereses ocultos, pero, sea cual sea el motivo, la conclusión es inquietante.

Agravando aún más este panorama, diversos gobiernos «democráticos» en la región ofrecen su apoyo al régimen madurista. Al hacerlo, no solo demuestran hipocresía con respecto a sus propias historias democráticas, sino que se convierten en cómplices amorales de lo que sucede en Venezuela. Es lamentable ver a líderes como el presidente de Chile, Gabriel Boric, quien ha mantenido una posición crítica contra la naturaleza del régimen de Maduro, cambiando de postura.

No se puede ignorar la realidad. Quienes intentan «normalizar» la tiranía en Venezuela quizá no estén familiarizados con los informes de la Misión Internacional Independiente de Determinación de los Hechos de las Naciones Unidas sobre la República Bolivariana de Venezuela, de los que también hablamos en los últimos editoriales. Pero esta ignorancia, si existe, no es una excusa válida. Venezuela no encontrará la senda del progreso mientras Maduro y su secuaces continúen aferrándose al poder, socavando los derechos humanos y el futuro del país.

La sombría verdad es que mientras este régimen prevalezca, los venezolanos seremos rehenes o víctimas. Afuera o dentro del país, porque quienes huyen nunca dejan de serlo por todas las consecuencias que implica abandonar su patria.

Afortunadamente, hay entidades como las Naciones Unidas que trabajan incansablemente para revelar las realidades que muchos desean ocultar. Pero, a quienes señalan a las sanciones como el origen de los problemas que la misión de la ONU describe, es imperativo decirles: basta de complicidades y de responsabilizar a agentes externos. Es momento de reconocer las verdaderas raíces del desastre venezolano.