Comunidad mapuche se hace sostenible en Chile con el sol como aliado
LICANRAY, Chile – Una camioneta está estacionada afuera de la sede de la comunidad mapuche José Luis Caniulef, en el sur de Chile. El vehículo pertenece a la Sociedad Austral de Electricidad Sociedad Anónima (Saesa).
Dos operarios vestidos de overol azul instalan una caja en la pared. No corresponde al tradicional aparato que registra la corriente utilizada en el recinto, sino que a un medidor bidireccional, que mide las inyecciones de energía a la red de distribución.
“Ahora estamos produciendo energía para el país”, bromea Alexis Catalán, presidente de la comunidad.
Pero antes de instalar un sistema de energía renovable fotovoltaica con paneles solares y de la construcción de la sede de la comunidad, estaba el terreno: un título de merced de 537 hectáreas, perteneciente a la comunidad Afunalhue. El territorio se subdividió, surgió la comunidad José Luis Caniulef y sus integrantes ya veían el espacio que sería el futuro punto de encuentro para reuniones.
“Se usaba como bodega. Ahí se guardaba la compra del abono”, recuerda Antonio Caniulef Curimil, secretario de la comunidad. “Este es el centro, aquí pasan todas las cosas”, afirma Catalán sobre el recinto donde realizan las juntas dos veces al mes, y también opera el club de adultos mayores.
Al lado, otra casa de una planta funciona como sede para reuniones de mujeres emprendedoras, tejedoras y atrás, además de la ruka –vivienda tradicional mapuche– , están los puestos de la feria costumbrista que abre durante la temporada de verano, una de las principales fuentes de ingresos para los vecinos del sector.
La zona, también conocida como Araucanía Lacustre, se ha posicionado como uno de los principales focos turísticos en Chile. Según el Índice de Servicios al Turismo de 2021 (ISET) elaborado por el Instituto Nacional de Estadística (INE), el territorio presentó un aumento en su actividad con una variación interanual de 132,1 %.
Los vecinos de la comunidad saben de la bondad de la zona y de la alta demanda de visitantes, pero también conocen los gastos que conlleva el comercio. Uno de ellos es la cuenta de la luz cuando abren la feria costumbrista durante el verano.
“Se abultaba el consumo. Entonces la comunidad pagaba desde la caja, y algunos socios decían: ‘Oye, ¿por qué tenemos que pagar si nosotros no tenemos puesto de feria?’”, cuenta Jessica Caniulef, tesorera.
Y para los vecinos de la comunidad, la electricidad también incide cuando diseñan el calendario anual. “Tenemos actividades durante todo el año, entonces cuando vienen los adultos mayores, cuando viene el Programa de Desarrollo Territorial Indígena (PDTI), están ocupando el espacio. Eso genera gastos y nosotros nos movemos principalmente por aportes que son de los socios a través de cuotas”, agrega Catalán.
Verano naranja
Las conversaciones partieron hace dos años, después de la pandemia. El tema: regenerar el territorio, la familia, la economía y la cultura. “Ahí surgió la idea de tener paneles solares porque eso nos permite cierta autonomía”, afirma Catalán.
Para la instalación postularon a un fondo del Servicio de Cooperación Técnica (Sercotec), que depende del Ministerio de Economía, Fomento y Turismo.
Y vino la disyuntiva: elegir el modelo off grid, donde la energía generada no necesita estar conectada a una red debido a que se guarda en baterías. O el on grid, que permite estar conectado a una red de distribución donde los usuarios pueden generar y consumir la energía.
Si hay excedentes de lo utilizado, es compensado con un pago por cada kilovatio por hora (kWh) registrado en el medidor de acuerdo a la Ley de Facturación Neta (Net Billing) promulgada en 2012.
“Tener baterías era contar con un espacio físico que no tenemos. Duran cierta cantidad de años, entiendo que son veinte, y son súper caras, puedes gastar 40 % más del proyecto en, justamente, hacer un formato con baterías”, afirma Catalán.
Agrega otro motivo de por qué eligieron el sistema ongrid: “Uno podría preguntarse si es tan sustentable al final. Y eso ya es una conversación más posterior de dónde vienen los paneles solares o el litio que se ocupa para quienes ocupan baterías. Entonces lo que es sustentable para nosotros, para las comunidades del norte no lo es y les trae otras problemáticas”.
En noviembre de 2022 pagaron la última cuenta de luz. La cuenta que rondaba los $150 mil pesos chilenos en verano, bajó a cero, gracias al sistema de paneles solares que tienen en el techo de la sede, donde producen cinco kilowatt por hora (kwh) al mes.
La comunidad consume menos que eso y Catalán afirma que ahora, con la instalación del medidor, esperan que llegue el pago de Saesa por la inyección de energía: “Cuando se hacen las muestras culturales son de una semana. Este año fue de un mes. El agua depende de tener una bomba, los baños, la electricidad de los artefactos que sirven para cocinar, entonces es un gasto relevante y corría por cuenta de quienes están emprendiendo”.
El presidente de la comunidad agrega: “Estamos en un lugar que no es tan cercano a la carretera, no es tan fácil el acceso. Hay que invertir en publicidad, insumos, gastos de uso, hay que pagar patente. Todo eso va a los bolsillos de las familias. Esto es un apoyo directo que reduce uno de los gastos que es de los más fuertes, que tiene que ver con la electricidad. Y también es una apuesta al decir que tenemos una propuesta ecológica, que es finalmente lo que nos importa”.
Doris Sáez Hueichapán es profesora del departamento de Ingeniería Eléctrica de la Universidad de Chile y directora del Programa de Pueblos Indígenas de la Universidad de Chile.
La académica trabajó en proyectos de energías renovables con comunidades mapuche en la región de La Araucanía y sostiene que hay un interés que crece en este tipo de proyectos sostenibles.
“Es interesante el tema de la autonomía, por un lado. Por otro lado, independizarse del tema eléctrico y pagar las cuentas. Pero también quieren tener mayor desarrollo productivo en su agricultura, un consumo importante son las bombas de agua, entonces en ese sentido la energía solar es bien interesante para ellos”, afirma.
Sobre el sistema fotovoltaico Sáez sostiene que es el predilecto, aunque también utilizan la energía térmica para calentar el hogar.
“Hay una energía hidráulica, que es cuestionada muchas veces por las comunidades. También la cultura puede evolucionar en base a las necesidades, pero hay un tema sagrado con el agua, por eso no han aprobado proyectos hidráulicos, porque inundan sectores que son sagrados y tienen un sentido espiritual”, añade la experta.
Prender la ampolleta
Unos doce millones de pesos costó instalar el sistema de paneles solares en la comunidad José Luis Caniulef. Pero extender el sistema a las casas no es una opción, por ahora.
“El panel solar es muy inviable para familias que son de escasos recursos. Estamos hablando de ruralidad, envejecimiento, personas que se autosustentan, con economías agrícolas o ganaderas. Pero en un espacio comunitario, que se ocupa constantemente, tiene sentido”, confiesa Catalán.
De hecho, según la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (Casen), en 2022 La Araucanía fue la segunda región de Chile que tuvo la tasa más alta de pobreza con 11,6 %.
La energía solar eximió el gasto de la luz, pero no pudo soportar la alta demanda de hornos eléctricos, microondas y hervidores que funcionaron durante la feria. Ante la sobrecarga, vinieron los cortes. “
Seguimos teniendo un techo, porque el sistema entrega tantos voltios. Por la potencia que ocupa se cae el medidor, entonces es una cosa de que el sistema no está hecho y por eso comentábamos ver un sistema trifásico. Ahí puedes tener infinitas conexiones de alto amperaje y no hay problema. Pero eso requiere una inversión que es otra escala. Estamos hablando de industria”, añade el presidente de la comunidad.
Sáez también detalla los pormenores monetarios de elegir un sistema on grid. “Vendes a menor costo, igual eso tienen una implicancia porque vendes a lo mismo que lo que compraste. Y también es un poco más largo el trámite que hay que hacer para lograrlo. No cualquier generador puede inyectar energía a la red, tiene que tener ciertas características de calidad”, detalla.
Catalán sostiene que el capital humano también incide cuando hay que innovar. “Requiere un trabajo fuerte y súper técnico, levantar un proyecto así implica conocer las formas de postular, responder a ciertas preguntas que muchas veces tampoco son capacidades instaladas en las dirigencias sociales, las dirigencias sociales están en crisis. Mucha gente está en puestos y no tiene quien se haga cargo después de ellos”, afirma.
Saéz concuerda en que hace falta capacitación: “Diseñar con ellos dónde instalar los paneles, qué tipo de consumo es importante, para que logren el empoderamiento del sistema y después van a hacer las mantenciones. Ese es el gran problema de los proyectos, que no han sido participativos de las comunidades”.
La comunidad ya definió que harán cuando llegue el dinero por los excedentes de energía.
“Tenemos adultas mayores que están solas, o cuando hay fallecimientos y nacimientos poder ir con un aporte directo a las familias y es algo que también nos interesa”, dice Catalán y agrega que el tema económico no es lo único que motiva a los vecinos.
“Hicimos un documental del territorio que se estuvo pasando. Estamos haciendo un trabajo de regeneración un poco más completo. Estamos trabajando con escuelas, queremos ‘intencionar’ un plan de regeneración del bosque y en ese gran contexto una patita es lo que estamos haciendo con los paneles solares, y la bajada económica que tiene”, añade.
Un mapa con dibujos de pumas, guiñas, el lago Calafquen y flores silvestres cuelga en una de las paredes de la sede. A unos metros está el aire acondicionado, sistema que reemplazó a la calefacción a leña que utilizaban antes y donde tampoco tendrán que asumir costos monetarios.
De acuerdo a un estudio del Instituto Forestal en 2020, en la Región de la Araucanía hubo un consumo promedio de 9,2 metros cuadrados por vivienda, donde el precio del saco según el Servicio Nacional del Consumidor (Sernac) estaba a 4000 pesos (4,8 dólares).
Antonio Caniulef recuerda que antes las organizaciones que utilizaban el espacio tenían que aportar con troncos. “La situación ya no es como antes. Antes se vivió de la madera. Hoy eso ya no se hace. Hay otras formas de vida para la gente. Entonces hay que ir a la par con el progreso”, sentencia.
Este artículo se elaboró con el apoyo de Climate Tracker América Latina y Open Society Foundation (OSF).
RV: EG
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