De las Malvinas a la Guyana Esequiva, por Alejandro Oropeza G.
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Una sociedad no se constituye por un acuerdo de las voluntades.
Al revés: todo acuerdo de voluntades presupone la existencia de
una sociedad, de gentes que conviven, y el acuerdo no puede
consistir sino en precisar una u otra forma de esa convivencia,
de esa sociedad preexistente.
José Ortega y Gasset: La rebelión de las masas, 1930.
El nacionalismo o, mejor dicho, la manipulación de la emoción política del nacionalismo, es una herramienta de uso común por los más grandes autócratas de la historia humana. Ella, la emoción, conlleva la identificación de enemigos internos, a los que endosar fracasos, ineficiencias y corruptelas, para ocultar y justificar las propias; también, de enemigos externos, culpables de la imposibilidad de atender las demandas de la sociedad o bien, responsables de no poder el gran salto al futuro, alcanzar edades doras o bien, el liderazgo de la humanidad.
La patria, uno de cuyos aspectos: el sagrado suelo, bien puede ser objeto o sujeto, de la violación de la honra y de la reacción indispensable para lavar la afrenta y recuperar la dignidad ofendida. Así, se moviliza a las fibras vivas de la nación, entendidas como sentimiento común que acrisola voluntades en contra del atrevido violador de los contenidos de la historia; se alerta a las fuerzas armadas para que se apresten para lo que sea posible, inevitable.
En este ambiente, pasan a un segundo lugar, quizás a un tercero o cuarto (ese es el fin), las necesidades, las demandas que integran, la mayoría de las veces, una abultada agenda social insatisfecha ¡Primero la Patria! De donde, el espacio público debe ser el nicho para la reunión, concentración y validación de una voluntad nacional unida, que solo piense y se active en función de la defensa y protección del futuro, la tradición y la historia, definidos, eso sí, por el régimen.
Lo dicho, y la convocatoria por parte de la revolución, de un referéndum para consultar a los venezolanos sobre un aspecto que se encuentra claramente definido en la Carta Magna, referente a las responsabilidades devenidas de la defensa de la soberanía nacional.
En este caso, del dilatado reclamo por la Guyana Esequiva; trae a la memoria, el conflicto bélico que la junta militar de Argentina desató en el Atlántico Sur, con la ocupación o bien, recuperación del dominio sobre las islas Malvinas. El general Leopoldo Galtieri, rimbombante, declaraba que las hostilidades suponían la reafirmación y rescate de la honra nacional, la reivindicación de la patria mancillada y humillada por el imperio británico.
A partir de ese 2 de abril de 1982, la locura; los renacidos Aquiles fueron aclamados por la sociedad continental que, los reconocía como los adalides de la dignidad de América Latina. La sociedad argentina o, una parte de ella, se rindió al pie de los balcones rosados, aupando un liderato de gorras brillantes y armas invencibles; se olvidaron, por momentos, los desaparecidos, las torturas y los perseguidos; pasaron a un segundo lugar, la ineficiencia y la corrupción. Todo por la patria, todo por la dignidad y el orgullo nacional, todo… hasta la vida por la historia.
Diez semanas después, la rendición del ejército argentino, el fin de la euforia, la cruda realidad de una acción temeraria e inútil que costó la vida de 649 militares argentinos; y, 255 ingleses. No se trata de desconocer los válidos alegatos históricos del sin sentido de la posesión del Reino Unido de las Malvinas; no, se trata de verificar el sin sentido de utilizar la herramienta del nacionalismo para hacerse de apoyos emocionales, definitivamente temporales, y del acompañamiento de la sociedad, en una quimera.
Algo similar, salvando las distancias, fue el caso del III Reich y su, dale que es tarde, del espacio vital, y la identificación de un enemigo interno: los judíos; y, otros externos: las democracias europeas y el bolchevismo, para iniciar la locura de la Segunda Guerra Mundial, que culmina, como todos sabemos, con la rendición incondicional del Reich, en mayo de 1945 y la friolera de sesenta millones de muertos.
Este renacer de la pretensión del régimen sobre el territorio, del extenso territorio de la Guyana Esequiva, llega en un momento en el cual el proyecto político de la revolución, modelado en motores (de variadas cilindradas), grandes misiones, lanzamientos, desarrollos astronómicos, infinitos ahora sí, envío de venezolanos a la luna, etc.; no es que hace aguas, sino que ya no es reconocido ni acompañado por la gran mayoría de venezolanos que creen, apuestan y aspiran a la construcción de una idea de nación, una concepción de futuro común, en la cual el Estado se ocupe de las grandes carencias y necesidades de la población, de la abultadísima agenda social insatisfecha, que cese la desmesurada y descarada corrupción (en la cual un solo ser humano se baila más de 20 mil millones de dólares y desaparece tan campante).
Esa apuesta pasa por el reinicio del proceso democrático nacional y la recuperación del Estado de Derecho. Es el renacer de un reclamo, sobre el que la propia diplomacia revolucionaria ha hecho irresponsables concesiones y declaraciones inconcebibles, que han merecido la repulsa y crítica de los expertos en el tema; recordemos las advertencias efectuadas en su momento por Pompeyo Márquez.
Entonces, desde este inoperante régimen, se concibe a Venezuela como una gran fiesta, territorio sede de una rumba maravillosa e irresponsable que se inicia el 1 de noviembre, día en que se «declara» el inicio de la navidad, urbit et orbi. A la par, se convoca a las «masas» a pronunciarse, a través de un referéndum incomprensible, sobre la ineptitud de la gestión del Estado en el avance de estrategias para avanzar en una negociación seria y sustentada sobre el territorio en reclamación de Guyana.
Más allá, mucho más allá, quedan las necesidades, la inoperancia de los servicios de salud, la corrupción, el desmantelamiento de los parques temáticos de Tocorón y Tocuyito, la ubicación de aquel que se bailó los veinte mil millones de dólares (así como otros que van por ahí); no podemos olvidar la interrupción constante del servicio eléctrico, la carencia de agua y el colapso del transporte público, la escasez de gasolina, la inflación, la caída del PIB, que según, en medio de la rumba decembrina adelantada, se recuperará 500 puntos en dos meses; y los ocho millones seis cientos mil venezolanos regados por el mundo.
De la irresponsabilidad del generalato argentino, llegamos a la irresponsabilidad del procerato revolucionario, como bien pensaba el maestro Ortega y Gasset: Necesitamos de la historia íntegra para ver si logramos escapar de ella, no recaer en ella.
El evento de las primarias, realizado el pasado 22 de octubre, es un campanazo que resuena y rebota, dentro del cráneo de quienes ahora toman la desprestigiada bandera de su propia gestión diplomática entreguista y, acomodaticia a los intereses de la «isla potencia». Eso ¿explica?, quizás, la esotérica sentencia de la gente del TSJ, anulando lo que no se puede anular, la manifestación de la voluntad «ínfima» (Jorge Rodríguez dixit) de dos millones y tantos de venezolanos. Y, cabe preguntarse: ¿Se puede anular con una sentencia, la esperanza?
Para finalizar, cabe preguntarse: ¿Qué actitud tomarían los habitantes del territorio Esequivo cuando lleguen los eficientes funcionarios del régimen venezolano, a darles la buena noticia de que, a partir de ese momento (una vez cedulados), disfrutarán de los maravillosos servicios públicos, serán beneficiados con la vigencia de un Estado de Derecho que respeta sus derechos ciudadanos; y que, un sin fin de maravillosos próceres de la revolución estarán prestos a trabajar para garantizar su bienestar y calidad de vida?
Alejandro Oropeza G. es Doctor Académico del Center for Democracy and Citizenship Studies – CEDES. Miami-USA. CEO del Observatorio de la Diáspora Venezolana – ODV. Madrid-España/Miami-USA.
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