Dar en el (hidrógeno) blanco
Leer periódicos, así sea por internet, a veces nos da estupendas sorpresas. Hace unos días hallé una novedad muy sorprendente en el New York Times, que por razones no del todo comprensibles resultaba poco conocida hasta la semana pasada.
Desde hace más de una década, un pequeño pozo de hidrógeno puro está siendo explotado al oeste de Mali, pero tuvieron que llegar los profesores e investigadores franceses Jacques Pironon, Phillipe de Donato y su equipo, quienes, al buscar metano en una mina en la región de Lorena en Francia, a media milla de profundidad, hicieron un hallazgo que los dejó patidifusos. Estiman que el pozo de hidrógeno descubierto contiene entre 46 y 260 millones de toneladas del gas, del cual una fracción, según el USGS (US Geological Survey), podría alcanzar para cientos de años de consumo. El presidente Emmanuel Macron, un tipo muy alerta, en seguida predijo que Francia se volverá una potencia en el uso y explotación del hidrógeno blanco. No está del todo claro qué países tienen buenas reservas de este gas. Una forma rápida de estimar las existencias consiste en reabrir el acceso a los miles de pozos que en el pasado resultaron secos para petróleo o gas natural. Muchos de ellos despiden hoy hidrógeno.
Salvo el hidrógeno verde, de costosa producción por vía de energía solar y electrólisis (menos del 1 % de la producción mundial), las otras formas de producirlo en la actualidad no son verdes. Por lo mismo, el hidrógeno del subsuelo podría con facilidad volverse dominante en esta industria. El gas se encuentra a considerable profundidad donde se mezcle agua con minerales ferrosos y otros que forman algunas rocas. Una analogía económica del potencial sería la del gas natural. Un pozo de hidrógeno de buena pureza sería igualmente explotable, mutatis mutandis.
Mientras más rápido se implemente el uso masivo del hidrógeno para mover aviones, camiones y hasta carros, para las estufas y calentadores caseros, para encender grandes termoeléctricas, menos gases de efecto invernadero llegarán a la atmósfera planetaria, pues queda claro que en estos procesos lo que se genera es vapor de agua. Algo así implicaría lo que antaño se llamaba una revolución, con cambios dramáticos en el estatus de los países. Empezarían su descenso Arabia Saudita, los países petroleros del Golfo Pérsico, Irán, Rusia, Nigeria, Venezuela, mientras treparían los que de forma más rápida y eficaz implementen el uso masivo del hidrógeno blanco, diga usted, Francia.
Se requiere legislación para la búsqueda y la explotación de hidrógeno. Obviamente se generarían regalías, aunque parece incluso mejor no cobrarlas durante los primeros diez años para incentivar su búsqueda. El hidrógeno implicaría una obvia solución de continuidad para las grandes petroleras, las cuales, por obvia extensión del oficio, diga usted la colombiana Ecopetrol, podrían liderar esta industria limpia y globalmente beneficiosa.
Por último, no se puede predecir la velocidad del desarrollo de la industria del hidrógeno, en particular del blanco, ni la escala final que adquirirá. Por ahí en cinco, tal vez en diez años, se sabrá mejor todo esto. De cualquier modo, es imposible que un mercado con un potencial tan gigantesco no muestre los dientes. En contraste con mi anterior columna, debo decir que, por una vez, las noticias permiten un claro optimismo.
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