martes, 30 de enero de 2024

 

El Times

30 de enero de 2024

Es martes y no hay tiempo que perder. Esta es la edición exprés de nuestro boletín.

Por Patricia Nieto

Por mucho tiempo se creyó que la lengua de los chaná, un pueblo milenario con presencia en diversas regiones de Argentina y Uruguay, estaba extinta.

No se trata de un fenómeno inusual. En 2016, al menos el 40 por ciento de las lenguas del mundo estaban en peligro de desaparecer, según la UNESCO. Y se calcula que uno de cada cinco pueblos indígenas en Latinoamérica y el Caribe han perdido su idioma en las últimas décadas, de acuerdo a la UNICEF y el Banco Mundial.

Pero el chaná, una lengua gutural que se habla casi sin mover los labios, no había llegado a su final. Quedaba un hablante: Blas Omar Jaime acababa de jubilarse a principios de los 2000 y buscaba con quién conversar en la lengua que su madre le había enseñado cuando era niño. En ese momento, Jaime, quien ahora tiene 89 años, se percató de algo inquietante: no había nadie más que la hablara.

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Así comenzó una misión: rescatar una parte vital de su cultura y evitar que una lengua muriera. En los últimos años, Jaime publicó un diccionario con más de 1000 palabras del chaná (como atamá, que significa río, o yogüin, fuego) y le enseñó todo lo que sabía a su hija, Evangelina.

“El idioma es lo que te da identidad”, le dijo Blas Omar Jaime a la periodista Natalie Alcoba, quien recientemente escribió un reportaje sobre su historia, que fue publicado con fotografías de Sebastián López Brach.

Para saber más sobre la labor de Jaime, contacté a Natalie y le pedí que nos contestara unas preguntas.

A man, left, wearing a tan shirt, and a woman in a colorful shirt hold their hands up in an Indigenous gesture.
Evangelina Jaime y su padre, Blas, levantan las manos para realizar un saludo tradicional chaná. Sebastián López Brach

Patricia: ¿Cómo llegaste a la historia de Blas Omar Jaime, los chaná y una lengua que se creía perdida?

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Natalie: Fue una historia que el fotoperiodista Sebastián López Brach puso en nuestro radar. Él es de Rosario, en la provincia de Santa Fe, y tiene una conexión muy fuerte con el río Paraná. Hacía tiempo que él venía siguiendo la historia de Blas, y la recuperación de la lengua y cultura chaná. Es una historia que desde hace algunos años se ha cubierto en Argentina, aunque yo no la conocía. Así que fue un hermoso descubrimiento para mí.

¿Qué se sabe de los chaná? ¿Por qué su lengua estaba a punto de desaparecer?

La presencia del pueblo chaná se remonta a hace unos 2000 años, según los arqueólogos, y vivían en las que hoy son las provincias argentinas de Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos, y en partes de Uruguay. Eran conocidos por ser unos artesanos hábiles, de vida nómada, vivían en casas comunales y su cotidianidad estaba muy vinculada al río. Tras la colonización, las comunidades indígenas, entre ellas los chaná, fueron empujadas a zonas más pequeñas y convertidas al cristianismo. Con el tiempo, los chaná se asimilaron a la cultura criolla, mientras el gobierno argentino impulsaba la migración masiva desde Europa y construía un mito sobre la identidad nacional que borraba lo indigena. Los prejuicios, la represión sistémica y la violencia que enfrentan los pueblos indígenas en toda Latinoamérica han contribuido a la erosión o desaparición de sus lenguas.

Fuiste a Paraná a entrevistar a Jaime y a reportear esta historia. Estando ahí, ¿descubriste algo inesperado?

Fue mi primera vez en la ciudad de Paraná. Siempre es un regalo cuando un reportaje te abre la puerta de un lugar nuevo. Parte de mi familia vive en Baradero, una ciudad en la provincia de Buenos Aires por donde pasa el río Paraná, pero este artículo me llevó más cerca de la inmensidad de ese flujo, y a entender la conexión que las personas del litoral tienen con la naturaleza que les rodea. Hice varios viajes a Paraná y a Rosario, donde participé en un taller de cerámica chaná, al lado del río. El taller lo dio Gabriel Cepeda, un artesano que estudió chaná con Blas y que también siente la vocación de transmitir sus conocimientos. Eso me impactó: ver el compromiso de mucha gente por aprender y preservar una cultura antigua. Y, por supuesto, conocer a Blas fue importante para escribir. Él ya está grande y camina con bastón, pero tiene una enorme fuerza y convicción.

A view of rivers and green grasslands.
Para los chaná, un pueblo nómada, la tierra y el agua se consideraban espacios sagrados. Sebastián López Brach

¿Aprendiste alguna expresión del chaná que resonara contigo?

La que más me quedo es adá oyendén, que quiere decir “mujer guardiana de la memoria”. Es una palabra casi musical en chaná. También Blas me dijo que suele poner nombres en chaná a gente que conoce y con la que genera un vínculo. Él cree que habrá puesto unos 1000 nombres. Le pregunté cómo es su proceso para elegir un nombre, y me contó que es algo que ve en la persona. A mí me puso dos nombres: Yilá, que quiere decir “sonrisa”, y ocal-á oblí, “ojos lindos”. El nombre que se puso a sí mismo me pareció muy significativo: agò acoé inó, “perro sin dueño”. Dice que describe la manera en la que ha vivido.

¿Por qué crees que es importante narrar una historia como esta, sobre los esfuerzos de recuperar una lengua con tan pocos hablantes?

Me atraen las “pequeñas historias”, lo específico, lo íntimo, lo cotidiano. La historia de Blas es pequeña, pero a la vez es enorme. Por un lado, tiene un aspecto que puede sonar impensable: ¿cómo puede ser que una lengua se mantuvo secreta tanto tiempo? Pero no solo eso, a través de Blas también conocemos a Ederlinda, su mamá, y la manera en la que un pueblo protegió sus conocimientos y los transmitió en secreto de generación en generación.

Me parece valioso registrar y hablar sobre lenguas como el chaná, porque se trata de mucho más que una forma de comunicación. Como toda lengua, es una manera de ver el mundo.

Te invitamos a leer el reportaje de Natalie con fotografías de Sebastián, y comentar si conoces alguna lengua que está en peligro de desaparecer o si conoces alguna palabra de un idioma que no muchas personas hablen y te gustaría compartirla con nosotros.

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Robert Perez perdió la pierna derecha a causa de la diabetes, pero nunca dejó de producir música y tocar instrumentos, como el bajo, la guitarra y el acordeón. Kaylee Greenlee para The New York Times

La semana pasada, nuestra colega Frances Robles compartió su relación personal con la diabetes, una enfermedad que ha afectado a muchas personas en Latinoamérica y en las comunidades latinas en Estados Unidos. En algunos lugares de Texas esta enfermedad ha generado una crisis de salud y un aumento de amputaciones, especialmente entre los varones. Aquí publicamos algunos de los mensajes en nuestra sección de comentarios, editados ligeramente por extensión y claridad.

  • “Llevo más de 20 años diagnosticado de diabetes. Mi madre fue diabética y vivió hasta los 98 años caminando. Mis hermanos casi todos son diabéticos, y solo el mayor que se descuidó murió a los 64. Esto para decir que con buena atención médica y cuidando de llevar una adecuada alimentación y una rutina de actividad física es posible una vida casi normal. Eso sí, es preciso saber cuál es tu situación en todo momento”. —Israel Avila, Costa Rica.
  • “Mi madre es diabética y hace dos años estuvieron a punto de amputarle un pie; gracias a la extraordinaria atención de un internista, un angiólogo y un nefrólogo pudieron salvárselo. Desafortunadamente, no todos cuentan con los recursos para recibir esa atención”. —Georgina González, Ciudad de México.
  • “Hago entrenamiento de fuerza tres veces por semana desde hace más de un año. Trato de reducir mi ingesta de carbohidratos refinados y sumo toda la fibra posible a mi dieta. Ahora, continúo mejorando”. —Estela Zamarripa, Buenos Aires, Argentina.
  • “Tengo 54 años. Me diagnosticaron diabetes hace unos años. Desde entonces, cambié mi dieta y me convertí en deportista. Practico artes marciales, mido a diario mi glucosa y he logrado mantenerla controlada”. —Fabian David, Tlalnepantla, Estado de México, México.

— Sabrina Duque produjo y editó este boletín.

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