Petro dice que su gobierno no es socialista, argumentando la tradicional falacia de los socialistas
Los presidentes de Argentina y Colombia tuvieron un entredicho la última semana, que trajo al debate las clásicas categorías de las ciencias políticas
En una entrevista reciente, el presidente argentino calificó a su par colombiano de “comunista” y “asesino”, y lo acusó además de estar “hundiendo” a su país. Como era de esperar, las palabras de Javier Milei generaron la respuesta de Gustavo Petro, que básicamente lo trató de ignorante, como si su colega no supiera las definiciones más básicas de las ideologías políticas tradicionales.
Con tono de maestro de escuela primaria tradicional, Petro aseguró que los que lo acusan de socialista o comunista, no saben que ese sistema implica la propiedad de los medios de producción por parte del Estado. En este sentido, negó que su intención sea adueñarse de los recursos productivos. Sin embargo, ejemplificando con los puertos colombianos, Petro no hizo referencia a la “propiedad privada”, que sería el verdadero sistema alternativo al colectivismo. Sino dijo que los medios de producción deben estar en manos “del pueblo”.
Aunque el presidente colombiano trató de tomar distancia de la acusación de socialista, lo cierto es que su referencia no hizo más que fortalecer el punto de Milei. Cada vez que la política pone sobre la mesa esta clásica entelequia colectiva, en el fondo se está apelando a los vicios tradicionales del socialismo o el comunismo, o como se quiera llamar. ¿Quiénes son los representantes del “pueblo” para los políticos de izquierda? Los que son funcionales a sus intereses. Los adversarios y críticos que forman parte de las capas más humildes de la sociedad, incluso son tratadas como personas “desclazadas”. Es decir, sin la “conciencia de clase”, que no es otra cosa que servir a los intereses de los populistas de turno.
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Es curioso que Petro decidió explayarse exclusivamente con respecto al señalamiento ideológico, dejando de lado la grave acusación de “asesino”. Cualquier persona sin un pasado oscuro, lo primero que haría es negar categóricamente esa cuestión. Pero el actual mandatario colombiano la pasó por alto. ¿Por qué? Petro participó en su juventud del grupo guerrillero M-19, donde llegó a ocupar un rol trascendente. En una de las primeras operaciones de la que participó, en 1979 su agrupación se hizo de una guarnición militar en el Cantón Norte de Bogotá, donde robaron 5000 armas del ejército.
Después estuvo detenido a los 21 años, pero recuperó la libertad luego de 16 meses tras las rejas. Entre sus operaciones clandestinas consiguió en el mundo formal una banca de concejal. Pero, a pesar de las discusiones con la guerrilla por su rol de doble participación en la vida política (como legislador, pero también como combatiente clandestino), las actividades violentas del M-19 no se detuvieron. El 6 de noviembre de 1985, casi cinco años antes de deponer las armas, la guerrilla de Petro quiso tomar el Palacio de Justicia, en una operación que generó la muerte de 100 personas, además del incendio del lugar.
Puede que por todo esto al mandatario colombiano le quede más cómoda la discusión entre socialismo, comunismo y liberalismo, donde el debate teórico corre el eje de las responsabilidades concretas que de las personas hace solamente un par de décadas.
Igualmente, en la disputa conceptual, Petro también salió mal parado.
Para empezar, vayamos a las diferencias entre “socialismo” y “comunismo”. Mientras el marxismo original utilizaba muchas veces ambos términos sin mayores distinciones, Lenin sí estableció una diferencia en materia de etapas. Consideró que el socialismo era la instancia previa a la de la colectivización total en manos del supuesto pueblo comunista. Es decir, la etapa supuestamente de transición de la dictadura del proletariado. El comunismo aplicado refutó muchas premisas del marxismo. Por ejemplo, la idea de que las revoluciones socialistas tendrían lugar en sociedades capitalistas avanzadas, que sucumbirían inevitablemente ante las contradicciones propias y la insustentabilidad social del sistema explotador. Sin embargo, el octubre bolchevique tuvo lugar en una sociedad atrasada, que vio de lejos pasar los avances de la revolución industrial. Lo curioso de todo esto es que Lenin y sus compañeros, para avanzar con la revolución marxista en la rusa zarista, no hicieron otra cosa que refutar al mismo Marx, que consideraba que sus ideas solamente podían tener éxito en otras situaciones sociales diferentes.
Pero si Lenin refutó a Marx, la historia también terminó refutando al mismo Lenin. Todos y cada uno de los experimentos socialistas quedaron truncos en la etapa de la dictadura del proletariado, que en realidad terminaba siendo (también en todos los casos), la dictadura de uno solo. Nunca jamás ninguno pudo avanzar a la etapa superior que Petro describe con la solvencia de un maestro poco ilustrado que se desempeña ante un alumnado analfabeta, que no repreguntará ni cuestionará nada.
Petro, más allá de su margen de acción delimitado por la Constitución y las instituciones colombianas, es socialista (o comunista, o como quieran decirle). Lo manifiesta su propia trayectoria política, además de sus declaraciones verbales. Que no esté en condiciones -afortunadamente- de imponer su sistema es otra cosa. Pero si alguien tiene alguna duda sobre lo que haría de contar con la oportunidad, no tiene otra cosa que recordar el vínculo que tenía con Hugo Chávez desde 1994. Uno que sí pudo romper el sistema democrático desde adentro, sumergiendo a Venezuela en la dictadura pura y dura que conocemos hoy en día, que se reivindica como “socialista”.
Javier Milei es anarcocapitalista (también según sus mismas declaraciones) y tampoco cuenta con ninguna posibilidad de aplicar un sistema de esas características “puras” en Argentina, que también tiene un marco institucional y legal que lo acota. En el mejor de los casos, según sus principios más importantes, podrá reorientar a su país en la dirección de un liberalismo clásico, en sintonía con la Constitución alberdiana. Claro que Milei no se ofende cuando lo tratan de anarcocapitalista o libertario, todo lo contrario. Aquí ya hay una diferencia para tener en cuenta entre ambos. Mientras uno se avergüenza de sus ideas (o no puede asumirlas públicamente), el otro se hace cargo sin inconvenientes de su ideología.
Es que la mentira, el ocultamiento y el doble discurso es parte fundamental del menú conceptual de los socialistas, como la soberbia de la planificación centralizada destinada siempre al fracaso.
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