En la Antigua Alianza, la misión de María fue preparada por la de ciertas mujeres (Sara, que concibió un hijo a pesar de su avanzada edad; Ana, madre de Samuel; Débora, Rut, Judit). Al principio está Eva que, a pesar de su desobediencia, recibe la promesa de una descendencia que vencerá al Maligno, como relata el libro del Génesis.
Con María, la Hija elegida de Sion, después de la larga espera de la promesa, el plazo se cumple y se inaugura la nueva economía. María “ocupa el primer lugar entre los humildes y pobres del Señor, que esperan y reciben de Él con confianza la salvación y la acogen con alegría”, afirma el Catecismo de la Iglesia Católica en el párrafo 489.
Si tú y yo tuviéramos el poder, también la habríamos convertido en Reina y gobernante de toda la creación. «Apareció en el cielo una gran señal: una mujer con una corona de doce estrellas en la cabeza. Vestida de sol» (Ap 12, 1).
María, Virgen sin mancha, reparó la caída de Eva y con su calcañar inmaculado aplastó la cabeza de la serpiente infernal. Hija de Dios, Madre de Dios, Esposa de Dios.
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