jueves, 29 de febrero de 2024

 

Hermanas Balza lideran gobernanza en comunidad indígena Quinanoque de Mérida

Insisten en preservar su cosmovisión como comunidad mientras enfrentan dificultades económicas, pocas posibilidades para acceder a la educación superior y fallas de acceso a la salud

María Angela Arellano  IPYS – 21/02/24

El liderazgo de las mujeres se consolida en las comunidades indígenas merideñas. Un caso específico es la población Quinanoque, ubicada en el municipio Sucre, a pocos metros de la Laguna de Urao, patrimonio natural del estado.

La gobernanza de esta comunidad está encabezada por la figura de la cacica principal, Elizabeth Balza, quien comparte el liderazgo con la segunda cacica Amalia Balza y el tercer cacique, Enrique Carrero. Esta gobernanza suele estar compuesta por cinco ancianos que representan la experiencia y sabiduría. 

La definición de la palabra Cacique, según el diccionario de Historia de Venezuela de Empresas Polar, es un vocablo de origen taíno (lengua de filiación arawak hablada en las Antillas para el momento del contacto europeo) que se incorporó al caudal léxico español para designar al individuo que representaba la autoridad en una comunidad indígena.

Es importante resaltar que en la cultura indígena del municipio Sucre las mujeres son quienes mantienen todas las tradiciones de cada población. Son muy pocos los indígenas que se autoperciben como tal y siguen sus rituales como sus antepasados, explicó Paulo Sosa, asistente de investigación del Grupo de Trabajo de Asuntos Indígenas de la Universidad de los Andes (ULA).

Las hermanas Balza fueron escogidas por 150 familias de la comunidad de Quinanoque, porque ellas tienen un arduo trabajo enfocado en la preservación cultural y de las costumbres indígenas asociadas a los elementos tierra, agua, fuego y aire. Esto lo han liderado en medio de las dificultades generadas por la emergencia humanitaria compleja.

Las quinanoques, que son parte de una de las seis poblaciones arraigadas en el municipio Sucre (Horcáz, Casés, Quinanoque, Mucumbú, Guazábaras, Quinaroes) del estado Mérida, no escapan a esa realidad. La mayoría de ellos se dedican a los oficios del hogar, a la cosecha de caña de azúcar, pimentón, tomate, maíz o artesanía. 

“Muy pocas tienen la oportunidad de formarse profesionalmente. La escuela más cercana queda aproximadamente a 20 minutos, el traslado es en autobús y no todas tienen la capacidad económica para pagar pasajes y garantizar así la asistencia”, comentó la líder indígena.

La falta de acceso a la información sobre los derechos sexuales y reproductivos en la comunidad es alta. “Es muy común ver  embarazos en edades muy tempranas; están normalizados que viene de un patrón cultural en las adolescentes entre los 13 y 14 años, poco se habla del tema y cada hogar es autónomo en los valores y la educación que aplica al respecto, desde mi posición no puedo hacer mucho”, dice.

La falta de servicios básicos para una vida digna es todo un reto para los indígenas del municipio Sucre, lo que hace que su vulnerabilidad sea mayor. La mayoría de estas poblaciones no cuentan con apoyo estatal para tener una mejor calidad de vida. 

Al respecto, las jornadas médicas de estas comunidades llegaban con regularidad para hacer controles de vacunas y consultas. Esa práctica disminuyó y, ahora, los y las indígenas se curan remedios naturales y si su situación se agrava tienen que movilizarse hacia el centro asistencial más cercano, ubicado en Lagunillas, a unos 20 o 30 minutos, explicó la referente de la comunidad quinanoque.

Todo en el campo asistencial ha sido manejado a conveniencia política: “queda plasmado solo en una foto del momento, pero realmente no hay recursos para atender a las embarazadas”, dijo.

Otra de las problemáticas que surgen dentro del contexto indígena en el municipio Sucre, es que las mujeres experimentan grandes desigualdades, se dedican a ser pioneras en la preservación cultural y a las labores de cuidado, pues no encuentran espacio para el trabajo remunerado, según el académico Sosa.

“También sufren discriminación y violencia, aunque muy pocas veces se visibiliza, porque están en zonas de muy difícil acceso y porque la información es muy limitada y escasa, además de ello, toda esta situación de vulnerabilidad e inestabilidad institucional concluye que las indígenas merideñas están viviendo una situación de violencia basada en género (VBG), no tienen a quien recurrir, no tiene quien las proteja, no tienen quien las defienda”, destacó.

Aunado a esto, en el municipio Sucre no cuentan con un subregistro de violaciones al derecho a la vida y la integridad de estos sectores, comentó.

El informe de Violencia Hacia la Mujer Indígena elaborado por la ONG Kapé Kapé en el 2022, mostró que 97% de las encuestadas fueron víctimas de violencia basada en género (VBG), y destacó además algunos aspectos como la discriminación étnica en centros de salud o instituciones públicas, violencia obstétrica a indígenas embarazadas (a quienes no les permiten parir en cuclillas o de pie), explotación laboral, esclavitud sexual, entre otras.

Lo que refleja esta situación de desconocimiento y normalización de la violencia basada en género. 

Con respecto a la educación, las jóvenes sí estudian durante la primaria y secundaria, pero muchas no llegan a la universidad, por las conductas machistas de los habitantes de estas comunidades, en gran medida los hombres, que en su mayoría tienen la última palabra según el testimonio de la líder indígena. 

 “Yo logré hacer mi carrera porque siempre tuve  ganas de superarme y de seguir adelante. Pronto me titularé como T.S.U en Ingeniería Forestal. Gracias a esta carrera llevo cinco años como bombera forestal, con experiencia en el área de prevención de incendios”. 

En el caso de los niños y adolescentes quinanoques, según el testimonio de la cacica, pocos se dedican a estudiar, desde muy pequeños trabajan en la rama de la agricultura, siembra y cultivo de la caña de azúcar.

Foto: Amalia Balza (blusa morada) junto a miembros Quinanoques.

Mencionó que le preocupa que los muchachos gastan sus recursos económicos en bebidas alcohólicas, pierden el tiempo en el ocio y no muestran mayor interés por invertir en su educación o formación futura. 

Sufren un proceso de transculturización abonado además por los cambios que ha experimentado el pueblo, que ha pasado incluso de vivir en casas de bahareques a las lomas comunales

Una de las principales consecuencias de la pérdida de las tradiciones indígenas de la Lagunillas ha sido esa transculturización de estas poblaciones que las ha llevado a la pérdida de lenguas, vestimentas y conocimientos, aunado a esto, la debilidad institucional de la entidad, coincidió el investigador Sosa.

“En estas comunidades muy pocas personas que se auto perciben como indígenas  recuerdan muy pocos términos de su dialecto originario, y, considero que esta es una de las mayores consecuencias de esta mezcla de culturas urbana-indígena”, recalcó.

Lideresas de la cultura

La comunidad indígena de Quinanoque decidió apostar por las hermanas Balza para que asumieran el liderazgo de esta población. 

Ellas programan las actividades culturales y ancestrales, inculcan a los niñas y niños la historia del pueblo para que se involucren con las tradiciones y los legados indígenas, dirimen conflictos internos, fomentan el empoderamiento femenino y mantienen la organización comunitaria. 

La chamana, madre de las Balza, es quien se encarga de curar de mal de ojo y alejar las “malas vibras” de la comunidad. 

Foto: Chamana de la población Quinanoque.

“Cada cierto tiempo realizamos rituales en beneficio de la laguna que está en nuestro sector cuando está muy seca o, simplemente, para agradecerle todo lo que nos da. También en algunos casos ofrecemos sacrificios animales como parte de nuestras costumbres ancestrales, pero cada vez son menos frecuentes. Sin embargo, mantenemos las ceremonias del solsticio de verano e invierno muy puntuales, porque cada cierto tiempo se ahogan allí personas. Hace poco murieron dos, luego de esos sucesos hicimos un acto para que se calmara la laguna ”, resaltó Balza.

Los quinanoques tienen creencias híbridas, es decir, la Laguna de Urao es su sitio sagrado y la consideran una deidad poderosa a la que le rinden homenaje a través de cultos como el solsticio de verano e invierno; pero, por otra parte adoptaron la creencia católica de la veneración hacía San Isidro, patrono del municipio Sucre, Lagunillas, explicó la lideresa indigena.

Comentó que en estos cultos las piedras blancas son parte de los objetos sagrados ancestrales y, por supuesto, el cementerio indígena que está en el centro de los elementos culturales que se preservan.

Foto: Vestimenta indígena quinanoque.

La tela yute es igual un insumo básico para la elaboración de los atuendos de los rituales, vestimenta que ahora no se hace con tanta periodicidad debido a que la comunidad no cuenta con los recursos necesarios para comprar y procesar el material. Lo que hacen ahora es reutilizar la indumentaria y la van rotando entre los participantes, actos en los que los caciques llevan el penacho con una pluma en frente, los niños tienen varias a los lados y siempre se elige a una doncella para que realice los collares relacionados con la actividad. 

La memoria sagrada indígena un proceso de recuperación constante

La historiadora de la Universidad de Los Andes Belkis Rojas conversó con la Red de Mujeres Constructoras de Paz y mencionó su investigación: Territorio y memoria territorial sagrada entre los indígenas de Lagunillas, Mérida, Venezuela.

“En esta investigación que realicé en el año 2016, tuve colaboración de la Profesora Linda Bustillos y Vladimir Aguilar, ellos me apoyaron con material investigado de su proyecto de servicio comunitario de los alumnos de la carrera Ciencias Políticas realizado en el año 2012, y cabe destacar que gracias a ello, la memoria indígena colectiva de Lagunillas se ha podido conservar con el tiempo, estas seis poblaciones mantienen sus cultos y rituales en común, los hacen en un mismo sitio”, comentó. 

La memoria territorial de los Quinanoques y de las otras cinco poblaciones indígenas es un pasado-presente lleno de lugares sagrados que legitiman su existencia desde las piedras, los zanjones, el Río Chama, la Laguna de Urao, las iglesias y capillas que se encuentran allí, son las que mantienen vivas las poblaciones indígenas merideñas, destacó la historiadora. 

Valerio Gutiérrez. Mohán del Pueblo Indígena Quinaroe. Lagunillas, en el año 2012 para la investigación de la académica comentó: “En la piedrota El Tambor dicen que allí hacían las reuniones los antiguos, los sabios, los médicos, allí se reunían con los arcos y hacían los petitorios y llevaban las ofrendas, donas que llamaban los antiguos; chimó, miche, panela, alguna primicia,pa’ la agricultura y pa’ que vigilara la tierra, como está en lo más alto mi papá decía eso. Después pues ya llegó el progreso todo cambió, civilizado, carreteras, muchas construcciones… la modernidad se volvió otra cosa, otra vida la de uno, otro progreso lo de ahora, lo moderno” .

Desde ese año no han habido actualizaciones de parte de la historiadora sobre investigaciones de la memoria territorial de la poblaciones indígenas porque migró fuera de Venezuela, sin embargo, conoce del trabajo de liderazgo de los distintos pueblos indígenas de Lagunillas, y aunque poco se habla de la perspectiva de género de estas comunidades resalta que la novedad del liderazgo Quinanoque femenino es un hito importante para seguir preservando la cultura indigena andina. 

“En la actualidad los indígenas plantean que no basta con la figura de Monumento Natural de la que goza la Laguna desde el 18 de junio del año 1979, ella es parte del patrimonio natural y cultural y como tal debe ser tratada para su mantenimiento y conservación, consideran que éste lugar sagrado debe ser cuidado, mantenido por sus hijos indígenas con el apoyo gubernamental tanto regional como nacional”. Destacó Rojas. 

La historiadora dijo que el rescate de la memoria territorial y sagrada de los indígenas de Lagunillas forma parte de un proceso activo político de reconstrucción de sus identidades étnicas. 

“Esto ha implicado una recuperación urgente del territorio en un intento por rescatar lo que aún puedan del despojo al que han sido sometidos desde la llegada de los españoles hasta la fecha para evitar perder otras cosas ya que su dialecto está perdido desde esa época, el afán de recuperarse y mantenerse sigue estando latente”, concluyó la estudiosa del área.

También explicó en su artículo Fiesta y revitalización étnica en Lagunillas, Estado Mérida, Venezuela para la revista Pasado y Presente que en la actualidad, ciertamente asistimos a un complejo, dinámico y creativo proceso de etnogénesis en Lagunillas. 

“Es notable el hecho de que son cada vez más los que se reconocen indígenas de una misma “nación”: Jamú; con diferentes grupos como los Quinaroes, Quinanoques, Guazábara, Jamuenes, Mucumbú y Horcáz, comentó.

Echan mano tanto de la historia oral como de la escrita que les permita rememorar y reconstruir sus espacios territoriales, las prácticas rituales, chamánicas y festivas “propias” y “apropiadas”, públicas y privadas, así como la vestimenta, las “palabras antiguas”, para reconstruir y validar su etnicidad diferenciada frente a la población “criolla-mestiza” de Lagunillas y del resto de la sociedad merideña y venezolana.”, recalcó la historiadora.

Pese a todo lo anterior, la cosmovisión quinanoques y las demás poblaciones indígenas del municipio Sucre, la manera de cómo ellos ven el universo y de cómo se involucran con los elementos tierra, agua, fuego y aire, es el pilar de la gobernanza de las hermanas Balza, en el caso de los quinanoques que es apoyada por el grueso de las familias que viven de la agricultura y la artesanía para garantizar la preservación indígena andina.

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