Las democracias apabulladas, por Marta de la Vega
El escenario mundial está maltrecho con las crecientes tendencias antidemocráticas de parte de gobernantes no solo en Oriente sino en el hemisferio occidental y la expansión de la tentación autoritaria por parte de países cuyo viraje asombra porque sus gobiernos habían logrado consolidar una democracia estable como régimen político. Es lo que Larry Diamond en «Facing Up to Democratic Recession», Journal of Democracy (2015) califica de «recesión mundial».
Así como pareciera estarse conformando una «confederación internacional de autócratas» en las palabras de Anne Appelbaum, que buscan penetrar democracias débiles o ya aplastadas, como la venezolana, con sus aliados de los más execrables regímenes del planeta pese a la resistencia de los ciudadanos, es necesario impulsar geopolíticamente la federación de líderes y gobernantes demócratas que amplíen las áreas de influencia a favor de principios y valores democráticos en la cultura política de nuestros pueblos y en las instituciones.
En el libro El Ocaso de la Democracia. La seducción del autoritarismo (2021), Anne Appelbaum señala que la tentación autoritaria está presente en muchas personas, no solo por un rasgo de nuestra naturaleza humana, «la propensión autoritaria» de mucha gente, sino por el «efecto demostración» que provocan periodistas, intelectuales, propagandistas, blogueros y los denominados influencers por su influjo en redes, publicaciones o instituciones educativas, al erosionar los valores liberales y democráticos o referirse despectivamente a ellos y añorar los autoritarismos.
Es lo que también Moisés Naím denominó La revancha de los poderosos (2022), que desenmascara con la identificación de «las tres P», los peligros del populismo, la polarización y la postverdad, presentes en las dictaduras e incluso las empresas. También Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en Cómo mueren las democracias (2018), señalaban con razón que «desde finales de la Guerra Fría, la mayoría de las quiebras democráticas no las han provocado militares, sino los propios gobiernos electos. Como Chávez en Venezuela, dirigentes elegidos por la población han subvertido instituciones en Georgia, Hungría, Nicaragua, Perú, Filipinas, Polonia, Rusia, Sri Lanka, Turquía, Ucrania (y recientemente en El Salvador). En la actualidad, el retroceso democrático empieza en las urnas».
Al usar prácticas de demagogia efectista, inducir la polarización de la población o aplicar la política de la postverdad, por ejemplo en China, donde la sofisticación de los fakes news ha llegado a extremos inimaginables, se busca la concentración y dominación excluyentes del poder. Se impone la sumisión o la opresión de la gente que disiente. Ya mucho antes, desde 1978, Juan Linz había expresado esta preocupación en su libro sobre el tema La quiebra de las democracias. Para Levitsky y Ziblatt, quienes escribieron su reflexión a raíz del ascenso a la presidencia de Estados Unidos de Trump, empresario inexperto en asuntos públicos, «cualquier democracia, sin importar el andamiaje por el cual esté soportada, puede caer en el abismo con gobiernos autoritarios».
Se trata de una de las formas de la «maldad política» entendida como un juego perverso en el que se imita la democracia al mismo tiempo que se la socava o destruye usando sus propias estructuras y procedimientos. Varios recursos son puestos en marcha para lograrlo.
Se subordinan los poderes públicos a uno de ellos, en general al poder ejecutivo o se desprecia cualquier límite que los ciudadanos pongan al poder del Estado que, para evitar los abusos de poder, mediante la división y separación de poderes, ha sido base fundamental de los regímenes democráticos liberales representativos. O, como ocurre con frecuencia en países latinoamericanos, se falsea una de las principales fuentes de legitimidad de la democracia, las elecciones, mediante el fraude o la manipulación.
Podríamos identificar otras causas a esta grave amenaza, ya que la democracia es más que un sistema político; es un modo ético de coexistencia pacífica con alcance universal que ha demostrado ser, históricamente, incluso las peores democracias, con «el derecho al pataleo», mejor que las «mejores» dictaduras, si es que se puede hablar en esos términos. La democracia asegura, a través del pluralismo, la tolerancia mutua y la aceptación de las diferencias, la contención institucional y el respeto a los derechos humanos, el medio más propicio para el desarrollo de los individuos a la vez que el crecimiento del bienestar social y la búsqueda, desde una gran diversidad de opciones, de la plenitud y felicidad de las personas.
Otra de las causas es que, siguiendo a Francisco Javier Vásquez, quien comenta la contribución de Levitsky y Ziblatt, «los partidos políticos no cumplen con la función primordial de mantener al margen posibles demagogos o figuras extremistas». O tiene que ver con el descrédito de los dirigentes políticos, ya sea por ser inconsecuentes entre lo que hacen y lo que dicen, por las prácticas demagógicas, clientelares o corruptas, por el amiguismo que introduce un injustificado y desigual acceso a los bienes públicos; por la pérdida de confianza de los ciudadanos en las instituciones que regulan el funcionamiento democrático.
*Lea también: No hay dictadura buena, por Fernando Luis Egaña
También hay la necesidad de una mayor participación y las demandas de niveles de participación horizontal cada vez de mayor protagonismo, hasta ahora insatisfechas. Es deseable una revisión crítica de los propios líderes y dirigentes políticos, de las instituciones partidistas y gremiales, es decir, no solo de los que forman parte de la élite con primacía política, sino los que indirectamente son élite del país, como empresarios del sector privado, profesores y académicos, profesionales, trabajadores, defensores de los derechos civiles y humanos y los ciudadanos mismos.
Hoy el Estado en Venezuela no solo está ausente o incumple sus obligaciones constitucionales, sino que oprime, persigue, judicializa y aparta a quienes luchan por recuperar las libertades y el respeto y quieren construir una democracia ciudadana eficaz y triunfante.
Marta de la Vega es investigadora en las áreas de filosofía política, estética, historia. Profesora en UCAB y USB.
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