Para comprender a María, la Iglesia busca mirarla como la mira Dios. Ella es en cierto modo "el Secreto del Rey", en el corazón mismo de la Trinidad, y tiene con cada una de las Personas divinas un vínculo único que la Tradición ha consagrado al reconocerla como Hija del Padre, Madre del Hijo y “Esposa” del Espíritu Santo. Así podrá experimentar los tres amores más fuertes (filiación, paternidad-maternidad y matrimonio) en plenitud con Dios mismo. La singular relación de la Virgen María con la Santísima Trinidad hace de esta criatura perfecta un ser dotado por Dios, con miras a su misión, de características que le son específicas y que llamamos los “Privilegios de María”.
María es la Nueva Eva que compartió la vida y la obra redentora del Nuevo Adán de una manera absolutamente única: recibió el privilegio de una inmaculada concepción y santidad.
Ella concibió a Cristo, el Hijo de Dios, por concepción virginal y lo llevó en su seno durante nueve meses; cuidó durante treinta años la infancia y vida oculta de Cristo; estuvo en permanente comunión con Él durante su vida pública, así como permaneció en perfecta comunión con Cristo después de su ascensión. Ella sola pasó más tiempo con Jesús que todas las demás criaturas juntas y recibió el privilegio de la Asunción. Este misterio de la Asunción es el privilegio mariano que responde al privilegio de la Inmaculada Concepción.
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