Las leyes de salario mínimo: la estupidez más repetida de la historia
Un video que se viralizó en todo el mundo, sobre un restaurant de comida rápida que cerró sus puertas en California, reabrió un debate que ya debería haberse cancelado hace décadas
La gente tendría que haber comprendido la cuestión, simplemente la primera vez de ver Rocky I. Ya Sylvester Stallone en su primer guion pudo expresar en segundos la problemática de la arbitrariedad regulatoria en el mercado laboral. Como muchos recordarán, su personaje es despedido del frigorífico al momento de un recorte presupuestario. El boxeador pide que le mantengan su puesto, ya que necesita imperiosamente el trabajo. Propone, en lugar de ser echado, cobrar algo menos de dinero. Sin embargo, le dicen que es imposible, ya que no lo permite el sindicato.
Estas historias, que suenan tan típicas de las economías reprimidas, siguen repitiéndose hasta en Estados Unidos sistemáticamente. Es que, como explica la Escuela Austríaca de Economía y sus fundadores, la disciplina tiene leyes universales que se cumplen al pie de la letra en todo el mundo.
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Recientemente, una noticia relacionada con la cadena Fosters Freeze de California (que padece, como es usual, una administración demócrata irresponsable) volvió a poner sobre la mesa el debate sobre las leyes de salarios mínimos. Resulta que la administración política resolvió que el salario mínimo debería pagarse a 20 dólares la hora, por lo que pasó lo que tenía que pasar: todas las fuentes laborales que ofrecían una productividad menor a ese monto, fueron eliminadas. Producto de la nueva normativa, la cadena de hamburguesas y malteadas consideró que su negocio ya no era rentable. ¿Qué hicieron? Cerraron sus puertas. ¿Qué pasó con sus empleados? Todos despedidos.
Como era de esperar, muchos medios arremetieron contra los dueños, a los que trataron de ambiciosos, responsabilizándolos por los despidos. Algunos menos, con mejor tino, sugirieron mirar a las autoridades políticas por las consecuencias desastrosas de la mala iniciativa.
Resulta lamentable tener que repetir estos argumentos, una y otra vez, pero, desafortunadamente, los burócratas siguen apelando a estas medidas, que mucha gente todavía increíblemente respalda. Los salarios se determinan por el mismo sistema que los precios y dependen exclusivamente de la productividad y del capital invertido en la economía que los solventa. Lo único que puede hacer la política para incrementar los salarios es fomentar la inversión. Nada más.
Paradójicamente, estas iniciativas lo único que hacen es ir en la dirección opuesta. Apenas se establece un salario mínimo, se producen despidos, quebrantos y la economía es más pobre que antes de la desafortunada medida.
¿Por qué en vez de 20 dólares la hora a la burocracia californiana no se les ocurre fijarlo en 100, en nombre de la justicia social? Simple, porque saben que eso generaría un alto nivel de desempleo en todas las fuentes laborales cuyos salarios estén alejados de las tres cifras. Por una razón inexplicable, no comprenden que el mismo fenómeno que causaría ese desastre al establecer los 100 dólares, sucede con los 20. Lógicamente, los salarios mínimos siempre se fijan cerca del salario de mercado. Sin embargo, el fenómeno económico que sucede es exactamente el mismo. El que no llega al umbral, se queda sin empleo o se le somete a la informalidad.
Henry Hazlitt ya explicó todo el fenómeno en 1946, en su Economía en una lección. Eran otros tiempos. Sin televisión a color, internet y con medio mundo comunista, a un año de la derrota del nazismo. Sin embargo, las leyes del salario mínimo generaban exactamente lo mismo que ahora. De persistir en el error, el fenómeno perdurará también en el próximo siglo. ¿Podemos ser tan idiotas los seres humanos?
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