De pelabolas a ciudadanos, por Gustavo J. Villasmil-Prieto
“…el piso político nos lo da la gente pobre: ellos son los que votan por nosotros…Los
necesitamos así…hay que mantenerlos pobres y con esperanza”.
Jorge Giodani al General Guaicaipuro Lameda, c. 2012
“la integración a la economía de mercado y la contención del riesgo colectivista solo
será posible mediante la descongestión de la población, su desproletarización y su
descolectivización…”.
Wilhem Röpke. Los fundamentos morales de una sociedad civil, 1948.
La figura del “pelabolas” ejerció siempre una poderosa seducción en nuestra clase política, de espíritu históricamente anclado en la cultura de izquierdas. Conste que no estoy lanzando aquí una palabrota grosera con el fin de escandalizar a lector alguno, no: me autoriza a ello la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), de la que la muy querida Real Academia Española – la que “limpia, fija y da esplendor” a nuestra lengua- es principalísima integrante. En su Diccionario de Americanos, la ASALE define al “pelabolas” como “persona muy pobre, indigente”.
Hace ya un siglo que Leoncio Martínez “Leo” propuso en su “Juambimba” un arquetipo de “pelabolas” al que toda Venezuela le tomaría un cariño que hasta hoy perdura.
“Juambimba”, encarnación por antonomasia del “pelabolas” venezolano, no era tan solo un hiposuficiente como podrían haberlo sido un obrero alemán o inglés del primer tercio del siglo pasado. Su problema iba mucho más allá del carecer de ingresos mínimos para acceder a una canasta básica de bienes y servicios, pues es un hombre totalmente dependiente del favor y de la voluntad de otro para sobrevivir, un espíritu tutelado. En función del arquetipo del “Juambimba” se diseñaron políticas enteras, como aquel Plan de Obras Extraordinarias (llamado también Plan de Emergencia, PE) de Wolfgang Larrazábal que apeló a la muy keynesiana y poco creativa fórmula de estimular la demanda agregada expandiendo el gasto público para comprar así un poco de estabilidad política.
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Bajo los auspicios del PE, municipalidades, gobernaciones y numerosos organismos públicos hicieron fluir toneladas de láminas de zinc que llenaron de ranchos los cerros de Caracas, “ayudas” para corregir los entuertos de administraciones públicas incompetentes, miles de empleos públicos improductivos y las más variadas dádivas estatales destinadas engordar a un país postrado ante el tótem de la renta petrolera.
Nunca hasta entonces fue mejor atendido “Juambimba”, expresión genuina del “pelabolas” venezolano de aquel y de todos los tiempos. La condición de “pelabolas” terminó constituyéndose en una manera superior de ser pobre, moral y políticamente justificada, a la que se imponía proteger y hasta elogiar. Una pobreza, por cierto, muy lejana a aquella otra – la evangélica- a la que como actitud espiritual nos llama el Señor en Lc 6: 20: “¡Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de los cielos!”.
En Venezuela, el “pelabolas”, “juambimba” moderno al acecho de la tajada de renta petrolera que sintió que “le tocaba”, proliferó en todos los ámbitos de la vida nacional.
Hasta que un buen día se les vio devenidos en empresarios acogidos al favor del Estado, en altos burócratas y en políticos repartidores de canastillas y de tanques de polietileno por cuanto barrio recorrieron. ¡Hasta la universidad llegaron, organizándose a la manera más leninista! Mi memoria aún recuerda a los llamados “Comités de Peladores de Bola” – los célebres COPELBO de la UCV- para los que la más grande reivindicación a la que podía aspirar universitario alguno en aquel tiempo era un imposible cubierto en el comedor universitario por apenas un bolívar de la época o al “medio pasaje” que por lo general terminaba subsidiando el chofer propietario del
“porpuesto” y no la tupida burocracia que creció alrededor de tan curiosa dádiva.
En los años 80, fue un también ucevista grupúsculo denominado “PMK” a quien tocó tomar el testigo como defensores de la esencia pelabolística venezolana bajo el lema “Pan, Mortadela y Kulei”. Necesario es decir que, a juzgar por los sofisticados destinos públicos a los que dentro y fuera del país arribaron muchos de sus fundadores y dirigentes, a dicho grupo habría hoy que rebautizarlo. La cosa se entiende: los “croissants”, el “prosciutto” y el tempranillo son infinitamente mejores.
La de “pelabolas”, condición invariablemente presente en las tesis de buena parte del espectro político venezolano, incluida la oposición, es difícilmente compatible con el espíritu republicano. Así lo entendieron en su realidad y en su tiempo los padres del llamado “milagro” económico de la Alemania de la inmediata postguerra. La “sozialpolitik” alemana de los tiempos de Weimar, lo mismo que las “misiones” venezolanas en el nuestro, no estaba pensada para promover la desproletarización y la descolectivización del hombre; muy por el contrario, sus auspiciadores siempre cuidaron con celo la sujeción de este a la mano repartidora de bolsas de comida, neveras, motos, apartamentos o lo que fuera para así asegurarse de que el beneficiario nunca superara su estatus de pedigüeño con carnet y de estómago por siempre agradecido.
El proletario, tan ensalzado por el marxismo, vive para ganar lo necesario y reponer su capacidad física de aportar trabajo. En tanto que tal, nunca tendrá derecho al ocio creador que le permita como hombre libre participar de las bondades de la civilización.
Los enlistados en misiones no van a conciertos ni a exposiciones, no pasean por la orilla del mar en Margarita ni hojean libros en las ferias, pues su existencia está condenada a la espera sin fin por el camión de las bombonas de gas y la entrega de las bolsas CLAP, cuando no por la respuesta del funcionario al que alcanzó a entregarle el “papelito” contentivo de la desesperada solicitud de ayuda médica. No puede ser ese el destino que se ofrezca a un país con 8 millones de sus hijos peregrinos por el mundo ni el ideal de vida que se plantee a 21 millones de venezolanos pobres.
Desproletarizar, descolectivizar. Allí estuvo el foco de las políticas que hicieron posible el “milagro” económico alemán. Abriendo escuelas y cerrando cuarteles, activando hospitales y desmontando ministerios inútiles, creando incentivos para el que emprende y produce y no promoviendo el “capitalismo de amigotes” que ha llenado a este país y a este continente de millonarios de la noche a la mañana que pasean sus convertibles por calles llenas de hambrientos. Allí está la clave para dejar empezar a ser un país de ciudadanos y abandonar la por años insólitamente loada condición de eternos “pelabolas”.
Gustavo Villasmil-Prieto es Médico-UCV. Exsecretario de Salud de Miranda.
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