Hablando desde mi experiencia personal, es difícil nacer, crecer y vivir como un niño que no es tan “masculino”. Desde pequeño la sociedad me hizo ver que era distinto a los demás, que algo de mí no encajaba en la definición de niño o en el binario social en él que vivimos. Mis formas de mover las manos, expresarme, caminar, hablar, comer, reír, todo lo que para mí era normal y muy natural de mí, no era lo común de un “varón”.

Desde que creces la sociedad se encarga de etiquetarte, para bien o para mal. Estas etiquetas definen por mucho tiempo tu rol dentro de la comunidad o grupos en los que convives, sin reparar en el daño o beneficio que éstas causen en los individuos. Con el pasar de los años estas etiquetas pueden desaparecer o pueden definirte del todo y convertirse en tu realidad.

Defino mi expresión de género como algo fluida, siempre me han llamado la atención las cosas diferentes o que se salgan un poco de lo común. Socialmente, la mayor herramienta para expresar quién eres es la vestimenta. La moda juega un papel muy importante dentro del colectivo LGBTQIA+ porque es nuestro mayor medio de expresión, con ella, transgredimos los parámetros sociales interpuestos. Creo que estamos en un punto álgido de la conversación en donde el “binarismo textil” (frase que acabo de inventar, creo) está a punto de desaparecer.

Escribo desde mi experiencia como hombre homosexual cisgénero. A mis 34 años aún estoy en el proceso de conocerme, aceptarme y respetarme. No fue fácil para mí crecer con padres que remarcaban mis “faltas”, el clásico: “no quiebres las muñecas”, “no muevas las manos tanto para hablar”, “no hagas tantas muecas”, “camina recto”, “sal al patio a jugar fútbol”, “no veas tantas novelas”, entre otras tantas, fueron creando en mí indirectamente esta sensación de que algo estaba mal conmigo. Ese sentimiento de que soy un fraude, porque no puedes llenar las expectativas que tus padres, familiares y sociedad tienen de ti.

Con el pasar de los años todas esas emociones van creciendo, llegas a la pubertad y el tema de las novias se vuelve hostil y todo inicia otra vez: “¿Te gusta alguna niña?” “¿Ya tienes novia?” “Cuidado con una vaina y preñas a alguna chiquilla”. Al pasar el tiempo y no ver nada de novias, fútbol, etc., entonces inicia el acoso: “cuidado con una vaina”, “no quiero ‘maricones’ en mi casa”, “yo no traje ‘patos’ a este mundo”, “en mi casa no quiero gente ‘rara’”, “no quiero que hables más con mengano y zutanito”, “me dijeron que…”, y sin saber ellos, lo único en lo que piensas -o por lo menos en lo que yo pensaba-, era cómo hacer para no ser un fraude.

Esta forma de crianza hostil, que generaciones pasadas han ido llevando de forma inconsciente y sin ánimos de agredir u ofender y casi siempre desde el amor, ha causado mucho daño en cientos de hombres gaysmujeres lesbianas y hombres y mujeres heterosexuales. Es una realidad, que debemos incluir a los hombres heteros que tienen cierta expresión de género un poco femenina o como mal llaman en las calles “delicada” como una manera de expresión machista y misógina, encasillando lo femenino como algo delicado o malo. Y claramente a las mujeres heteros, que no son tan “delicadas” y “femeninas”.

Me ha tomado mucho tiempo entender que nada está mal conmigo y que no soy un fraude para mí y para los demás, fueron muchas horas de terapias con especialistas, lágrimas, lecturas, conversaciones con similares, entre otras tantas cosas. Y aunque nunca he sido de quedarme callado y siempre soy de los que trata de combatir las injusticias y alzar la voz, por mucho tiempo viví con miedo a defenderme, a mostrarme como soy, a salir libremente a la calle vestido como quiera, a ir a una discoteca con un poco de iluminador y máscara de pestaña, a ponerme un animal print, una chaqueta de lentejuelas, usar clotchs, plataformas, aretes de cualquier tamaño.

Hoy no me tengo miedo. Hoy sé que soy un ser que está en constante evolución, que lo que me gusta hoy, quizás mañana no lo tolere; que mis gustos, pasiones, forma de amar, de expresarme, de sentir, no son estáticas, ellas crecen, envejecen, aprenden y evolucionan conmigo. Siempre trato de tener presente que debo ser empático y compasivo conmigo, porque cambiar da mucho miedo, porque crecer duele y evolucionar asusta.

No escribo esto como una forma de señalar, recriminar o reclamar a mis padre; ellos desde el amor y su forma de ver el mundo y como lo conocían trataron de educarme y darme todo lo que necesitaba. Lastimosamente yo nací distinto, diferente al molde común y mis necesidades, emociones y formas eran otras.

Hoy 28 de junio conmemoramos el Pride LGBTQIA+. Una fecha para recordar las luchas, victorias alcanzadas y los derechos de los cuales aún no somos garantes. Todo esto me lleva a dejarle un mensaje a padres, madres, tutores, familiares, futuros padres, que dejen a lxs niñxs ser, no hay nada más hermoso que poder ser uno mismo, sin tener que vivir pendiente a cumplir las expectativas de otros.

Ya tenemos bastante con lidiar con la sociedad a la pertenecemos, que nos acosa, agrede, limita derechos y discrimina. Las familias deben ser ese lugar en donde refugiarnos, donde poder ser, cuando en la calle sea muy peligroso, ese abrazo que se extrañe en la distancia, ese amor incondicional que nos mantiene en pie.


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