lunes, 8 de julio de 2024

«Cuchillo»: una segunda oportunidad



«Cuchillo»: una segunda oportunidad



PRODAVINCI   06/07/2024

Tenía apenas un mes en la ciudad cuando recibí invitación para escuchar, el 13 de septiembre de 2010, a Salman Rushdie en el Instituto de Periodismo Arthur C. Clarke de la Universidad de Nueva York. Recuerdo cuánto me sorprendió que, luego de verificar la identidad en la puerta de ingreso con el carné de la universidad, mi amiga Cristina y yo tuvimos que pasar por detectores de metales al uso de los procedimientos habituales de seguridad de los aeropuertos, lo que era bastante extraño para un recinto universitario, pero comprensible si se trataba del autor de Los versos satánicos, sobre el que recayó la fatua del ayatolá Jomeini en 1989, pronunciada con las siguientes palabras:

Los versos satánicos es un texto escrito, editado y publicado contra el Islam, el Profeta del Islam y el Corán, junto con todos los editores y editoriales conscientes de su contenido, están condenados a muerte. Hago un llamamiento a todos los musulmanes valientes, dondequiera que se encuentren en el mundo, para que los maten sin demora, para que nadie se atreva a insultar las creencias sagradas de los musulmanes en lo sucesivo. Quien muera por esta causa será mártir, si Dios quiere. Mientras tanto, si alguien tiene acceso al autor del libro pero es incapaz de llevar a cabo la ejecución, debe informar a la gente para que sea castigado por sus acciones.

Bajo protección de agentes de seguridad, Rushdie desapareció de la vida pública durante una década. Nacido en 1947 en Bombay, India, su acomodada familia lo mandó a Inglaterra, con solo trece años, a estudiar. Se graduaría en la Universidad de Cambridge. El libro que lo sitúa en la alta esfera literaria fue Hijos de la medianoche, título que le valió, en 1981, el Man Booker, el premio literario de mayor prestigio en el Reino Unido. Entre el año de aquel galardón y el de la publicación de Los versos satánicos, a efectos de un lector hispanoamericano, cabe destacar la publicación de La sonrisa del jaguar, su primera obra de no ficción basada en un viaje que, por tres semanas, hizo a Nicaragua.

La sonrisa del jaguar fue producto de un receso en la escritura de Los versos satánicos. Rushdie aceptó una invitación para visitar el país centroamericano en 1986 en el séptimo aniversario de la revolución sandinista, luego de que la Corte Internacional de Justicia sentenció a Estados Unidos por injerencia en aquel conflicto mediante las operaciones militares de los llamados «contras», cuyo objetivo era derrocar al gobierno sandinista. Los norteamericanos fueron condenados a pagar, como compensación, doce billones de dólares. En el encuentro de la Universidad de Nueva York, entrevistado por el autor indio Suketu Meta y profesor de la Facultad a la que Rushdie se incorporaría formalmente en 2015, al preguntársele sobre la manera de afrontar la escritura de no ficción en contraste con la de ficción Rushdie relató una situación vivida en Nicaragua, la cual desató las risas del público:

‒Estaba en medio de la escritura de Los versos satánicos y no avanzaba. Coincidencialmente fui invitado a Nicaragua y pensé que sería bueno ir a ver gente con problemas verdaderos. La experiencia tuvo un impacto enorme en mí. Yo, que había escrito solo ficción, estaba preocupado en cómo dejar evidencia fidedigna de lo que presenciaba. Fui invitado a una cena en el palacio presidencial. La mayoría de los líderes sandinistas estaban sentados a la mesa alrededor de Ortega. Pensé que si colocaba una grabadora la conversación cambiaría por completo. Y lógico, no podía sacar una libreta y empezar a anotar en medio de la cena. Se me ocurrió inventar que tenía un violento dolor de estómago que me obligaba a ir al baño cada cinco o seis minutos. Una vez en el baño me ponía como loco a escribir lo que había oído en la mesa en la libreta que traía en mi chaqueta.

Con aspiración de tener una vida más normal y tras seis intentos comprobados y fallidos de asesinato, en el año 2000 Salman Rushdie se muda a Nueva York, una ciudad propicia para el anonimato en la que sus ciudadanos no suelen prestar atención a las celebridades. Con los años su cotidianidad se fue normalizando al punto de que llegó a andar sin escoltas. Rusdhie creía que por fin había dejado atrás la era oscura y que ahora solo se proyectaba al mundo como un autor prolífico, con una veintena de libros publicados ‒más que todo novelas o relatos, pero también obras de no ficción‒, así como su entusiasta papel de presidente del PEN América dedicado a promover la libertad de expresión en el contexto de la vida de los escritores y de los derechos humanos.

Felizmente casado con su quinta esposa ‒la escritora y artista visual Rachel Eliza Griffiths, a la que conoció en los alrededores de Cooper Square en uno de los eventos organizados por PEN América‒, su mujer tiene papel esencial en la historia que se narra: Cuchillo es también, sin duda, una historia de amor. Su vida normalizada se interrumpiría en el momento cuando se preparaba para iniciar una conferencia: a las once menos cuarto del 12 de agosto de 2022, en una idílica localidad al norte de Nueva York. En el recinto semi descubierto del Chautauqua Institution, rodeado de árboles y de un hermoso lago, la soleada mañana de un viernes de verano, reflexionaría ‒irónicamente‒ en torno a la protección que deben tener los escritores en un mundo hostil. Pero solo unos segundos luego de subir al escenario el pasado vino a encontrarlo.

***

Salman Rushdie en Berlín, en mayo de 2024. Fotografía de Elena Ternovaja | Wikimedia Commons

La portada de Cuchillo (Random House, 2024) impacta con la imagen de un evidente corte como de navaja en medio de la carátula. El libro consta de dos partes: «El ángel de la muerte» y «El ángel de la vida», cada una integrada por cuatro capítulos. Se trata de una obra de no ficción, aunque Rushdie se permitió la licencia de incluir un capítulo de ficción en el que especula sobre una conversación imaginaria con Hadi Matar, el agresor: «Me veo obligado a considerar la mentalidad del hombre que se disponía a matarme. Así pues, en este capítulo he registrado una conversación que nunca tuvo lugar».

Matar, un hombre de veinticuatro años nacido en Estados Unidos, hijo de inmigrantes libaneses, infringió quince puñaladas al cuerpo de Rushdie. El asesino en potencia llevaba una bolsa con varios modelos de cuchillos para elegir, en el último minuto, cuál serviría mejor a sus propósitos. Apenas Rusdhie subió al escenario, entonces tenía setenta y cinco años, el joven se lanzó a atacarlo. Fueron veintisiete segundos en los que nadie podía asimilar lo que ocurría. Hasta que algunos valientes del público se abalanzaron sobre el atacante para auxiliar al escritor.

Resulta una ironía el juego de palabras de los dos apellidos involucrados en el intento de asesinato: el del agresor (Matar) y el del agredido (Rushdie). Si descomponemos en sílabas y traducimos del inglés el apellido del escritor tenemos «Rush» (darse prisa) y «die» (morir). Veintisiete segundos que parecieron una eternidad. El hecho es que Rushdie no tenía prisa de morir y, por el contrario, se convirtió en un asombroso caso de supervivencia: «Todavía veo el momento en cámara lenta. Sigo con la mirada al hombre que destaca entre el público y corre hacia mí. Veo cada paso de su precipitada carrera. Levanto la mano izquierda en un gesto de defensa». Eso fue lo único que Salman Rushdie logró hacer.

Recuerdo cuando estreché su mano a la salida del evento en la escuela de periodismo de NYU: me pareció la palma de un hombre fuerte. Le había dado la mano al hombre que escribió Los versos satánicos al terminar la charla, cerca de los detectores de metales del recinto universitario. No logro evocar las palabras que intercambiamos. La sensación de su mirada era como ver la profundidad de la vida a través de la mirilla de una puerta.

«¿Por qué no luché? ¿Por qué no hui? Me quedé quieto como una piñata y dejé que él me destrozara. ¿Tan flojo soy que no pude hacer ni el menor intento de defenderme? ¿Por qué no hice nada?», son algunas de las preguntas que atormentarían a Rushdie los meses siguientes. El agresor, medio siglo más joven que él, lo apuñaló varias veces en el pecho: le propinó una herida significativa en la mano izquierda, en el ojo izquierdo ‒que fue la más profunda‒; dos puñaladas en el cuello, quince puñaladas en su humanidad que se desploma mientras un charco rojo va cubriendo el escenario con el líquido que se derrama, más que todo, de su cuello sangrante.

Habían transcurrido treinta y tres años de la sentencia a muerte del ayatolá Jomeini. Los primeros lustros siempre se imaginó al asesino abalanzarse sobre él en algún lugar público. Pero no tres décadas más tarde, cuando ya llevaba una vida normal dentro de lo que cabe. En el libro Rushdie opta por no llamar al agresor por su nombre y apellido, sino que simplemente lo denomina A. A. de «agresor» o «asesino» («assailant», «assassin»), en un intento de despersonalizarlo y sacarlo de su cabeza. Lo que más perturba a Rushdie es que Hadi Matar confesó haber leído solo dos páginas de Los versos satánicos y de que solo se enteró recientemente de la fatua del ayatolá. El autor queda estupefacto con una de sus declaraciones al New York Post: «No me gusta. No creo que sea muy buena persona. No me cae bien».

En el epígrafe del libro una cita de Samuel Beckett cobra sentido en el contexto: «Somos otros, ya no lo que éramos antes de la desgracia de ayer». Relata Rushdie que Beckett fue acuchillado en la Avenue de la Porte d’Orleáns en París (enero de 1938). Fue apuñalado en el pecho y el pulmón derecho y trasladado al hospital sangrando profusamente. James Joyce, nos dice Rushdie, pagó los gastos de hospitalización. Posteriormente hubo un juicio y Becket se apersonó y confrontó a su agresor. Le preguntó por qué lo había hecho y este le respondió: «No lo sé, señor. Le pido mil disculpas».

La razón que da el agresor de Beckett es tan fútil o ilógica como la que sostiene el atacante de Rushdie: un sinsentido intentar matar a una persona por razones superfluas y de paso arruinar la propia vida al terminar en prisión. En una entrevista concedida a Anderson Cooper sobre el motivo que atizó a su potencial asesino, Rushdie respondió: «Lo hacía porque le parecía que yo era deshonesto (disingenous)». Razones para matar: no me cae bien, no me gusta, me parece deshonesto. Al ocurrir lo que ocurrió para Rushdie fue como viajar en un túnel de tiempo y toparse con un fantasma del pasado.

Al contrario de Beckett, Rushdie, aunque tiene esa posibilidad, decide no confrontar a su agresor; más bien, como mencionamos, incluye un capítulo de ficción sobre una conversación que nunca tuvo lugar (tal vez tenga que cruzarse con él cuando se produzca el juicio). A Matar se le imputa ‒como acusación estadal‒ por tentativa de asesinato y agresión con agravantes, y, paralelamente, como acusación federal, por terrorismo. El hombre que no demuestra arrepentimiento enfrenta una posible larga sentencia por todos los cargos.

A Rushdie le parece que el juicio va muy lento. Para colmo, cuando los abogados defensores de Matar se enteraron de que saldría el libro escrito por Rushdie sobre el incidente el juicio, que originalmente iba a comenzar el 8 de enero de 2024, fue pospuesto para el 9 de septiembre de 2024. Esto ante el alegato de que los abogados necesitan analizar e incorporar a la defensa lo que se expresa en este libro memorístico. Así que Cuchillo retrasó el juicio sobre aquel que empuñó un arma blanca, como la del título, para asesinar a Rushdie.

***

La imagen de Rushdie sobre una camilla conducido a un helicóptero para trasladarlo a un hospital dio la vuelta al mundo, así como la de un puñado de voluntarios que se lanzó a socorrerlo. Esos civiles espectadores, que se disponían oír una charla de literatura, libertad de expresión y respecto de la protección que debían tener los escritores, fueron los que en realidad evitaron que el autor muriera en el escenario: «Este libro está dedicado a los hombres y mujeres que salvaron mi vida», acota en la dedicatoria. Henry Reese, moderador del evento, también recibió una herida en la ceja y un moretón intenso en el ojo al forcejear con el terrorista (aunque Reese no perdió, como Rushdie, el ojo; una de las situaciones que más perturba al escritor: tener que adaptarse a mirar el mundo a medias y reaprender gestos cotidianos para evitar tropezarse con personas o cosas).

En aquellos minutos el dedo gordo de un hombre que le apretaba el cuello para disminuir la hemorragia le salvó la vida. Como después lo hicieron tantos especialistas de la medicina y otras personas. Dos médicos presentes en el público declararon que Rushdie aullaba de dolor y que daba muestra de estar cerca del delirio. Todo ello mientras una cámara captaba el momento en que sometían al terrorista y lo llevaban detrás del escenario: «Lo que ocupaba mis pensamientos y se me hacía difícil de soportar, era la idea de morir lejos de las personas que amaba, en compañía de desconocidos. El sentimiento que más me abrumaba era el de una profunda soledad». Se traga grueso al leer la conmovedora narración del novelista.

La intervención quirúrgica duró ocho horas. Rushdie dedica un capítulo a Hamot, el hospital en Erie (Pensilvania) donde lo llevaron. El escritor hace un detallado inventario de las múltiples consecuencias sufridas por su cuerpo a raíz de las cuchilladas y de cómo fueron subsanando las emergencias, unas peores que otras, que se presentaban día tras días hasta que lograron estabilizarlo. Su descripción de las afecciones del cuerpo es sobrecogedora. Los médicos y enfermeras son identificados con seudónimos graciosos, así los mantiene en anonimato. Uno de los doctores le dijo: «¿Sabe de qué ha tenido suerte? De que el hombre que lo agredió no tuviera idea de cómo matar a alguien con un cuchillo».

Después de los días críticos en terapia intensiva en Hamot y una vez estabilizado y con el alta médica, Salman Rusdie se interna en el Rusk Rehabilitation de NYU Langone, al que dedica otro capítulo. «Una cosa es la rehabilitación del cuerpo, y otra la de la mente y espíritu». Señala que no tuvo estrés postraumático, pero sí muchos horrores nocturnos: «Tenía pesadillas todas las noches y me agitaba en la cama, gritando y llorando». En el centro médico Langone de la Universidad de Nueva York lo atendieron varios especialistas en cada parte acuchillada del cuerpo. Todos los doctores son identificados con iniciales de letras o apodos quizás para protegerlos de fanáticas represalias. La única doctora que menciona con nombre y apellido, suponemos que con autorización, es Irina Belisnky, la oftalmóloga.

El lunes 26 de septiembre le dieron el alta de Rusk. Para evadir a los paparazzi un amigo le presta su apartamento en la calle Mercer. Desde ese piso, en su tercera etapa de recuperación con mucha fisioterapia, Rushdie tenía vista hacia los bloques residenciales del profesorado de NYU en Bleecker Street, la misma calle, más o menos a la misma altura, donde viví el primer año de la universidad.

Salman y Eliza se sentían felices incluso en la pandemia. Se casaron el 24 de septiembre de 2021, luego de estar años juntos. De tener una vida feliz ‒y esto es un tema subterráneo del libro: cuando todo parece perfecto, idílico, siempre ocurre algo que rompe el equilibrio‒ pasa a estar conectado los primeros días a un respirador, como lo estuvo mucha gente en la pandemia. Aun así, no pierde el empeño de lucha y el sentido del humor. Tampoco el amor.

***

¿En qué momento decide Rushdie escribir el libro? El grano inequívoco lo sembró su agente literario, Andrew Wylie, “El Chacal”. Mientras se recuperaba salió al mercado su novela Ciudad Victoria (Random House, 2023), que ya había terminado al momento de la agresión. Fue Wylie quien le aseguró que escribiría sobre lo ocurrido, que no le quedaba otra alternativa. Y tanta razón tuvo que Rushdie no pudo escribir nada que no fuese el acontecimiento. Apartó el esbozo de una novela que avanzaba y se dedicó a contar lo sucedido, como cuando hay que sacarse un peso del pecho. Según sus palabras quería convertir la violencia en arte con la publicación del texto: «Tengo que dejar constancia de esto. Esto no va solo de mí; el tema es mucho más amplio». Rushdie ha dicho en numerosas entrevistas que las palabras son armas y que el libro es su respuesta, su manera de defenderse. Cuchillo se convierte en un artefacto de palabras: el lenguaje es su cuchillo: «My knife».

Con una prosa limpia, sin rodeos, Rusdhie despliega un sutil e incisivo humor, entre británico y estadounidense, a lo largo del libro. En muchas oportunidades se dirige directamente al lector, lo que acerca más el tono ya íntimo y confesional como si se tratara de alguien a quien uno conoce: «Lector: hay sonrisas que uno no puede pasar por alto». O esta otra frase: «Permíteme que te de un consejo, amable lector: si puedes evitar que te cosan el párpado… hazlo. Duele que no veas».

El capítulo más desgarrador es, sin duda, el primero. Al lector, a ese mismo con que bromea el narrador, se le hace un nudo en la garganta con las primeras páginas. En una entrevista con la Public Broadcasting Service (PBS) Rushdie dijo que fue el apartado que más le costó escribir porque tuvo que revivir e incluso investigar sobre lo que le había sucedido. Hay casos en que algunos libros merecen la pena por un solo capítulo. En Cuchillo sería el primero titulado, precisamente, «Cuchillo»: a la altura de los grandes escritores de no ficción. Lo que no quita que el resto del volumen mantenga atrapado al lector, aun con algunas disertaciones sobre la divinidad («Fuimos nosotros quienes creamos a Dios para que encarnara nuestros instintos morales») o sobre la política del mundo.

Rushdie es un maestro que sabe mezclar lo específico, los detalles, las nimiedades con la gravedad de lo que le ocurre. Hace reír y luego abre profundas meditaciones sobre el ser humano: sobre lo peor y lo mejor. Y es que el subtítulo de la obra es Meditaciones sobre un intento de asesinato. Emplea un recurso de la crónica tan eficaz como equiparar una medida de tiempo a algo concreto, como cuando dice, por ejemplo, que en veintisiete segundos se podría leer un soneto de Shakespeare o recitar entero un padrenuestro.

Habría que destacar que habiendo sobrevivido y con un ritmo de recuperación asombroso ‒así es la vida de cruel‒ varios de sus mejores amigos estaban pasado por trances difíciles, algunos con desenlaces fatales. Paul Auster había tenido un pésimo año: muere Ruby, su nieta de diez años, en noviembre de 2021, y a los diez meses su hijo Daniel, padre de la niña; ambos fallecimientos relacionados con el consumo de heroína y fentanilo. Luego de estas dos tragedias a Paul Auster le diagnostican cáncer. Rushdie relata, con base en conversaciones telefónicas, que Auster era optimista sobre su tratamiento y la posterior operación planificada. Operación que no pudo realizarse al enterarnos, páginas más adelante, de que «Paul no había superado una prueba de esfuerzo y por lo tanto no podía ser intervenido para extirparle la parte del pulmón afectada». Martin Amis, su gran amigo, sufre cáncer al punto de que, coincidiendo con el tiempo de escritura del libro, fallece y solo quedan sus cenizas. Hanif Hureishi, el escritor británico-paquistaní a quien Rushdie llama «mi hermano menor literario», pierde el conocimiento en Roma y cuando vuelve en sí ya no puede mover los brazos ni las piernas.

Afirma Rushdie: «El azar determina nuestro destino tanto o más que nuestras decisiones o esos vanos conceptos de karma o el kismet». Él es optimista sobre su futuro. La visión de la vida le cambió a él y a Eliza: «El cortoplacismo se convirtió en nuestra filosofía. El horizonte estaba demasiado lejos. La vista no nos alcanzaba para tanto». Haber sobrevivido es como si hubiera ganado un tiempo extra, una ñapa. Dice el autor que se pregunta ¿qué hacer con tu vida cuando se te ha dado, contra todo pronóstico, una segunda oportunidad? Cuchillo es un libro de triunfo sobre el odio a través de la voluntad y el amor. El papel protagónico lo tuvieron los médicos y los avances de la medicina. Ello de la mano del amor de Eliza y el apoyo de sus hijos, Zafar y Milan, el de su hermana Sameen y el de sus amigos. Rushdie indica que comenzó a usar la palabra «milagro» con frecuencia para describir lo que le había ocurrido. Afirma que no existe otra palabra para señalar con mayor precisión la segunda oportunidad de vida conferida. Quizás, en el fondo, ha encontrado a Dios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Etiquetas

Noticias de Venezuela Politica Noticias de Nueva Esparta Opinion Derechos Humanos en Venezuela Presos Politicos Dictadura en Venezuela Nacionales Noticias Nacionales Perseguidos Politicos DDHH Internacionales Noticias Estado Nueva Esparta Noticias Regionales Crisis Humanitaria Crisis Economica Cultura Noticias Internacionales Nicolas Maduro Estado Nueva Esparta Economia Crisis Social Turismo en Isla de Margarita IAPOENE Resolucion 008610 Chavez Manifestaciones en Tachira FILCAR 2015 Leopoldo Lopez Libertad de Prensa Maria Corina Machado SEBIN corrupcion Carnavales 2015 Maduro Movimiento Estudiantil UNIMAR Deportes Diosdado Cabello Hugo Chavez Libertad de Expresion 4 de febrero de 1992 Gobierno de los EEUU Isla de Margarita MUD OEA Turismo Fundacion UDC Lilian Tintori Inseguridad en Venezuela ONU Primero Justicia Barack Obama Estado Sucre Golpe de Estado del 4 de febrero de 1992 INEPOL Mesa de la Unidad Democratica dictadura Capriles Radonsky Cumana Defensor del Pueblo España Jony Rahal Voluntad Popular Henrique Capriles Radonski Lista Falciani Nelson Bocaranda PNB Secretario General de la OEA Swiss Leaks 12 de Febrero Colombia Cristina Fernandez Escolta de Diosdado Cabello lo acusa en Washington de narcotráfico Historia de Venezuela Jesus Chuo Torrealba Marianela Salazar Municipio Antolín del Campo CAMPO Noticias de Uruguay Pedro Leon Zapata RUNRUNES Rodriguez Torres TSJ Tarek William Saab Autorizan uso de armas mortales contra protestas en Venezuela CENCOEX Cartel de los Soles Caso HSBC Escolta denuncia a Diosdado Fidel Castro HSBC La Asuncion Manifestaciones en Caracas Municipio Mariño PODEMOS España Partido PODEMOS Sebastiana sin Secretos Teodoro Petkoff dictador historia Alberto Nisman Argentina CADIVI CNE Caricatura Chavismo Devaluacion del Bolivar Estado Merida FARC Guerra Economica Helicoide Inflacion en Venezuela Leamsy Salazar Luisa Ortega Diaz Manifestaciones en Merida Maxidevaluacion Municipio Gomez Ocho militares del anillo de seguridad de Maduro también huyeron Padrino Lopez Simon Bolivar UCAT UCV democracia 12F Alcaldia de Mariño Asamblea Nacional Blanqueo de Capitales Empresas de Maletin Estado Bolivar Farmatodo Fernando Luis Egaña Gobierno Español Golpe de Estado al Presidente Maduro Guayana HRW Hiperinflacion Human Rights Watch Indice de Miseria Investigacion Jorge Giordani Juan Carlos Monedero Juangriego Marta Colomina Megadevaluacion Ministerio Publico Ministro de la Defensa Municipio Diaz Municipio Tubores Noticias de Argentina Noticias de Colombia PDVSA Pedro Claver Cedeño Periodista Eladio Rodulfo Gonzalez Pollo Carvajal Porlamar Reporteros sin Fronteras SIMADI Tabare Vasquez UCAB UDO Universidad de Oriente Venezuela Primero en Indice de Miseria 2014 AD Accion Democratica Alberto Barrera Tyszka Andres Oppenheimer Autoritarismo BCV BID Banco Central de Venezuela CNP Carnaval de Carupano Carnaval del Mar Carnavales de El Callao Censura en Venezuela Cesar Miguel Rondon Convenio Cambiario 33 Corte IDH Cupo Viajero DECLARACION DE TBILISSI DISCURSO DE ANGOSTURA Educacion Efemerides Efemerides de Margarita Empresas Basicas Fiscal General de la Republica GNB Hugo Carvajal Iglesia Venezolana Laguna de La Restinga Monedero Municipio Marcano Nelson Mandela Noticias de Chile Operacion Jerico Oscar Arias Pedro Llorens Pensamientos de Simon Bolivar Puerto Libre RSF RSF 2015 Rodolfo Marcos Torres RupertiGate SICAD SIDOR Salvador Allende Sistema Cambiario Sistema Marginal de Divisas Tasa SIMADI Tribunal de la Haya UNES UPEL Víctimas inocentes del 4 de Febrero de 1992 William Brownfield Wilmer Ruperti