Nicolás Maduro, al frente de un gobierno agónico, afirmó en el día de la independencia de Venezuela que el bastón de mando de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas nunca caerá en manos de un oligarca. Y, por una vez, Maduro tiene razón: es el pueblo venezolano quien le va a quitar ese bastón de mando de sus manos y entregárselo al presidente electo el 28 de julio.

Además de ciego para reconocer el desastre de su gobierno, Maduro se ha vuelto sordo. No quiere oír el enorme rugido que recorre Venezuela de punta a punta y más allá en favor del cambio político. Se lo gritan en el Metro de Caracas, en el Q2 Stadium de Austin, Texas, donde la Vinotinto goleó y en la doliente Cumanacoa, convencida su gente de que se sobrepondrá tanto al destrozo y lodazal del huracán Beryl como a la criminal indiferencia de sus gobernantes.

“Y va a caer, y va a caer, este gobierno va a caer”: ese es el grito traducido en la garganta popular. Sin sutileza alguna, consecuencia del hartazgo, del palabrerío, del oportunismo político, de la vileza que bloquea que lleguen suministros a Cumanacoa enviados por la empresa privada y por organizaciones populares y cívicas de los pueblos hermanos del estado Sucre para socorrer a gente que lo han perdido todo.

Ni Maduro, ni el supuesto madurismo, ni el chavismo que aún se sujeta al botín del Estado –hay otro chavismo desengañado y dispuesto a aplicar el voto castigo–  perciben la profunda transformación de la población venezolana decidida a salir adelante por encima de las trabas de todo tipo de un gobierno inútil, perezoso y corrupto.

La gente sabe desde hace tiempo que con Maduro y su combo en el poder nunca volverá la luz, ni el agua a las tuberías, ni abrirán puertas y ventanas y entendederas las escuelas, no habrá algodón ni jeringas en los hospitales y echarán raíces las excusas de su indolencia e incivilidad.

Ese pueblo, el bravo pueblo, dijo basta porque entendió, tanto sus hijos que se quedaron en el país como los que se fueron, que nadie les iba a resolver su vida y la de su familia. Ese hastío se transformó en rebelión, civil y pacífica y fue interpretado, afortunadamente, por un liderazgo –el de María Corina Machado– que no ofrece bonos ni cajitas, porque también entiende que esto va más allá de un resultado electoral.

Es la gente de a pie haciéndose dueña de su destino político, como antes supo enfrentar con entereza las carencias de todo tipo –sociales, económicas, laborales, humanas– a las que fue sometida por un sistema obtuso e irracional, sin capacidad para conducir una nación, mucho menos para hacerla una nación libre e independiente.

Bien le haría a Maduro y su gente escuchar la voz del pueblo y prepararse, en consecuencia, para una transición ordenada y en paz a la democracia, con garantías para todos sin distingos de ninguna clase, sin 1×10, sin cabezas bajas.

Hay la palabra empeñada de que no habrá retaliación ni venganza, sí justicia y reparación. Como obliga la Constitución.