Las razones para no decaer ante la lógica preocupación por la caída del consumo
Argentina eligió el duro camino de ponerse sobria de golpe y de abandonar los abusos de los vicios. Estamos en la ducha fría y la resaca. Nadie dice que es fácil ni que es un camino de rosas, pero el futuro es prometedor y la hoja de ruta trazada, como nunca desde 1853, es la correcta.
En encuentros con empresarios bodegueros, varios hombres de negocios me manifestaron recientemente la inquietud por la caída de las ventas en el sector masivo. Aunque hay variables que aún no muestran el despegue en la economía argentina, los emprendedores productivos confían que el país va en la dirección correcta. Eso no quita que existan lógicas preocupaciones en el día a día, claro.
Al haber escrito un libro sobre el proyecto y el pensamiento económico del presidente Javier Milei, estos empresarios, sospechando la respuesta, me preguntaron si podían esperar alguna medida activa para “incentivar el consumo”, como se vio más de una vez en la Argentina de los parches eternos. Mi contestación terminó siendo un monosílabo negativo. Sin embargo, también es necesario desarrollar el porqué de esta respuesta, de modo que no quede como una tozudez ideológica doctrinaria del mandatario.
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Antes de desarrollar el tema, bien vale dejar en claro dos cuestiones. En primer lugar, es mentira el discurso de los comunicadores y analistas kirchneristas que los empresarios nacionales ya no le creen al gobierno. Puede que algunos relacionados con los sectores prebendarios, a quienes no les conviene la reforma económica que los lleve a competir con el mundo, estén enojados con el Ejecutivo, pero los que tienen más ganas de crecer y apostar al país que de buscar favores a la política, todos apoyan de manera entusiasta al oficialismo, a pesar de las preocupaciones en el corto plazo.
En segundo lugar, es importante recalcar que sí hay una política importantísima que tendrá como resultado una mejora en el consumo (como también en el ahorro, la producción, etc.) y es la caída de la inflación. El descenso en estas cifras se ha visto —así como también celebrado— desde el momento que empezaron a implementarse las medidas de choque frente a la perversión económica que vivía Argentina, a manos de las políticas desatinadas de Alberto Fernández y en última instancia del otrora ministro de Economía Sergio Massa, quien fungía en los últimos meses como una suerte de “presidente exprés”, luego de que Fernández se apartara de las cámaras y sepultara sus aspiraciones a la reelección.
Otro punto importante para añadir dentro de estas dos grandes vertientes, cuyo fin también es fomentar un círculo virtuoso en la economía nacional, es la baja de los impuestos. Esta apuesta se irá consolidando de manera paulatina, se mientras pueda avanzar el proceso del saneamiento monetario y la reducción del Estado. Los indicios en este sentido son positivos. Esto se evidencia en la drástica caída del déficit fiscal, así como también con el mencionado derrumbe inflacionario.
Estos son dos aspectos “saludables” que ofrecen mejoras desde la base y no se centran en iniciativas artificiales como los incrementos discrecionales del salario mínimo, el aumento de las asignaciones sociales o las bonificaciones que contradicen el programa económico. Implementar las medidas anteriores, que de forma errónea pudieran catalogarse como “políticas activas para impulsar el consumo”, podría hacer que se caiga en el mismo error o “parche” de siempre, es decir, recurrir a la emisión monetaria, incrementar los impuestos o asumir deudas que no se limitan a los roll over de los problemas existentes.
Estas recetas siempre desembocan en dos problemas. Por un lado, el de la “sábana corta”, que cubre una parte, pero descuida otra. Por otra parte, está la cuestión no menos importante de que en el mediano plazo todo esto resulta contraproducente, ya que se trata de paliativos que a la larga contribuyen a la descapitalización de la economía.
Históricamente, los gobiernos populistas apelaron a estas tácticas generando supuestas mejoras en el corto plazo, pero siempre perjudicando la situación general en el mediano y el largo. Claro que, cuando esto sucede, generalmente se buscan responsabilidades ficticias para justificar semejantes falencias, que terminan resultando en una inflación inevitable.
Esta separación entre aparentes fenómenos virtuosos y problemas futuros, que no se vinculan con sus verdaderas causas, hace que muchas personas bienintencionadas crean que es posible “apalancar” la economía en cierta medida. No es necesario ser socialista para pensar así. Muchos capitalistas, ya sean de buena fe o “empresarios”, defienden la economía de mercado y la propiedad privada, pero desean que el gobierno “ajuste” ciertas variables para impulsar el crecimiento. Sin profundizar demasiado en lo técnico, esto es en parte una herencia de las teorías de John Maynard Keynes y sus controvertidas propuestas.
Nefasto porque, a diferencia del comunismo explícito, la intervención en el capitalismo no deja clara la responsabilidad de los problemas. El mundo aún necesita debatir desde el crash del 30 hasta la crisis de las hipotecas subprime. Milei ha abordado estos temas en varias presentaciones públicas, destacando especialmente la manipulación de la oferta monetaria y las tasas de interés, que provoca desequilibrios temporales en el sistema económico.
Además, tarde o temprano, la economía se recupera. Claro que esto lo hace a pesar de las malas medidas que se implementan y no por ellas, pero como lo que es palpable supera a lo contrafáctico, es muy difícil explicar que a veces es preferible “no hacer nada” que hacer cosas ineficientes. La cuestión es que cuando la economía eventualmente repunta, los burócratas, que solo complicaron las cosas, se vanaglorian de sus acciones.
Como dijimos, el socialismo puro y duro evidencia sus problemas. La intervención estatal en la economía termina siendo un ladrón de guante blanco y un destructor que la mayoría de las veces no deja huellas. No porque no existan, sino porque a los grandes jugadores de la corrupción de la política, de la economía y del sector bancario no les conviene evidenciarlas.
Aumentar el salario mínimo desde el Estado no hace otra cosa que someter a la informalidad a los que están en el margen, que son los que más necesitan entrar en el sistema. Sí hay formas de aumentar los salarios, y eso es lo que se está haciendo: fomentar la inversión para incrementar las tasas de capitalización. También es crucial el saneamiento monetario, que acabará por mejorar el poder adquisitivo. Aunque aún estamos hablando de pequeños márgenes, los salarios comienzan a superar a la inflación. Falta mucho por hacer, pero el camino es el correcto.
Ni hablar de ceder a la tentación de recurrir a la impresión de dinero por parte del banco central. Esto es algo que siempre debe repetirse, ya que no tardarán en aparecer quienes afirmen que “un poco de inflación es necesaria para mantener activa la economía”. Además, sabemos cómo termina esa historia. La ortodoxia fiscal y monetaria es un camino difícil, pero que produce resultados beneficiosos para toda la economía.
Argentina eligió el duro camino de ponerse sobria de golpe y de abandonar los abusos de los vicios. Estamos en la ducha fría y la resaca. Nadie dice que es fácil ni que es un camino de rosas, pero el futuro es prometedor y la hoja de ruta trazada, como nunca desde 1853, es la correcta.
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