viernes, 17 de enero de 2025

Venezuela, la paz del Helicoide

 

Venezuela, la paz del Helicoide

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Tras las elecciones del 28 de julio, ganadas ampliamente por Edmundo González, ha habido, al menos, 25 asesinatos, decenas de desapariciones forzosas, cerca de 2.000 detenciones (niños y adolescentes incluidos), torturas y constantes violaciones a las garantías judiciales. A esto se suman las 9.000 personas sometidas a medidas restrictivas de libertad. Solo en lo que va de enero hay 75 nuevos presos políticos, incluidos Carlos Correa, defensor de derechos humanos y director de la ONG Espacio Público, y el yerno de González. Hoy se cuentan 1.697 presos políticos, tres adolescentes, desconociéndose el destino de 38.

En base a estos datos, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos sostiene que la reelección de Maduro no fue democrática y denuncia la utilización del terrorismo de Estado para impedir la participación política de la oposición, mientras aplica “una estrategia represiva para perpetuarse ilegítimamente en el poder”. Pese a ello, durante su juramentación, Maduro prometió inaugurar un período de paz.

La misma idea de paz estuvo presente antes del 10 de enero y se reflejó en la nutrida presencia policial, militar y paramilitar en las calles y en la movilización de las milicias bolivarianas, arengadas por un presidente en uniforme de campaña. Una de las imágenes del día fue el despliegue de misiles para evitar cualquier violación del espacio aéreo, cerrado para garantizar la seguridad del nuevo/viejo mandatario.

Hoy reina la paz de las prisiones y de los cementerios, donde cualquier voz discordante corre el riesgo de terminar en el exilio o de ser silenciada en las mazmorras del Helicoide o de otros centros de detención. El Helicoide, símbolo por excelencia del horror chavista, es la sede caraqueña del Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin), un centro de reclusión de presos políticos, blanqueados unos, secuestrados/desaparecidos otros, donde todos son torturados sistemática e indiscriminadamente.

Esta es la paz de Maduro, quien en su discurso de investidura acusó a la oposición de intentar «convertir la juramentación… en una guerra mundial». No solo eso. También dijo que, junto a Cuba, Nicaragua y sus hermanos mayores del mundo, se preparan para, llegado el caso, tomar las armas para defender el derecho a la paz, a la soberanía y a los derechos históricos.

La represión contra la oposición siempre fue consustancial al chavismo, como ocurrió tras el intento de golpe de Estado de 2002 o con la publicación de la Lista Tascón, una relación detallada de los peticionarios de un referéndum revocatorio contra Chávez, que supuso la pérdida de sus derechos sociales o de su puesto de trabajo. Hacer oposición en Venezuela siempre fue complicado, incluso milagroso, dadas las restricciones y los riesgos existentes. Pero hasta ahora había espacios donde opositores y críticos podían moverse. En los últimos años, estos espacios se han ido cerrando uno tras otro, dando lugar a un régimen autoritario, a una dictadura sin adjetivos.

¿Por qué un teórico defensor de la paz es tan belicoso? ¿Por seguir a rajatabla el tradicional dicho latino, erróneamente atribuido a Julio César, de que si quieres la paz prepara la guerra, o será por motivos más complejos? En realidad, el Maduro del tercer mandato es más débil y está más aislado que los anteriores. Por primera vez, un presidente bolivariano llega al poder carente de cualquier legitimidad de origen. La imposibilidad de presentar las actas, tras la burda manipulación del resultado, lleva a la conclusión de que fue un robo a plena luz del día, no un fraude. La amplia victoria opositora se asentó en el abandono de sectores tradicionalmente chavistas, lo que supone más aislamiento interno e internacional.

La desangelada juramentación se vio huérfana del calor popular y de la presencia de las nutridas delegaciones extranjeras que otrora acudían. Esta vez no hubo invitados internacionales de alto nivel, salvo Daniel Ortega y Miguel Díaz-Canel. Sí proliferaron personajes y personajillos de segunda y tercera fila, todavía convencidos de las bondades de la Revolución Bolivariana. La mayoría a título individual, quizá en pago de favores pasados.

Resulta sintomática la falta de apoyos latinoamericanos. La hegemónica Alianza Bolivariana de los Pueblos de nuestra América (ALBA) está en estado catatónico y México, Colombia y Brasil intentaron no retratarse a cuerpo completo. Pero, más importante aún, voces como las de Gabriel Boric son cada vez más frecuentes en denunciar, desde la izquierda política, que Venezuela es una dictadura. Pese a ello, Maduro se empeña en intentar salvar a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), de la «intriga del fascismo, del sionismo, del divisionismo, del chantaje y del yanquismo». También insiste en la pertenencia de Venezuela a los BRICS: «Desde que Bolívar triunfó en Junín, desde que Sucre triunfó en Ayacucho. Nosotros somos de los BRICS desde hace 200 años».

El tiempo que ahora comienza será muy complicado para el régimen. Estará trufado de dificultades y obstáculos. Los problemas no responderán mayoritariamente a causas externas, a la conjura internacional, al complot imperialista norteamericano y europeo, por más que Maduro insista en ello. Ahí están sus andanadas contra la extrema derecha, encabezada «por un nazi sionista, un sádico social llamado Javier Milei». Por el contrario, la mayoría de los problemas está en Venezuela, como bien sabe. De ahí, su insistencia en modificar la Constitución, siguiendo la reciente estela represiva de Nicaragua y la más tradicional, pero más efectiva, de Cuba.

La solución a los problemas de Venezuela solo vendrá desde Venezuela. Con invasiones militares, como reclaman los expresidentes colombianos Álvaro Uribe e Iván Duque, no se derrotará al régimen. Solo lo hará posible la movilización y la resistencia del bravo pueblo venezolano. De momento, Maduro controla prácticamente todos los resortes del Estado y de la administración, comenzando por el monopolio de la fuerza. Sin embargo, en política, cualquier asomo de debilidad es el prolegómeno de mayores debilidades. Y ya se sabe lo que le pasa al perro flaco… todo son pulgas.

Artículo publicado en el Periódico de España

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