Entonces, ¿qué es esta línea discontinua, hecha de guiones y puntos, que recorre horizontalmente más de un ancho del papel del autógrafo teresiano? Si sólo fuera un signo de puntuación, nuestros ojos podrían vibrar al ritmo de la escritura sin palabras explícitas. Después de todo, ¿no era esta línea, escrita en 1896, contemporánea de las primeras imágenes animadas pero mudas del kinetógrafo o de los primeros sonidos audibles pero invisibles del fonógrafo?
Pero en el entorno familiar de Alençon, no era tanto del texto como del textil de donde las mujeres aprendían y transmitían sus secretos. Celia, la madre de Teresa, era una experta. Este trazo gráfico y enigmático requiere hilo, cincel y aguja más que pluma, tinta o goma de borrar para ser descifrado. O bien dibuja de antemano lo que el piquirrojo de la encajera perfora en su papel de calco y pergamino, o bien guía la lanzadera de la tejedora cuando su hilo de trama se cruza con los hilos tejidos por la urdimbre. De este modo, la monja carmelita de Lisieux cose, borda, dobla o teje lo que nuestros ojos no ven a fuerza de leer. ¿No es esto un recordatorio de que, en las palabras íntimas intercambiadas entre la santa y su Dios, siempre seremos demasiados?
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