La caída de las estatuas
MIGUEL AZPÚRUA | EL UNIVERSAL
martes 28 de julio de 2015 12:00 AM
La bravura del pueblo de Caracas -especialmente de los estudiantes- se ha puesto de manifiesto a través de la historia, enfrentando soldados realistas, dictadores, usurpadores y tiranos, como reza en la III estrofa del Himno Nacional; "Y si el egoísmo levanta la voz, seguid el ejemplo que Caracas dio". Un hecho relevante fue cuando los estudiantes de la Universidad Central de Venezuela acompañados del pueblo, derribaron las estatuas del autócrata Antonio Guzmán Blanco y de su padre el venial Antonio Leocadio Guzmán, el 26 de octubre de 1889, que un desmedido culto a la personalidad de parte de áulicos, acólitos y serviles del presunto "Ilustre Americano", había hecho erigir.
Ejercía la Presidencia el eminente jurista y profesor universitario, doctor Juan Pablo Rojas Paúl, quien había sido elegido por recomendación de Guzmán Blanco, antes de salir para el exterior -para no regresar-, el 10 de agosto de 1887; Guzmán desconfiado de la popularidad del general Joaquín Crespo en el Partido Liberal, y con evidentes intenciones de reelegirse y suceder a Guzmán, otra vez (lo había hecho entre 1884 y 1886) luego del "Bienio, 1886-1888". Rojas Paúl toma posesión el 5 de julio de 1888, luego de haber sido electo en una convención de delegados -el 8 de febrero de ese mismo año- participando Manuel Antonio Matos, Raimundo Fonseca, Ovidio María Abreu, Francisco González Guinán y Rojas Paúl. En principio la colectividad venezolana consideró que Rojas seguiría las políticas aplicadas por Guzmán; pero la realidad fue otra, decretó un indulto general permitiendo volver a los exiliados, permitió libertad de prensa y desconoció varios negocios alevosos contra el erario nacional promovidos por Guzmán Blanco, en el exterior. Entre ellos un contrato para cloacas de Caracas, una operación bancaria pretendiendo imponer el Banco Francés-Egipcio, en desmedro del Banco Comercial de Venezuela, y 7 contratos con ferrocarriles alemanes y franceses. Suscitando protestas de Guzmán, las cuales fueron desoídas por el Gobierno.
Enfrente del Capitolio, muy cerca de la vieja sede de la Universidad Central -esquina de San Francisco-, se hallaba una estatua ecuestre de Guzmán, que el público denominaba "El saludante", otra pedestre en El Calvario, llamada "Manganzón", erigidas en 1875 y 1876, respectivamente, habían sido tiradas al suelo por manos anónimas, en 1879 y repuestas poco después, y la de su padre en la plaza de San Jacinto, frente al Casa Natal del Libertador (1883). Una nutrida manifestación procedió a colocar una soga en el cuello de "El saludante", partiéndose el bronce en el suelo en 3 pedazos, acto seguido siguieron hacia El Calvario e hicieron lo propio con el "Manganzón", y por último la muchedumbre se trasladó a la plaza de El Venezolano, procediendo de la misma manera con la figura de mármol de Leocadio Guzmán. La multitud gritaba ¡Muera Guzmán! ¡Muera Leocadio! Aunque ya estaba muerto, había fallecido el 13 de noviembre de 1884; y aclamando a Rojas Paúl. A "sotto voce", se decía que un policía, la noche anterior, había aflojado las tuercas que sujetaban las imágenes. El gobernador del Distrito Federal, Francisco Batalla, notificó del hecho al prefecto, general Giuseppe Monagas, quien observó de cerca los acontecimientos sin atreverse a reprimir a la multitud. Expresó Monagas: "-Contener al pueblo por la fuerza hubiera costado desgracias inevitables, y ante esta circunstancia se sintió impotente la autoridad municipal, quien se vio ahogada por aquel concurso de ciudadanos".
Los periódicos caraqueños reseñaron el acontecimiento con grandes titulares, felicitando a los estudiantes y al pueblo de Caracas; entre ellos, "La Libertad", de Rómulo Guardia; "La Guillotina", de Miguel Eduardo Pardo; "El Despertar", de Luis Correa Flinter; "El Combate", de Eduardo O Brien; "El Heraldo Liberal, de Isaac Salas; "La Política, de Gustavo Terrero Atienza; y "El Eco Andino", del intelectual colombiano José María Vargas Vila, quien residía en Caracas para la época. Todos reconocieron la actitud democrática del presidente Juan Pablo Rojas Paúl; aunque los adulantes del autócrata lo llamaron "traidor", y autor intelectual de la caída de las estatuas, culpándolo tanto por comisión u omisión.
El escritor colombiano Fernando González, describe a su contemporáneo Guzmán: "Es el hombre de las estatuas. Liberales del trópico en donde la luna y el sol alborotan la savia, la imaginación, los jugos vitales. Estatuas que derrumbaban cuando se iba a París y que reponían luego. El rastacuero simpático que compra un palacio en la calle Copérnico, en París, casa sus hijas con duques y marqueses de allá, construye teatros, concede el país a los extranjeros. Botarate, enamorado, verboso. En suma, la generosidad inconsciente del trópico". Pedro Emilio Coll, describe la adulación: "Los adictos del dictador, pendientes del vapor con cartas trasatlánticas de su "Jefe, Centro y Director" que leían con voces altisonantes, imitadas del insigne "Regenerador", ausente, reclinándose en sillones de Damasco, contemplándose en los espejos de cuerpo entero".
miguelazpurua@gmail.com
Ejercía la Presidencia el eminente jurista y profesor universitario, doctor Juan Pablo Rojas Paúl, quien había sido elegido por recomendación de Guzmán Blanco, antes de salir para el exterior -para no regresar-, el 10 de agosto de 1887; Guzmán desconfiado de la popularidad del general Joaquín Crespo en el Partido Liberal, y con evidentes intenciones de reelegirse y suceder a Guzmán, otra vez (lo había hecho entre 1884 y 1886) luego del "Bienio, 1886-1888". Rojas Paúl toma posesión el 5 de julio de 1888, luego de haber sido electo en una convención de delegados -el 8 de febrero de ese mismo año- participando Manuel Antonio Matos, Raimundo Fonseca, Ovidio María Abreu, Francisco González Guinán y Rojas Paúl. En principio la colectividad venezolana consideró que Rojas seguiría las políticas aplicadas por Guzmán; pero la realidad fue otra, decretó un indulto general permitiendo volver a los exiliados, permitió libertad de prensa y desconoció varios negocios alevosos contra el erario nacional promovidos por Guzmán Blanco, en el exterior. Entre ellos un contrato para cloacas de Caracas, una operación bancaria pretendiendo imponer el Banco Francés-Egipcio, en desmedro del Banco Comercial de Venezuela, y 7 contratos con ferrocarriles alemanes y franceses. Suscitando protestas de Guzmán, las cuales fueron desoídas por el Gobierno.
Enfrente del Capitolio, muy cerca de la vieja sede de la Universidad Central -esquina de San Francisco-, se hallaba una estatua ecuestre de Guzmán, que el público denominaba "El saludante", otra pedestre en El Calvario, llamada "Manganzón", erigidas en 1875 y 1876, respectivamente, habían sido tiradas al suelo por manos anónimas, en 1879 y repuestas poco después, y la de su padre en la plaza de San Jacinto, frente al Casa Natal del Libertador (1883). Una nutrida manifestación procedió a colocar una soga en el cuello de "El saludante", partiéndose el bronce en el suelo en 3 pedazos, acto seguido siguieron hacia El Calvario e hicieron lo propio con el "Manganzón", y por último la muchedumbre se trasladó a la plaza de El Venezolano, procediendo de la misma manera con la figura de mármol de Leocadio Guzmán. La multitud gritaba ¡Muera Guzmán! ¡Muera Leocadio! Aunque ya estaba muerto, había fallecido el 13 de noviembre de 1884; y aclamando a Rojas Paúl. A "sotto voce", se decía que un policía, la noche anterior, había aflojado las tuercas que sujetaban las imágenes. El gobernador del Distrito Federal, Francisco Batalla, notificó del hecho al prefecto, general Giuseppe Monagas, quien observó de cerca los acontecimientos sin atreverse a reprimir a la multitud. Expresó Monagas: "-Contener al pueblo por la fuerza hubiera costado desgracias inevitables, y ante esta circunstancia se sintió impotente la autoridad municipal, quien se vio ahogada por aquel concurso de ciudadanos".
Los periódicos caraqueños reseñaron el acontecimiento con grandes titulares, felicitando a los estudiantes y al pueblo de Caracas; entre ellos, "La Libertad", de Rómulo Guardia; "La Guillotina", de Miguel Eduardo Pardo; "El Despertar", de Luis Correa Flinter; "El Combate", de Eduardo O Brien; "El Heraldo Liberal, de Isaac Salas; "La Política, de Gustavo Terrero Atienza; y "El Eco Andino", del intelectual colombiano José María Vargas Vila, quien residía en Caracas para la época. Todos reconocieron la actitud democrática del presidente Juan Pablo Rojas Paúl; aunque los adulantes del autócrata lo llamaron "traidor", y autor intelectual de la caída de las estatuas, culpándolo tanto por comisión u omisión.
El escritor colombiano Fernando González, describe a su contemporáneo Guzmán: "Es el hombre de las estatuas. Liberales del trópico en donde la luna y el sol alborotan la savia, la imaginación, los jugos vitales. Estatuas que derrumbaban cuando se iba a París y que reponían luego. El rastacuero simpático que compra un palacio en la calle Copérnico, en París, casa sus hijas con duques y marqueses de allá, construye teatros, concede el país a los extranjeros. Botarate, enamorado, verboso. En suma, la generosidad inconsciente del trópico". Pedro Emilio Coll, describe la adulación: "Los adictos del dictador, pendientes del vapor con cartas trasatlánticas de su "Jefe, Centro y Director" que leían con voces altisonantes, imitadas del insigne "Regenerador", ausente, reclinándose en sillones de Damasco, contemplándose en los espejos de cuerpo entero".
miguelazpurua@gmail.com
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