Libros: Stefan Zweig
Pocos trazos le son suficientes para poner la escenografía en funcionamiento: en este caso, los espacios de un trasatlántico a punto de zarpar. Algunas pinceladas más le alcanzan para ofrecernos a un personaje con su necesaria carga de enigmas: aquí, lo que llamaré un anti-Zwieg: un jovenzuelo hosco e inculto, monotemático, incapaz para la conversación, los refinamientos y tormentos de la Europa de entonces: Novela de ajedrez fue escrita en 1941 (Editorial El Acantilado, España, 2012).
La llegada al núcleo dramático, una partida de ajedrez, se produce por aproximación: como en todas sus novelas y biografías, Zweig pone de bulto lo que está en juego para el espíritu e, incluso, para la civilización. Sus pequeñas historias significan. Cada episodio está conectado a las cosas del mundo que importan. También aquí hay momentos en los que reina un absoluto silencio.
La rivalidad como el producto, más de la propia mente que de los hechos. El deseo de imponerse o de derrotar a lo que se resiste. El narrador como observador partícipe pero generoso en la tarea de relatar la secuencia de los hechos. El avance de la narración como la lenta revelación de sucesivos enigmas. La tensión dramática indisociable del rompimiento de las formas y de los patrones de caballerosidad. Los perfectos ejercicios de disquisición que introduce y de los que sale con natural elegancia. Los gestos fugaces de los que uno se queda prendado, porque algo en ellos resuena. El narrador que comparte con el lector aquello que no es posible imaginar: en esta delineada Novela de ajedrez, el transcurrir de un buen hombre detenido por la Gestapo: “Nadie puede describir, ni medir, ni expresar ante los demás cuánto dura el tiempo fuera del tiempo, fuera del espacio; como tampoco puede darse a entender a nadie hasta qué punto roe esta nada perpetua, siempre en torno a una mesa y a una cama, un sillón y un aguamanil, y siempre el silencio, siempre el mismo guardián que te pasa la comida sin mirarte, siempre los mismos pensamientos dando vueltas y vueltas en el vacío, siempre en torno a lo mismo, hasta volverte loco”.
En las novelas de Zweig los hombres y las mujeres cambian, quizás para siempre. Al contrario que Conrad, fue un hombre compasivo que, a menudo, salvaba a sus personajes. Le apasionaba la personalidad obsesiva: sobre la tensión de lo que se desea, sus relatos se pueblan de desafíos o de problemas, como el del jugador de ajedrez que se propone entablar una confrontación consigo mismo, y logra jugar a ganador en ambos lados del mismo tablero. Porque también aquí, como en otras narraciones suyas, en la simetría que guarda toda rivalidad, finalmente hay algo que no alcanza a ser develado: de ello se ocupa, me parece, la maquinaria narrativa Stefan Zweig.
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