Grafitis: no dan de comer pero alivian el alma
Son los exponentes de “una rebelión pacífica pero no silenciosa”
lunes, octubre 26, 2015 | Ernesto Pérez Chang
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Bocas cerradas. ¿Aluden al silencio impuesto? (foto del autor)
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Esta simple imagen sugiere... (foto del autor)
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En un muro del Paseo del Prado (foto del autor)
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Mediante el arte, algunos buscan llamar la atención hacia el abandono (foto del autor)
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Rebelión pacífica pero no silenciosa (foto del autor)
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A veces pinto hasta con tizne de las cazuelas, con lo que sea, la cosa es no quedarme callado, dice Rene (foto del autor)
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Algunos usan la ironía. Una tortuga y debajo la frase Somos Libres (foto del autor)
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"Así estamos los cubanos, muy lindos pero como pescao en tarima" (foto del autor)
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En plena faena (foto del autor)
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Rompiendo el silencio con arte (foto del autor)
Los grafitis y los murales de arte callejero que abundan en los muros de La Habana, anteriormente vacíos u ocupados en su totalidad por consignas y propagandas del Partido Comunista, pudieran revelar que esa idea de unanimidad, de consenso ideológico de la que hablan los gobernantes cubanos en sus discursos nada tiene que ver con las verdaderas aspiraciones de una buena parte de nuestros jóvenes que exigen y piensan, desde el arte, una Cuba diferente.
“Una Cuba nueva, otra, donde nadie tenga que fingir lo que no es o no siente, donde nadie te mande a callar por decreto, por la fuerza”, es lo que piensa Ahmel, un grafitero al que todos conocen como “A2”, por el modo que firma sus obras, las que realiza fundamentalmente en solares yermos, muros y vallas de los barrios más pobres de los municipios 10 de Octubre y Arroyo Naranjo: “La gente al principio no entendía pero ahora hasta me llaman para que yo pinte en el muro de sus casas, eso es porque se identifican con el contenido de mi obra, porque quieren reclamar lo mismo que yo pero no saben hacerlo o no se atreven. (…) Yo no hago política, no me interesa para nada, yo solo pinto lo que pienso”.
En otro lugar de la ciudad, René, el “Bosco”, un joven artista de solo 17 años que también usa las calles de su barrio de Centro Habana para exponer sus obras, define lo que busca trasmitir con sus imágenes que, como él mismo afirma, no le “dan de comer” pero le “descargan el alma”:
“Es que todo está cada vez más feo, más destruido, y siempre que veo un muro de una casa que se derrumbó, pienso que allí vivieron familias, que hubo gente que quizás lo perdió todo y quiero que la gente mire y piense (…). Pinto lo que se me ocurra y con lo que tenga a mano, la gente me trae poquitos de pintura que le quedaron (…), a veces pinto hasta con tizne de las cazuelas, con lo que sea, la cosa es no quedarme callado”.
Necesidad de hablar sin que los manden a callar, de romper el silencio, de forcejear en las fronteras de lo permitido y lo prohibido, son algunas de las demandas en las que coinciden los grafiteros cubanos. Yulier P., uno de los más reconocidos, durante el reciente Foro Itinerante de Arte Urbano, nos comentaba:
“No sé cómo explicarlo porque es un impulso, es una necesidad de soltar lo que llevamos dentro, de irrumpir en ese silencio tan denso que nos rodea, fuera de los espacios oficiales, sin pactar (…). Hay mucha gente imitando, y usando lenguajes importados, lenguajes que no son auténticos y, sin desechar códigos de otros lugares, de lo que se trata es de decir desde lo personal, desde la sinceridad, sin miedos, ocupar los espacios, sin violentar ni restarle el derecho a nadie a expresarse de manera libre y genuina”.
Los espectadores a los que van dirigidas las obras, la gente de a pie, usualmente se limitan a opinar dentro de ese estrecho margen del “me gusta” o “no me gusta”, sin embargo, hay momentos en que alguien pasa, se detiene, y sorprende con su interpretación. Como la de una señora que, frente a un gran pez, en una acera de Centro Habana, nos dijo: “Más claro ni el agua. Así estamos los cubanos, muy lindos pero como pescao en tarima, con los ojos abiertos, pero tiesos y esperando a que nos coman”.
Desde el humor, desde lo simbólico o echando mano al lenguaje más directo y punzante, algunos ubicados en esa delgada línea que separa el arte de lo panfletario, la obra de los grafiteros cubanos cobra fuerza y reconocimiento en las calles, donde los criterios negativos de quienes se resisten a los cambios van perdiendo el terreno frente a la aceptación popular.
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