Entuertos
Cuando faltan escasos 23 días para las elecciones parlamentarias, uno se pregunta qué nueva trampa inventará el gobierno para intentar sacar ventaja. En cada ocasión desde que “el proceso” accedió al poder ha hecho varias. Desde la llamada chuleta en la elección de la Asamblea Constituyente hasta el “Dakazo” en los últimos comicios para elegir gobernadores. Siempre acompañadas de un grosero ventajismo y la utilización de los recursos del sector público para favorecerse. A lo que se añaden la complacencia del Consejo Nacional Electoral y las amenazas de los colectivos armados para atemorizar a los votantes. La negativa a aceptar observadores internacionales forma parte de la trampa, a la cual nos tienen tan acostumbrados que ya algunas personas la consideran natural.
Esta vez, sin embargo, todas esas artimañas parecen insuficientes para detener el creciente descontento que amenaza con una derrota contundente de los candidatos del gobierno. La inflación, la escasez y la inseguridad se han tornado permanentes, aumentan diariamente y han pasado a constituir el centro de la vida cotidiana de los venezolanos. Tal hecho se refleja en todas las encuestas. De manera que parece difícil que maniobras espectaculares de última hora puedan cambiar un resultado adverso al oficialismo. Pero podemos estar seguros de que algo intentarán con el objeto de torcer la voluntad popular, a pesar de que el repertorio de argucias parezca agotado y muchas de las que realizaron anteriormente, como inventar misiones y repartir a diestra y siniestra electrodomésticos chinos, ya no engañan a nadie.
Una clasificación de las transgresiones a las leyes, y en consecuencia a la Constitución, que debemos a Hegel, señala diversos tipos. El filósofo distingue entre el derecho (Recht) y el no derecho (Unrecht), este último traducido al castellano como entuerto. Palabra que deriva de torcer, es decir, desnaturalizar, lo recto. Hegel distingue entre el entuerto inocente (creer, por ejemplo, que la revolución va a ganar porque la gente ama al comandante eterno y ha recibido beneficios); el entuerto malicioso, en el cual se deforma la verdad para beneficio propio (por ejemplo, el fraude, el ventajismo y la neutralización de la observación independiente); y el entuerto malicioso que ejerce violencia (por ejemplo, la utilización de los colectivos, la milicia y las instituciones para imponer la coerción o el chantaje con el objeto de torcer o disfrazar la voluntad de los votantes). Este último tipo constituye un delito y merece castigo.
El entuerto, casi por definición, se utiliza cuando no se tiene fuerza suficiente para imponer, “como sea”, la propia voluntad. Stalin, Rafael Leónidas Trujillo o Pinochet no necesitaban engañar a nadie para mantenerse en el poder. El general chileno llegó a declarar que en su país no se movía la hoja de un árbol sin su consentimiento. En tales circunstancias recurrir al engaño resulta innecesario. Los dictados se cumplen porque lo digo yo, y san se acabó. De tal manera que la utilización de la trampa es una muestra de debilidad. Se intenta convencer a ciertas fuerzas sociales poderosas o a la opinión pública internacional de que la derrota es más bien triunfo y que el entuerto malicioso con uso de violencia (el presidio o descalificación de los líderes opositores, por ejemplo) no merece castigo.
Cuando a Pinochet se le empezaba a agotar el poder se vio obligado a llamar a un plebiscito y cuando intentó desconocer su derrota no pudo consumar su engaño porque fuerzas sociales nacionales y la opinión pública internacional le obligaron a desistir del entuerto, al cual no pudo añadir la violencia. Desde entonces comenzó a reconstruirse, poco a poco, la democracia en su país.
Con tales antecedentes, el gobierno y sus aliados se devanan ahora los sesos para inventar un nuevo entuerto (los precios justos, los paramilitares o la invasión yanqui) que les evite reconocer su derrota.
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