Terrorismo y tramposería electoral
El mundo es testigo del impacto perverso del terrorismo. Inocentes que mueren porque grupos fanatizados realizan actos de violencia para infundir pánico. Quieren generar miedo, desesperanza en quienes consideran sus enemigos. Persiguen que los ciudadanos se abstengan de circular en las calles, que no les apetezca participar de la vida normal, que no luchen y se entreguen al miedo. Bien hacen los gobiernos que, además de tomar las medidas necesarias para contrarrestar al enemigo oculto, les demandan a sus pobladores continuar con sus rutinas, precisamente para no satisfacer el objetivo del terror.
Cuando en un país que está a puertas de un proceso electoral se ven manifestaciones de tramposería, se busca el mismo objetivo inmoral del terrorismo: confundir, ahuyentarlo del proceso electoral, hacerlo sentir que no vale la pena votar.
Hemos notado en Venezuela en días preelectorales una serie de hechos que indignan a muchos. Se quiere generar desconfianza en el secreto del voto para que no sufraguen por la MUD. Usan las instituciones públicas para amedrentar al electorado. Se hace campaña para generar miedo, por ejemplo, a los beneficiarios de misiones y pensiones, sobre la continuidad de las mismas dependiendo del resultado electoral. Usan tarjetones modificados para engañar al elector. La confusión que se trata de generar con la tarjeta del MIN es definitivamente un descaro. Es un irrespeto al electorado. Quienes usan ese expediente saben que su objetivo es el elector de la tercera edad, el incauto, el más débil. Es una manera de coartar la voluntad de miles de venezolanos que quieren votar por la oposición. ¿Es eso ético? Es aberrante que el CNE permita que se atropelle a miles que se confundirán. ¿Acaso no es ese expediente parecido a lo que un acto de terror produce en una población? El uso indiscriminado del poder, de métodos y recursos turbios para coartarle la voluntad a miles es un acto de violencia igual a la del fanático que a costa de lo que sea quiere imponer su causa.
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