El macricidio de la marea socialista
“Lo que hay que recordar acerca de los argentinos”, me comentó hace poco un ex ministro del gobierno chileno, “es que no son latinoamericanos típicos. Son italianos, que hablan español, pero sueñan en francés”.
Durante estos días, supongo que unos cuantos ministros actuales – en países como Brasil, Venezuela y hasta Chile – deben estar racionalizando de manera muy parecida, porque si resulta que el argentino si es indicativo del sudamericano común, entonces los acontecimientos del domingo pasado no auguran nada bueno para el futuro de los gobiernos populistas del continente.
A escala regional, el colapso del kirchnerismo representa un profundo signo de insatisfacción por parte del público, con el fracasado modelo del socialismo siglo XXI promulgado por Hugo Chávez, los Kirchner y sus diversos aliados regionales. Por más que el voto haya estado reñido durante la segunda vuelta electoral –por apenas 200.000 votos dentro de una población nacional de aproximada 42 millones– un diferencial de mucho menos de lo que se había reflejado en las encuestas, significa que hasta en países políticamente podridos, el cambio democrático es posible. Incluso, tomando en cuenta el profundo ventajismo tradicional del peronismo argentino como “súper-partido” y la imponente maquinaria política e institucional instalada por los Kirchners durante la última década. La victoria de Macri significa esperanza. Como decía Víctor Hugo: “Más poderosa que cualquier ejército invasor es una idea cuyo tiempo ha llegado”.
En las elecciones legislativas del 6-D, la victoria de Macri puede ayudar a convencer a un electorado nervioso, que un cambio real sigue siendo posible a través de las urnas electorales. Menos probable, pero posible, podrá fortalecer la determinación de los brasileños que buscan destituir al cada vez más tóxico gobierno de Dilma Rousseff en Brasil, o persuadir a los bolivianos de que hay alternativas viables para el atrincheramiento antes del referéndum de febrero, sobre el desguace de los límites del mandato de Morales.
Hoy en día, la oleada de izquierdismo que inundó a nuestra región durante los 2000s se encuentra por primera vez en retroceso. Las señales son incontrovertibles. Cuba ha entrado en una nueva época de acercamiento político con su viejo enemigo Estados Unidos, abriendo nuevamente sus puertas a la inversión internacional. Los movimientos guerrilleros están desapareciendo (como en Perú), descolmillados (como en México) o negociando paz (como en Colombia). La vieja guardia carismática en los países con mas peso económico están muertos, como Chávez y Néstor Kirchner, o bajo las sábana como Lula. Mientras tanto sus herederos no logran mantener el apoyo popular, menos cuando escándalos de corrupción se han vuelto ubicuos. Una investigación respecto las contribuciones de campaña en Chile, recién forzó a la presidente Bachelet a sacudir a todo su gabinete. El escándalo Lava Jato en Brasil ha paralizado tanto la empresa nacional de petróleo como a la economía nacional. El asesinato en enero del Fiscal Nisman causó furor en Argentina, y las eventuales ramificaciones de los lazos entre nuestro régimen y el narcotráfico –mediante el Cartel de los Soles (y El Cartel de los Flores)– aun quedan por verse.
Mientras la marea socialista en América Latina parece ir retrocediendo, ocasionada por la muerte o jubilación de sus líderes carismáticos y el fin del súperciclo de materias primas, quedan cada vez más ballenas gubernamentales varadas y asfixiadas en la playa, entre ellos Brasil, Venezuela y Chile. El kirchnerismo ha sido el primero en expirar, y no será el último.
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