Christmas made in England
Escribo estas líneas unos cuantos días antes de Navidad a sabiendas de que cuando aparezcan, impresas o digitalizadas, habrá concluido el huateque y acontecido quién sabe cuántas cosas de las que ahora no puedo darme cabal idea; sin embargo, no temo equivocarme al afirmar que los rojos seguirán resollando por las heridas de su descalabro y no pararán de echar vainas hasta el día pautado para la instalación de la nueva legislatura; tampoco creo errar al suponer que después de tres días de boca llena, corazón contento y codo empinado el ratón colectivo ha de ser de tal magnitud que de mis divagaciones e imprecisiones se le culpará. Y, como las temporadas de regocijo y armonía no son propicias para imposturas, hacer el paripé dándoselas de iluminado no sienta nada bien.
Funjamos de simples cronistas de lo cotidiano para registrar que este domingo 27 es día de san Juan, apóstol, evangelista y discípulo amado del Señor a quien atribuyen las proféticas visones del Apocalipsis; un profeta del desastre y ser bendito y sagrado, pues, que ha sido retratado, esculpido, cantado y musicalizado por Leonardo, Donatello, Hölderlin y Bach –¡una pelusa!–; y hasta Iñaki de Errandonea, procaz y apócrifo clérigo jesuita a quien Miguel Otero Silva endilga la compilación de Las Celestiales, le dedica una cuarteta –“Cuando san Juan se cayó/ de la escalera pa’bajo, /dijo Dios: ¡Adiós carajo, / este santo se jodió!”–, sin que exista certeza de que ese Juan resbalón es el mismo que aparece recostado en el pecho de Jesús en la Última Cena o si se trata de alguno de los otros 125 juanes registrados en el santoral católico. Lo que sí es seguro es que mañana es Día de los Inocentes y, por tanto, hay que estar moscas con las zancadillas escarlatas.
Se celebró, hace un par de días el nacimiento del Niño Dios, un acontecimiento alrededor del cual se ha desarrollado una formidable maquinaria de despilfarro, glotonería y consumo ajena a la liturgia, mas no a Charles Dickens quien, en su libro A Christmas Carol (Un cuento de Navidad), publicado en 1843 (ayer no más, en términos históricos) introdujo esa bambolla pascual que gira en torno a regalos, villancicos, arbolitos y cena de medianoche, manifestaciones de contento que amargaban al cascarrabias de Sr. Scrooge; pero el que quiera saber la historia que lea el culebrón avant la tele o se conforme con una de las numerosas versiones cinematográficas que se han sucedido desde 1900, porque nuestra atención deriva hacia otros dos escritores ingleses más o menos contemporáneos del autor de Oliver Twist.
El primero, Thomas Macaulay, historiador insigne y político exitoso, tal vez no venga a cuento ni tenga velas en este entierro temporal de los chantajes afectivos; sin embargo, nos dejó, una memorable frase –asombrosa prefiguración del bochinche colorado– que rehúso archivar en la carpeta del olvido (al menos mientras subsista la ficción socialista del siglo XXI): “En política, como en religión, hay devotos que manifiestan su veneración por un santo desaparecido convirtiendo su tumba en un santuario del crimen”; al buen entendedor ya se sabe, así que abundar en este asunto sería desperdiciar palabras.
El segundo, Robert Louis Stevenson, es de sobra conocido por El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, novela que algunos conceptúan como metáfora de los trastornos disociativos de identidad característicos de locos, de borrachos y de quienes, presumiendo de lo que carecen, quedan en evidencia como desnudos reyes; a su perspicaz cálamo debemos este aforismo: “La política es quizá la única profesión para la que no se considera necesaria ninguna preparación”. Venezuela es un muestrario repleto de botones que dan razón al novelista británico, especialmente entre esa legión de improvisados adulantes que besó las botas y chupó las medias al comandante de eternidad decretada para dar rienda suelta al revanchismo en un acto de puro “ahora me toca a mí bailar”.
Hemos visto cómo los piadosos oficiantes del chavismo han querido transformar en culto mágico-religioso su adoración por quien los catapultó a posiciones que juzgan vitalicias; por eso se reúnen en el templo que alberga su cadáver y llevan a cabo rituales que tienen mucho de satánico, de aquelarre brujero o de misa negra; ceremonias similares a las que acaso López Rega y Montesinos preparaban para Perón y Fujimori, o Eloy Tarazona para “el Bagre”. Han arreciado estas prácticas a consecuencia del petardo que los desplazó del Poder Legislativo. Siguen armando trampajaulas sin reparar en que mientras más malcriados y chillones se pongan más rápidamente la ciudadanía les dará sus merecidas nalgadas. Ya no necesitamos mesías: cualquier cuadro medio de la MUD se lleva a Nicolás en los cachos.
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