El chavismo, entre soñadores y vividores, por Carlos Alaimo
La entrada de Hugo Chávez a la arena política venezolana despertó sueños de redención en un país predispuesto genéticamente para el populismo, los caudillos y las promesas. Él mismo se calificaba de soñador, y así lo asumieron sus seguidores y hasta sus enemigos. Supo vender el sueño en 1998 y mantuvo el gancho, aunque no con la misma ilusión, hasta octubre de 2012, cuando enfrentó su última elección… en vida.
Se puso su traje y empezó a vender el socialismo criollo, el del siglo XXI, volvió a vender el hombre nuevo, vendió el gallinero vertical, los cultivos organopónicos, los huertos urbanos. Se especializó en vender la curación cubana en los Barrio Adentro y la alfabetización en las misiones, los barrios de colores que siguen siendo barrios aunque se vean en tecnicolor.
Vendió el amor por el pobre muy bien vendido, vendió la infaltable fórmula de la redistribución de la tierra con la reforma agraria, vendió el renacimiento del campo. Vendió las expropiaciones como método para acabar con latifundios arcaicos, también vendió la palma aceitera, el retorno del cacao, vendió ferrocarriles por toda Venezuela y también puentes “mollejúos” como el Nigale.
Chávez vendió la estatización, la centralización, vendió que las carreteras, los puertos y aeropuertos funcionarían mejor administrados desde Caracas, vendió también el sueño de la Venezuela textil, la hacedora de zapatos, de pantalones y camisas, vendió los satélites Venesat 1 y Miranda, para impulsar al país en las comunicaciones y la seguridad.
Vendió Petrocaribe, la alianza con Cuba, el Alba y la Unasur como la integración soñada por Bolívar. Pero todos los sueños se amalgamaban con oro negro. Vendió a Petróleos de Venezuela como el gran conuco del que todo salía para proveer a Venezuela, petrocasas, carros, mercados, independencia energética e incluso el barril siempre alto en su mandato le dio la seguridad de la soberanía alimentaria. Vendió la comuna. Vendió el petróleo como la sangre del venezolano y tesoro más buscado del imperio. Y entonces Pdvsa resultó la fuente de aquel sueño embriagador de potencia, porque ahora Pdvsa “era de todos”.
Chávez sí logró que millones soñaran, pero la realidad estalló en los rostros y entonces abundaron las ilusiones frustradas por una camada de vividores corruptos. Millones soñaron y centenares saquearon, una fórmula codificadora del fracaso.
En cada sueño de Chávez surgía el grave problema de los Lazarillos de Tormes, los vivitos, los de la facturita con sobreprecio, los de la comisión, los vampiros del petróleo, los bolichicos, en fin, la boliburguesía impune por un sistema que negoció con el silencio. Y entonces así llegaron vuelos privados en aviones de Pdvsa con maletines de 800 mil dólares a la Argentina, se pudrieron 170 mil toneladas de alimentos en Puerto Cabello a nombre de Pdval, surgieron banqueros dudosos que desfilaron por El Helicoide, se “extravíaron” 25 mil millones de dólares de Cadivi, un nuevo magnate petrolero amasó 750 millones de dólares, se compraron ferrys usados e inservibles y se facturaron como nuevos, le hicieron un hueco al IVSS con contratos de insumos médicos para una élite reservada. Y al final Pdvsa terminó dando incluso para el más pobre, no en medicinas, no en ranchitos de colores ni en Universidades robustas, tampoco con un campo fecundo o la soberanía alimentaria, no, la gasolina hizo felices a legiones a punta del millonario bachaqueo, aún vivito.
Es en estos flancos donde debe centrarse el debate del chavismo, por los millones que aún mantienen la esperanza en esa corriente. Chávez levantó un nacionalismo que propugnaba la ética, pero las fuerzas internas de su propio movimiento se decantaron entre un modelo castrocomunista ampliamente rechazado por un 80% de la población, y un esquema de élites corruptas. En el medio quedó, como siempre, el pueblo.
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