Pedro, un conocido trovador, cantó a través de ciudades, pueblos y aldeas los layes de la Madre del Salvador. Un día, llegó en una peregrinación a Rocamadour (1). Primero hizo su genuflexión ante la imagen de Nuestra Señora y, para venerarla mejor, preparó el arco de las cuerdas de su violón. Pedro, tocó tan bien que su violón parecía querer hablar. Cuando hubo aclamado a la Santa Virgen con todo su corazón, le hizo en voz alta esta petición: "Para adornar mi cena, envíame una de tus hermosas velas."
Tan pronto Nuestra Señora le oyó, una vela se deslizó hacia el violón; una hermosa vela, la mejor del altar. Pero un monje que guardaba en ese momento el claustro, tomó a Pedro por un encantador, y el traslado de la vela por un hechizo. Le quitó la vela al malabarista y la volvió al altar. El malabarista juzgó que el monje estaba loco, pues sabía que Nuestra Señora le había escuchado. Una vez más le arranca suspiros y llanto a su arco, y la cera blanca desciende de nuevo sobre el violón. (...).
En el monasterio se alzó una gran fiesta y las campanas al vuelo no dejaban de sonar. Pierre ofreció su vela al altar de la Virgen. Luego, valiente y sabio, regresó cada año, a ofrecerle una hermosa vela a la Virgen.
----- (1) Rapporté par Gautier de Coinci, moine de saint Médard, dans Miracle de la Sainte Vierge, en 1193.
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