El riesgo de la anomia
El logro más trascendente de la victoria de la sociedad democrática en las elecciones parlamentarias del pasado 6-D es, sin lugar a dudas, el renacimiento de la esperanza.
El pueblo venezolano vive en estos días una alegría espiritual. Ha comprobado la fuerza de su voluntad, el valor del voto como instrumento para expresar un estado de conciencia. Su alegría se ha tornado una esperanza de cambio positivo. Siente que una mejor calidad de vida es posible, que la convivencia pacífica y el acceso a los bienes materiales y espirituales que toda persona requiere se puede lograr. Que su familia puede reconcentrarse.
La cúpula roja quiere destruir esa esperanza. Quiere inculcar en el corazón de la mayoría de los venezolanos que su decisión no les importa, que no tenemos razón en impulsar un cambio pacífico y constitucional. Para avanzar en esa dirección desarrollan acciones con las cuales desconcertar al ciudadano desprevenido. Manipulan normas para convencernos de que la Asamblea Nacional no tiene importancia, que la misma puede ser disuelta de un plumazo por el presidente, que existe otro parlamento más poderos que el elegido por la nación, es el llamado Parlamento Comunal. Igualmente anuncian que los demócratas ganamos con fraude, y que por lo tanto demandarán la nulidad de varias curules. Otros, más rupestres, anuncian que apostarán “colectivos” frente a la sede del Capitolio el 5 de enero para hostigar a los representantes populares.
En esa dialéctica de la confrontación, los problemas reales de la gente no encuentran solución. La crisis económica será más severa el año 2016. No todos los ciudadanos son conscientes de las competencias de la Asamblea Nacional y de sus posibilidades reales en la ruta para superar la severa crisis económica y social que nos afecta.
Toda esa dinámica puede llevarnos al peligroso estado de la anomia. La profundización de la crisis, el desgaste de una confrontación estéril, el avance del tiempo sin respuesta a las necesidades de nuestro pueblo puede evaporar ese ambiente de alegría y esperanza que hoy disfrutamos.
A la alegría y la esperanza la puede suceder la anomia, y a ella la violencia.
Maclver ha descrito la anomia desde el ángulo subjetivo del sujeto que la padece: “Anomia implica el estado de ánimo de quien ha perdido sus raíces morales, de quien ya no tiene pautas, sino solamente unos estímulos, sin conexión alguna, de quien carece de todo sentido de continuidad, de los grupos propios y de las obligaciones.
“El hombre anómico es espiritualmente estéril, concentrado sobre sí mismo, no responsable ante nadie. Se burla de los valores de otras personas. Su única fe es la filosofía de la negación. Vive sobre la tenue línea de la sensibilidad entre un pasado que falta y un futuro que también falta…La anomia es una situación de ánimo en la que se ha quebrado, o se ha debilitado mortalmente, el sentido del individuo para la correspondencia social, que constituye la fuente fundamental de su actitud moral”. (Maclver, R. M. The Ramparts We Guard, Nueva York, 1950. Pags. 84 y ss. Citado por José Rodríguez Iturbe Repensar la política. Páginas 71 y 72. Ediciones Centauro. Caracas 1997).
He aquí el riesgo de la hora presente para quienes trabajamos en la conducción, orientación o animación de la vida socio política.
Evitar la anomia, y con ella la posibilidad de desembocar en la anarquía y la violencia, constituyen el más grande desafío.
Maduro y su entorno no dan señales de entender el mensaje del voto popular. Para ellos, es el pueblo venezolano el que debe rectificar. Es el pueblo venezolano el que se ha equivocado. La cúpula gobernante no tiene nada que corregir. Frente a tamaña desproporción, nos corresponde orientar, sin tregua, sobre las posibilidades reales del nuevo parlamento; y sobre el camino definitivo para iniciar el cambio de rumbo en la conducción de la cosa pública.
He apreciado en sectores populares grandes confusiones respecto de toda esta temática. No podemos permitir que el tiempo transcurra y se vaya generando un sentimiento de frustración porque el logro del 6-D se evapore.
Para completar el cambio se requiere un nuevo gobierno. Un nuevo parlamento no es suficiente. Sin lugar a dudas que la mayoría democrática y plural de la Asamblea es un logro formidable, esencial en el camino de un cambio positivo, pero él se frustrará si no logramos el cambio pacífico, constitucional y electoral del gobierno.
La agenda política de 2016 luce cargada y desafiante. De la capacidad que tengamos para tramitarla depende la posibilidad de construir una nación democrática, pujante, moderna, alegre y optimista.
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