sábado, 19 de diciembre de 2015

La historia que me contó el búho

La historia que me contó el búho

Por: Salvador Dellutri
Un cuento de Navidad que Salvador Dellutri escribió para Felipe, su nieto mayor.
Eran las doce de la noche y estaba sentado en el banco del jardín debajo del alcanfor esperando que sucedieran esas cosas maravillosas que te cuento cada año pero esta vez no pasaba nada. Me entretuve mirando la luna que lucía como una reina en el cielo estrellado y cuando me aburrí se me ocurrió contar las estrellas pero al ratito comencé a cabecear y me dormí.
Un chistido me sobresaltó, salte del banco y miré alrededor pero todo estaba como siempre. Pensé que había sido mi imaginación, pero no: un segundo chistido me puso en alerta.
– Aquí arriba – dijo una voz muy grave.
– ¿Dónde? – pregunté
– Aquí…
Alce la vista y en una de las ramas del alcanfor se había posado un búho enorme, con gruesos anteojos y aire doctoral.
– Sé lo que estás esperando. – me dijo mirándome fijo.
– A ver, ¿qué espero?
– Esperas que suceda algo mágico para poder escribir una historia de navidad para Felipe.
– Si. Pero no pasa nada. No habrá cuento de navidad a menos que venga alguien a auxiliarme.
– Tal vez pueda ayudarte.
– ¿Me vas a contar un cuento navideño?
El búho frunció el ceño, abrió desmesuradamente los ojos como queriendo fulminarme con la mirada:
– Soy un sabio y no cuento cuentos sino relato historias.
– No quise ofenderte ¿qué historia me contarás?
– Uno de mis antepasados fue testigo de un hecho maravilloso y él se la contó a sus hijos, y sus hijos a sus hijos, y los hijos de los hijos a sus hijos y así hasta llegar hasta mí. Presta atención…
– Te escucho. – dije mientras me acomodaba en el banco.
José y María habían llegado cansados a Belén montados en un burrito muy malhumorado que se llamaba Jabín. Como se retrasaron en el camino no hubo lugar para ellos en la posada, pero el posadero les permitió que pasaran la noche en el pesebre y les entregó una lámpara de aceite que colocaron sobre unos fardos de pasto. José que era muy habilidoso improvisó una cunita de paja y a medianoche nació Jesús.
Como era una noche templada las luciérnagas jugaban a las escondidas encendiendo y apagando sus farolitos, los grillos aturdían con su desafinado concierto de violines, algunas mariposas nocturnas revoloteaban en torno a la lámpara mientras las ranas de un charco cercano aturdían con su parloteo. Mi antepasado, el Búho Sabiolón observaba todo desde la rama de un cedro y escuchaba atentamente lo que sucedía en el charco.
Las ranas son muy chismosas y esa noche estaban alborotadas porque había llegado desde el campo la rana Rina y traía noticias frescas.
– Esta noche, en el campo de los pastores sucedió un milagro – comenzó a contar – Mientras cuidaban las ovejas apareció un ángel para anunciarles que había nacido Jesús, el esperado Salvador, y si lo buscaban con cuidado lo encontrarían envuelto en pañales, acostado en un pesebre de Belén.
– ¿Y qué pasó luego? – preguntó una rana impaciente
– Cuando al ángel desapareció los pastores decidieron salir en busca del niño del pesebre y ahora están por entrar en Belén.
Sabiolón quería ver la llegada de los pastores. Abrió lentamente sus alas, se desperezó, voló hacia el pesebre y se posó en una de las vigas de la cual colgaban, como si fueran paraguas viejos, una docena de murciélagos. José y María miraban al niño que dormía apaciblemente, a su lado sonaban los destemplados ronquidos de Jabín, el burrito malhumorado que los había traído desde Nazaret.
Fue entonces cuando sucedió lo imprevisto: Jabín en su profundo y agitado sueño pateó el fardo de pasto, la lámpara de aceite se cayó y todo quedó a oscuras. Al instante los murciélagos despertaron y comenzaron a volar rozando con sus alas a José y María. Los ojos penetrantes de Sabiolón atravesaban las tinieblas y los veía volar peligrosamente alrededor del pesebre.
“En medio de la oscuridad no puede suceder nada bueno” – Pensó el búho – “y los pastores que buscan al niño no visitarán un pesebre entenebrecido. Necesitamos luz, mucha luz.”
José y María buscaban en la oscuridad la lámpara que se había caído pero al encontrarla comprobaron que no tenía ni una gota de aceite.
“La posada está cerrada, el posadero duerme” – dijo José – “tendremos que pasar el resto de la noche a oscuras y cuidar que los murciélagos no molesten al niño”
Sabiolón salió volando del pesebre en busca de alguna solución. Sabía que tenía poco tiempo porque si los pastores no encontraban al niño abandonarían la búsqueda y nunca se produciría el encuentro. Al salir tropezó con Verdeluz, una luciérnaga muy inteligente, y pensó en pedirle que entrara al pesebre pero su luz era tan débil que no podría disipar las tinieblas y los murciélagos seguirían volando.
“Verdeluz, es una lástima que tu luz sea tan débil…” Le comentó Sabiolón.
“¿Por qué?” preguntó la luciérnaga parando su vuelo.
El búho le contó el problema que había producido involuntariamente Jabín y que los pastores que ya estaban en Belén no encontrarían al niño.
“Hay una solución”, dijo Verdeluz y salió volando hacia la noche. Sabiolón quedó desconcertado pero a los pocos segundos una multitud de luciérnagas encabezadas por Verdeluz se acercaba. Era una nube luminosa moviéndose en medio de las tinieblas que atravesó la ventana del pesebre disipando la oscuridad y se instaló debajo de las vigas. Los murciélagos, deslumbrados por el resplandor, huyeron hacia el campo.
Al rato llegaron los pastores, encontraron al niño iluminado por miles de luciérnagas y comenzaron a gritar de alegría agradeciendo a Dios, mientras los grillos cantaban… pero esa es otra historia y por hoy creo que es suficiente, ya tienes el relato para Felipe.
El búho se desperezó en la rama del alcanfor y preguntó:
– ¿Qué te pareció el relato?
– ¡Muy interesante! Estoy seguro que a Felipe le gustará mucho.
– No dejes de decirle que el búho de la historia es uno de mis antepasados y que el pesebre estuvo iluminado por las luciérnagas porque intervino mi tataratataratataratatarabuelo.
Iba a ya a despedirme cuando el búho continuó:
Todos nosotros tenemos una pequeña lucecita que ilumina a nuestro alrededor. Pero no estamos solos, otros también tienen la suya y cuando encendemos todas las luces juntas se ilumina el camino hacia el pesebre y muchos pueden encontrarse con el niño.
Me levanté para despedirme mientras el Búho terminaba su discurso:
– Saludos a Felipe. El tiene la luz de Jesús en su vida, que la mantenga siempre encendida para iluminar el camino de los que buscan a Jesús.

Pr. Salvador Dellutri

http://tierrafirmertm.org/2015/12/la-historia-que-me-conto-el-buho/

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