Impuntuales hasta con relojes atómicos
La hora es un fetiche para la camarilla gobernante, pero no como simple medida del transcurrir del tiempo. Su fijación y su tormento es la exactitud, la rigurosa precisión en milésimas, y quizás hasta millonésimas de segundo. Quiere hacer algo en el momento justo, no antes ni después. Ni atrasarse ni adelantarse, por ahí se les va la vida y algunos rastros de la fortuna tan generosamente mal habida, pero siempre llegan tarde.
Es público, notorio y comunicacional que la nomenklatura oficialista, con el perdón de la redundancia pero hay que distinguirla de la pranería no oficial, ha respetado a su manera el legado del Coba criollo: vemos que en cada sarao y picopico se presentan con un reloj pulsera distinto y más caro, más lujoso y más extravagante que el anterior, con todas las aplicaciones imaginables, que lucen con el mismo desdén con el que, en sus tiempos de proletario, Juan Barreto reconocía en las entrevistas que sus calzoncillos eran marca Ovejita y no Play Boy, ambos hechos en Venezuela.
Coleccionar los relojes más lujosos del mundo fue una obsesión para Chávez sin que fuese necesario que el mercado petrolero diera el salto hasta los 140 dólares el barril, sin que nadie prefigurara que el Plan Bolívar 2000 sería el degredo que resultó ni que nadie diera crédito a los corrillos que se propagaban entre las empresas constructoras de que en el Ministerio de Infraestructura las comisiones habían pasado de 10% a 40%, sin contar el paso por Home.
Hasta los lectores habituales del diario The Washington Post se sorprenden –sobre todo ahora después de haber sufrido la crisis inmobiliaria y financiera de la primera década del siglo XXI y que el Coba anunció como el comienzo del fin del capitalismo– cuando en alguna edición dominical aparece un aviso de media página, nunca más, con la publicidad de un reloj de pulsera cuyo precio de venta sea de 19.890,99 dólares. Un profesor universitario, residenciado en Dupont Circle, tendría que dedicar cuatro salarios y medio para adquirirlo y lo pensaría muy bien antes de hacerlo, sabe que el vecindario es inseguro.
En Venezuela, donde una funcionaria de la policía tiene la sangre fría de matar a un ex magistrado del TSJ de un batazo en la cabeza y luego lo remata de un tiro en la región occipital, la nomenklatura exhibe relojes de 150.000 y 400.000 dólares en la pulsera y tienen en sus casas de playa cantidades similares para comprar las birras, los carbones y la carne para la parrillita. Están seguros de que no tendrán que dejar el reloj como parte de pago. ¿Te acuerdas, Earle Herrera? Vendo mechero de bencina.
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