Tenemos nueva Asamblea, sería una frase más o menos como la que anunciara Napoleón Bravo un 12 de abril haciendo alusión al golpe de Estado que un día antes se llevara a cabo en Venezuela. Es una frase que pinta un panorama muy distinto a lo que han sido 17 años de mayoría absoluta y de control del Ejecutivo y, más aún, del partido de gobierno sobre las instituciones políticas, jurídicas ciudadanas de Venezuela. Las lecturas han sido diversas, la amplitud con la que la oposición alcanzó nada más y nada menos que las 2/3 partes del órgano legislativo era un escenario poco probable, pero que ahora le permite reconducir el destino de una nación que se encuentra en su peor momento.
Las encuestadoras, intelectuales, opinadores de oficio, todos parecen confluir en el criterio de que a la Mesa de la Unidad se le apoya circunstancialmente pero que el mandato dado por la ciudadanía no es un aval para un “pase de factura” o para tratar de sacar al gobierno, sino para enderezar el entuerto.
Aquí es donde la cuestión se complica un poco. Si la oposición verdaderamente tiene planteado enderezar el entuerto, a la ciudadanía hay que explicarle que hay una serie de cosas (la mayoría) que deben dejar de hacerse como se venían haciendo. Si verdaderamente queremos rescatar el país y recuperar la década perdida gracias a la corrupción, la ineficiencia pero por sobre todo la aplicación de políticas e ideas que no pueden dar como resultado otra cosa que no sea miseria y penurias para los habitantes. Mucho se ha hablado del piso político que necesita la Asamblea para hacer estos cambios mientras que a menos de una semana la única reacción del gobierno ha sido alertar la eliminación de esto o de aquello, la derogatoria de ciertas leyes que en su teoría han brindado bienestar al pueblo.
La mesa tiene dos opciones, seguir permitiendo que el gobierno cometa errores que aunque lo hacen perder capital político y apoyo electoral nos cuestan una generación entera de emigrantes, de pauperización de la calidad de vida y en muchos casos hasta la vida misma, ya que la inseguridad sigue siendo el principal problema del país, o, verdaderamente, sentar al país y explicarle, cual niño chiquito, cuáles deben ser los cambios y por qué no pueden esperar. La oposición se va a enfrentar a una fiera herida, pero una fiera que aún tiene garras y colmillos y que al menos dará la pelea y opondrá resistencia a los cambios que gradualmente tienen que irse dando tanto en aspectos de conducción de país como en la reinstitucionalización del Estado. Eso implica la derogatoria de cientos de leyes que dan como resultado esto que tenemos, implica el procesamiento y la condena de centenares de funcionarios públicos que han prevaricado para empobrecer sistemáticamente al país. La corrupción y la violación de derechos humanos no pueden ni debe quedar impune si verdaderamente queremos volver a tener un país.
La utilización del TSJ para coartar y tratar de maniatar a la nueva Asamblea Nacional estará a la orden del día; pero, como ya deberíamos haber entendido, el problema del país no es jurídico es político. Es allí cuando la Mesa de la Unidad debe seguir convocando y movilizando a las personas que votaron por ella y aun los que están descontentos con el gobierno y apretar, exigir, comportarse verdaderamente como alguien que trata de salvar el país de la absoluta debacle, dejar de ser cola y comenzar a ser cabeza y asumir la responsabilidad del destino del país. Con la nueva Asamblea la mesa deja de ser solamente oposición, tienen poder, tienen capital político y por ello deben responder.
Los cambios urgentes y radicales que necesita el país pasan por la compresión sincera y honesta del ciudadano y de su dirigencia de que el socialismo no es la vía. Mucho se viene hablando de que no es tiempo de tal o cual medida porque esto puede asustar a la población; el ciudadano se asustará en la medida en que el gobierno siga siendo el único interlocutor; la confianza se ha de ganar con resultados; la derogatoria de leyes absurdas que han servido para darle legitimidad legal al socialismo traerá consecuencias positivas al corto mediano y largo plazo. Son esos resultados los que se evidenciarán cuando las colas desaparezcan y la economía comience a resurgir.
El progreso nunca ha estado divorciado de la libertad. Si bien es cierto que pedagógicamente la Asamblea tiene que aterrizar el discurso, hay que explicarle a la gente cómo la reinstitucionalización del país y la garantía de libertades ciudadanas básicas conllevarán a un incremento de la prosperidad, del desarrollo y a fin de cuentas de su bienestar. Ejercer el liderazgo implica enseñar, corregir, alertar, la MUD debe ahora guiar al país, debe ser el faro que le diga al ciudadano qué necesita, alertarlo de lo que este pueda seguir queriendo. Es mucho el daño que el clientelismo político hizo y sigue haciendo; el vivir de la dádiva, el rentismo, la improductividad y la economía meramente especulativa debe acabarse, y eso solo se logrará con reglas de juego claras, con seguridad jurídica, con propiedad privada y libre mercado. Con una Asamblea que legisle en virtud de los derechos individuales, que controle al Ejecutivo, que fomente la discusión y la pluralidad, que exija cuentas al resto de poderes, y que le devuelva la dignidad y execre el partidismo y los sesgos políticos de órganos que nunca lo han debido tener, a saber: Tribunal Supremo de Justicia, Consejo Nacional Electoral, Fiscalía General, Contraloría, Defensoría del Pueblo.
Salvar el país pasa por salvar la libertad del ciudadano, sin eso no habrá progreso ni habrá país.
EL NACIONAL, 12-1-2016.Mario Guirados | Miembro Cedice Libertad
@MarioGuirados
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