¿Memoria histórica o memoria histérica?
El riesgo de contabilizar los muertos
La pobre retórica y los grandes problemas
El 4F día de qué
La fecha del 4F fue otra oportunidad para conocer hasta dónde nuestro liderazgo ha sustituido la memoria histórica por la memoria histérica.
Un día que lejos de ser aprovechado para la reflexión como instrumento de diálogo y reencuentro nacional, no fue sino una prueba de cómo pareciera que estamos cada día y cada momento en un esfuerzo por volver a los tiempos de aquella violencia y bochinche de otros signos en la historia venezolana.
Me sentí muy frustrado. Me sentí muy decepcionado de cómo un debate que debió ser otra lección de amor patrio, deviniera en una cátedra de odio y resentimientos.
Esperaba como todos los venezolanos, propuestas para que quienes estamos vivos, sigamos con la esperanza de no morir. Ni de hambre ni falto de medicinas y menos con una bala en el pecho.
Esperaba como todos los venezolanos, que la algarabía en la Asamblea diera paso a una retórica digna de los parlamentos civilizados.
No esperaba esa diatriba necrológica de quién mató más en la historia venezolana.
Cuando se cae en ese terreno, se cae en riesgo de una contabilidad que el pueblo no quiere oír.
Yo leo historia y justo rescato de mi biblioteca un texto del general Carlos Soto Tamayo, sobre la subversión que como gran militar, le tocó combatir en los años de la lucha armada. Una lucha donde quienes hoy reivindican, heredan un record nada envidiable de la violencia, con las secuelas que ésta significó para entonces.
Cómo olvidar los asaltos y emboscadas a la Fuerza Armada, que tenía en su responsabilidad preservar la democracia.
Cómo olvidar a los guardias nacionales asesinados con la bomba al tren de El Encanto.
Cómo dejar en el olvido la muerte de un policía cada día por actos terroristas o enterrar en la memoria el secuestró y crimen en del doctor Julio Iribarren Borges, para entonces presidente del Seguro Social o el asesinato del general Armas Pérez, jefe de la Casa Militar de Rómulo Betancourt, en el mismo intento magnicida.
Tendría que exigir más páginas para revivir estos episodios. Todos con el mismo fin. Acabar con la democracia naciente de los años ‘60.
Claro que eso tampoco es una invitación al silencio de los abusos y crímenes como el de Alberto Lovera u otros que ocurrieron, y en los cuales se involucraron organismos civiles y militares.
Pero es precisamente lo que nadie y menos los jóvenes, tienen interés en que sea esa memoria histórica convertida en histeria e irracionalidad hacia un revanchismo que a ningún sector beneficia y si de algo podría servir, es para identificar la hipocresía de una clase política que se obstina en no entender el mensaje y la desesperada ambición de un pueblo expuesto a los crueles sufrimientos en sus necesidades básicas. Un pueblo que clama por un proyecto de país más sujeto a la realidad.
La realidad está ahí. En la falta de comida. En la diaria inseguridad. En las violencias que en los sectores populares deja víctimas cada noche, cada madrugada. O en plena luz del día.
Es el discurso para lo positivo. Es el discurso para construir. No se construye con sectarismo y mezquindad. No en una estrategia para levantarse sobre las ruinas del adversario.
El país se desgarra en manos de un liderazgo que prometió la reivindicación social y económica.
Hoy eso no está a la vista.
Lo que se oye no en el grito del bienestar.
Palabras. Palabras. Palabras. Es lo que se oye.
Me aterra creer que vamos muy cerca, detrás y casi lo alcanzamos, del gran enemigo.
Es el monstruo de la desesperanza y del gran conflicto.
Al final, todos estaremos arrepentidos.
Y olvidamos que diseñamos nuestra propia tragedia.
Hay tiempo. Podemos salir.
La pregunta es: ¿Hay voluntad?
L.J. HERNÁNDEZ, QUINTO DÍA, 19-2016
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