Con la esperanza de llegar a ser sacerdote más tarde, el joven Domingo hace descalzo, dieciséis kilómetros diarios, para ir a estudiar. La gran pobreza de su familia motiva al cura de su parroquia a llevarle, en 1854, donde Don Bosco, sacerdote de la periferia de Turín; éste toma bajo su paternal cuidado el alma delicada de Domingo.
El 08 de diciembre de 1854, cuando el mundo entero aclamaba a la Virgen, proclamada la Inmaculada Concepción, Domingo le dedica toda su vida y le consagra particularmente su pureza de adolescente. “Dios me quiere santo” le repetía a Don Bosco.
Buscando parecerse a Jesus en el misterio de Su sufrimiento, se sumerge en la via de la penitencia extraordinaria. No, le objeta Don Bosco, « tu deber de estudiante y la alegría permanente al servicio de los demás, esa es la santidad. »
Cuando más tarde él propone la fundación de la Compañía de la Inmaculada y sus compañeros le preguntan qué deberán hacer: « En primer lugar, les explica, amaremos a la Santa Virgen de todo corazón, también le pediremos que nos proteja en vida y sobre todo a la hora de la muerte; y cada vez que haya una de sus festividades, la haremos lo mejor posible y comulgaremos.»
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