Maduradas en La Habana
A pesar de las profundas diferencias que existen entre adversarios y defensores del chavismo, hay algo en lo que ambos sectores coinciden plenamente, a saber: el cociente de inteligencia del actual inquilino de Miraflores deja mucho que desear. Por sus frecuentes metidas de pata, por sus políticas incongruentes, por sus infundadas denuncias de guerras económicas y conspiraciones del “imperio”, Nicolás Maduro pasará a la historia como el arquetipo de la ineptitud.
Ineptitud en el manejo de la economía. No solo Maduro se obstina en mantener un modelo fallido que ha llevado a la ruina a la economía venezolana, sino que las medidas que propone para salir de la crisis han suscitado burla y no aprobación.
¿Cómo pudo Maduro creer un solo instante que sus “conucos urbanos” servirían para combatir el derrumbe de la oferta de alimentos en Venezuela? ¿Cómo pudo pensar que la utilización de la fuerza armada nacional en la producción agrícola podría ser un medio eficaz para cultivar 12 millones de kilómetros cuadrados de tierra en 100 días, como erráticamente estipuló? ¿Qué hará cuando, lejos de disminuir, las colas continúen incrementándose después de los 100 días? ¿Echarle una vez más la culpa al “imperio”, o a los militares? ¿Cómo se le ocurrió pensar que la activación de sus famosos 14 motores impulsaría la economía del país, cuando los mismos no son sino una forma de burocratizar más de lo que está la maltrecha economía venezolana?
Ineptitud política también, como quedó evidenciado con la hecatombe electoral del chavismo el 6-D. Los regalos de taxis, la manipulación de las demarcaciones electorales para reforzar el peso de las zonas en que se pensaba que el chavismo ganaría, los soporíferos discursos transmitidos en cadena nacional obligatoria, las advertencias de que ganaría las elecciones “como sea”, el inhabilitamiento de María Corina Machado, el mantenimiento en prisión de Leopoldo López, Antonio Ledezma, Daniel Ceballos y de decenas de miembros de la sociedad civil adversos al chavismo, y muchas otras artimañas sucias, no pudieron impedir el masivo repudio que el pueblo le manifestó a Maduro en aquella ocasión.
Ineptitud diplomática, además. Ya no se cuentan las iniciativas lanzadas por Maduro en este campo que no han surtido efecto alguno, ni los viajes realizados por él o por su equipo de los cuales han regresado con el rabo entre las piernas.
La malograda tentativa de entrevistarse con Barack Obama en la Cumbre de las Américas de Panamá, o de acercarse al papa Francisco en la Asamblea General de la ONU, la mal programada escala en Moscú en su viaje a China, en la que no logró entrevistarse con Putin (por lo que tuvo que solicitar el encuentro a su regreso de Pekín), los intentos fallidos del ministro de Petróleo de Venezuela tendientes a lograr un recorte de la producción mundial del crudo y así provocar un alza del precio del mismo, forman parte de la lista interminable de fracasos de la política diplomática de Maduro.
El reciente viaje sorpresa de Nicolás Maduro a Cuba, tres días antes de la llegada del presidente Barack Obama, demostró que el ocupante de Miraflores no ha aprendido nada de sus desaciertos diplomáticos.
Oficialmente Maduro declaró que viajó a Cuba con la finalidad de firmar convenios bilaterales cuya validez se extendería hasta el año 2030. Tal explicación no justifica el apresuramiento ni el momento en que se produce ese viaje. La firma de esos supuestos acuerdos hubiera podido esperar unos días más para no dar la impresión de que se intentaba desesperadamente estar allí antes de la llegada del presidente del “imperio” al feudo de los Castro.
Muchos piensan que el objetivo real de su visita a Cuba era pedirle a Raúl Castro que abogara ante Obama por la designación de un embajador estadounidense en Caracas, y por la abrogación del decreto que sanciona a funcionarios venezolanos involucrados en violaciones de derechos humanos, sin exigir a cambio la liberación de los presos políticos, arbitrariamente encerrados en las cárceles venezolanas.
Si esa era la verdadera intención, el viaje en cuestión estaba de más. Para alcanzar tal objetivo, una mayor discreción hubiese sido más eficaz.
El verdadero propósito del repentino viaje no pudo ser otro que dejarse ver en La Habana antes de la llegada de Obama. Como para recordarle a Raúl Castro quién es el verdadero mecenas del régimen cubano, lo que a su entender crea una obligación de gratitud y solidaridad.
Durante ese viaje apresurado, Maduro consiguió que el régimen castrista le confiriera la Orden Nacional José Martí y reiterara su “apoyo inquebrantable” al gobierno venezolano. Si ese fue el precio que Raúl tuvo que pagar para calmar la suspicacia de su mentor venezolano, quien le envía casi 100.000 barriles diarios de crudo casi regalados, hay que admitir que el presidente cubano pagó un precio de baratillo por los favores recibidos.
Al viajar a La Habana en la víspera de la llegada de Obama, Maduro dejó al descubierto su microscópica pequeñez política. Pues el contraste entre las discretas atenciones que Raúl le prodigó a su socio venezolano y las que le ha dispensado al presidente del “imperio” ha sido monumental.
Las fotos de Raúl y su huésped estadounidense acicalan e invaden las calles y fachadas de las ciudades de la Perla de las Antillas. Barack Obama se pasea por la capital de la isla ante las miradas fascinadas de los habaneros. La “yumafilia” (término que en Cuba significa empatía y admiración por el imperio oficialmente aborrecido) alcanza niveles insospechados.
En las antípodas de esa entusiasta acogida, y como hizo resaltar la bloguera y disidente cubana Yoani Sánchez, “nadie habla en la calle del venezolano”.
De retorno a su despacho de Miraflores, donde le aguardan los acuciantes problemas que él ha creado sin saber cómo resolverlos, Nicolás Maduro no tiene más remedio que resignarse a esperar, imaginar y temer lo que el camarada Raúl podría estar proponiendo a puertas cerradas, con respecto a Venezuela, a cambio de los dólares y la apertura del “imperio”.
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