María es un espejo de la condición del creyente porque ella representa lo que es la Iglesia en su esencia, en su naturaleza profunda. En efecto, nuestra naturaleza de creyentes no puede estar separada de la Iglesia. Al ser miembro del Cuerpo de Cristo q el cristiano deviene esa nueva creación que surge del baptisterio.
Nosotros no somos cristianos por nosotros mismos, aislados en nuestro rincón. La Iglesia no solo nos ha trae a la nueva vida, sino que además ella es el medio vital en el seno del cual evolucionamos, en el cual se opera la comunión de los santos, aunque no siempre tengamos conciencia de ello.
De esta manera una cadena analógica une la Iglesia a Maria y a cada cristiano fiel a Cristo. Muy instructiva es, en este sentido, la frase del sermón de Isaac de la Estrella: “La herencia del Señor, en un sentido universal es la Iglesia; en un sentido especial es Maria, en un sentido singular, cada alma fiel.” “Especial” refiriéndose a la Virgen, debemos entenderlo aquí como sentido de excelencia.
María es por excelencia lo que son todos los fieles y la Iglesia en su condición de «herencia del Señor». Mirando a la Virgen entramos en nuestra propia herencia.
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