Policías y ladrones
No es el juego de cuando éramos niños, aunque se parece con sus persecuciones, sus refugios, sus toques de ¡preso!, sus guaridas vetadas a los policías y hasta sus posibilidades de fuga. Tenía sus reglas aceptadas por todos en un pacto explícito, de modo que las infracciones lo detenían con un “eso no vale” y sólo se reanudaba cuando la norma se restablecía y el infractor era sancionado.
Según informaciones que llegan del mundo malandro (El Valle, Coche, El Tuy y otros), el pacto que sostenía el trágico juego hasta hace poco, se ha roto. Los policías “rompieron el pacto”, dicen los “ladrones”. No dicen cuándo empezó, ni cómo se estableció, ni en qué consistió. De todos modos era un pacto. No de juego de niños, claro. Roto el pacto, se quejan de que los acorralan, los persiguen, los acosan, los cazan en el monte, en los pueblos, en los callejones, no para llevarlos presos sino para matarlos.
Se habla, y podemos deducir de no confirmadas informaciones, que el otro grupo, el de los policías, en el trágico juego, lo confirma. Existiría en plena vigencia la orden de matar a los “cabezas de banda”, se llamen pranes o de cualquier otro modo, estén en su casa, durmiendo en su cama o en la calle, una orden que no vendría de los superiores inmediatos sino de la dirección central de un grupo X, compuesto por sectores del ejército, la guardia y las distintas policías de competencia nacional, con la aceptación, si no orden expresa, del alto gobierno. Las acciones serían sobre todo de militares con la intención de recobrar dentro de la población la percepción (gobierno obsesionado por la percepción) de que son ellos los que tienen el control del orden y de que así es como se logra la seguridad.
Así, nos encontramos con que en los dos últimos meses, se ha dado la mayor violación de los derechos humanos, el mayor cúmulo de ajusticiamientos extrajudiciales, la mayor violencia gubernamental que hasta ahora se haya visto en el país. Como siempre sucede en estos casos, no sólo caen culpables sino también inocentes que se encuentren en el lugar y en el momento equivocados, incluyendo a cualquier muchacho que sin ser malandro esté molestando a la población local que reclame.
Los “ladrones” del juego por su parte no son “mochos” y han desencadenado una auténtica guerra contra los “policías”, igualados o superiores a ellos en armas, tácticas y entrenamiento.
Algún lector se alegrará y dirá: bien hecho. Con ese apoyo contarían los “policías”.
Es moralmente inaceptable dar apoyo a cualquier violencia arbitraria venga de donde venga.
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