El chavismo se juega a Rosalinda
El proceso político venezolano iniciado en 1998 llegó a su punto crucial. La muerte de Chávez, la caída de los precios del petróleo, la crisis económica y la pérdida de popularidad del régimen señalaron el momento preciso para que el chavismo hiciera un análisis crítico de su proyecto ideológico-político-económico-social, un balance objetivo de sus éxitos y sus fracasos e iniciara los cambios necesarios para su ajuste a las nuevas realidades. El chavismo ha eludido ese compromiso histórico y esa omisión ha impedido adelantar los acuerdos y poner en práctica las medidas adecuadas para resolver la gravísima crisis global que atraviesa el país. Si a Chávez, en vez de Maduro –cuyos orígenes, trayectoria y méritos son tan oscuros– lo hubiera sustituido un dirigente de mayor idoneidad, amplitud de miras y talento político, los cambios pudieran haberse hecho y la situación del país sería mejor. Las razones de la postrera decisión de Chávez a favor de Maduro es una de las tantas incógnitas chavistas que algún día se develarán. El empeño de mantener a toda costa el modelo socialista, pese a su comprobada ineficacia, está llevando al chavismo al desastre y al país a la ruina. Estamos a punto de sufrir una ruptura definitiva del hilo constitucional por causa del referéndum revocatorio del mandato presidencial. El oficialismo no puede rechazarlo de plano sin liquidar definitivamente los restos de democracia que nos quedan, pero tampoco quiere sufrir sus peores consecuencias. Por eso trata de retardarlo.
Si el referéndum revocatorio se realizara este año, Maduro lo perdería, saldría del poder y se convocaría una nueva elección presidencial que muy probablemente ganaría la oposición. El modelo económico y político de la “revolución” sería sustituido por el sistema democrático representativo de libre empresa y de libre mercado que el chavismo condena y denomina, sin mucha autoridad sobre el tema, neoliberalismo. La posibilidad de perder el poder aterra al oficialismo y por eso está dispuesto a jugárselo todo, tratando por todos los medios de aplazar el referéndum hasta después del 10 de enero de 2017, con lo cual lograría mantener el gobierno en manos del vicepresidente hasta diciembre de 2018. En ese tiempo el chavismo espera resolver la crisis nacional en forma providencial: invocar que los precios del petróleo suban lo suficiente para seguir financiando el sistema rentista, clientelista y populista que tan bien le funcionó a Chávez durante catorce años.
Es una apuesta incierta basada en un hecho probabilístico, pero, además, es una idea deplorable. Mantener por dos años más un gobierno que ha demostrado su incapacidad para resolver la crisis económica y social que él mismo generó y que ni siquiera reconoce, es un duro golpe contra el pueblo venezolano que está sufriendo las consecuencias de la escasez, la inflación y la inseguridad. Las condiciones económicas, políticas y sociales son cada día más penosas. El descontento de la gente crece constantemente, la inflación devora los aumentos salariales que el presidente decreta cada dos o tres meses y el crimen es una lotería de muerte que se sortea diariamente en todas las calles de Venezuela. Si no hay cambios reales positivos a corto plazo la desesperación de las masas puede rebasar las barreras del miedo y originar una explosión social similar a la de febrero de 1989. El gobierno lo sabe y por eso ha declarado un estado de excepción y realiza maniobras militares preparando la respuesta, que no sería otra que una sangrienta represión.
Aun si se realizara el referéndum revocatorio este año y la oposición asumiera el poder político, la situación del país no dejaría de ser extremadamente difícil. La crisis económica tendría que ser resuelta en muy breve plazo porque sus efectos son devastadores para cualquier gobierno. Habría que reacomodar el país en todos sus aspectos dado el deterioro generalizado en que se encuentra. El chavismo pasaría a la oposición con mucha agresividad y seguramente también con mucha violencia porque sus dirigentes, que no han evolucionado políticamente nada, siguen apegados a las ideas revolucionarias, socialistas y marxistas de los años sesenta que originaron la insurrección y las guerrillas castro-comunistas. Ideas que luego de ser derrotadas se infiltraron en las Fuerzas Armadas Nacionales para reaparecer treinta años más tarde con el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR-200) de Hugo Chávez y compañía. Esa ideología, pese a su anacronismo y demostrada nulidad, sigue en el poder, monopoliza las armas legales e ilegales, tiene muy pocos escrúpulos y quiere seguir gobernando. He ahí el problema de nuestro aquí y ahora.
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