Al Vaticano rogando y con el mazo dando
El gobierno y la oposición tienen definidas agendas y objetivos. Unos, para retener el poder. Los otros, para lograr el cambio político. El colapso de las instituciones y el Estado de Derecho ha dejado a Venezuela huérfana de instancias legales y legítimas para dirimir el conflicto político. Como una forma de reforzar su agenda, mas no de resolver la crisis política, el gobierno recurre una vez más al socorrido subterfugio del diálogo 3.0 (versión de los diálogos fallidos de 2002 y 2014).
Para esta nueva maniobra el régimen contrató los servicios de operadores políticos como los expresidentes José Luis Rodríguez Zapatero, Leonel Fernández y Martín Torrijos. Su rol de acompañantes es impulsar la agenda del gobierno para seguir en el poder. Parte de ello implica esfuerzos por retardar eventos y el cronograma electoral hasta que la situación sea más favorable al régimen, tal como ha ocurrido antes.
Por su parte, la oposición, representada en la MUD, es la depositaria de la confianza de millones de venezolanos que esperan un cambio político inmediato. El reto parece más una misión imposible: presionar desde la calle para activar los mecanismos institucionales que permitirían una transición política y pacífica del poder. Sobre todo, con un régimen que asegura que no saldrá de Miraflores ni con balas ni con votos.
La falta de eficacia de los ex presidentes para lograr un acuerdo gobierno-oposición que le fuese favorable es lo que ha llevado al gobierno a abrirse más y permitir el acompañamiento del Vaticano. El propósito sería, en primera instancia, arrancarle a la oposición un acuerdo que difiera cualquier confrontación electoral hasta un momento incierto. Si esto fracasa, al menos quemar tiempo para mover un eventual proceso revocatorio para después del 11 de enero de 2017. En ambos casos, jugando a la desmovilización de la sociedad y al desprestigio de la oposición.
El Vaticano ha entrado en el proceso del diálogo en una forma mucho más activa dejando muy claro que su papel no es el de mediación sino de acompañamiento. El cardenal Claudio María Celli ha reconocido la grave crisis política y social que vive Venezuela, pero ha dicho que últimamente corresponde a los actores del diálogo encontrar una solución; de lo contrario, habrá sangre. El Vaticano apuesta a una solución pacífica, pero al mismo tiempo tiene su propia agenda. Usará su prestigio para lograr que las partes, por lo menos, se sienten a conversar sin poder garantizar los resultados.
Ya los buenos oficios del Vaticano lograron suspender la marcha a Miraflores del 3-N y el juicio político a Nicolás Maduro. Logro importante en su gestión de acompañamiento si se consideran las potenciales desastrosas consecuencias que esto podría traer para la oposición. Por el contrario, el gobierno no ha dado la muestra de apertura que se le ha pedido. Para ellos todo parece reducido a diluir cualquier intento de cambio a unas mesas temáticas que presentarán resultados en tiempos bíblicos. Es decir, el Vaticano no parece tener la misma ascendencia en el régimen.
El cardenal Claudio María Celli entiende la política y no se hace ilusiones. Celli ha dicho con claridad: “Hay gente que no tiene miedo de que haya derramamiento de sangre”. Solo quien tiene el poder y el respaldo de fuerzas armadas y los colectivos sin control de la ley puede ser indiferente ante el derramamiento de sangre. Que haya muertos no es un argumento que va a lograr mover al régimen de su posición.
Las gestiones de acompañamiento del Vaticano son un espacio que se debe aprovechar para delinear con precisión los puntos para una transición política, pacífica y democrática. Sin hacerse ilusiones. Sin descartar otras opciones. La oposición no debería desactivar ninguna iniciativa para derrocar al régimen de Nicolás Maduro, ni siquiera por petición del Vaticano. Sobre todo, cuando su vocero calificado confirma que hay una de las partes que no está dispuesta a renunciar a la violencia. Hay que dialogar, pero hay que seguir movilizando a la calle. Al Vaticano rogando, pero con el mazo dando. Todo al mismo tiempo.
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