Con el diálogo hemos topado (II)
La respuesta al desmán de Nicolás Maduro contra el derecho ciudadano a votar no se hizo esperar. El 20 de octubre, en rueda de prensa de la MUD, Henrique Capriles sostuvo que “ser pacifista no significa ser pendejo” y denunció que el régimen había dado un golpe de Estado. Al día siguiente, desde la Asamblea Nacional, Julio Borges advirtió que ante esta realidad “el pueblo tiene el deber y el derecho a la rebelión” y Henry Ramos Allup anunció que el Poder Legislativo iniciaría de inmediato un juicio político a Maduro, exigió a la FAN “no ejecutar ni obedecer ningún acto o decisión que menoscabe los derechos del pueblo y convocó al pueblo a la defensa activa, constante y valiente de nuestra Carta Magna y del estado de Derecho”.
El proceso político entraba así en una nueva y decisiva fase. Sobre todo, porque el 26 de octubre, fecha en la que estaba previsto comenzar a recoger las firmas necesarias para activar el mecanismo revocatorio del mandato presidencial de Maduro, se produjo la toma de Venezuela, que además de haber sido una formidable demostración de fuerza popular, sirvió de muy propicio escenario para informar a la opinión pública venezolana y a la comunidad internacional que el primero de noviembre Maduro tendría que comparecer ante la plenaria de la Asamblea General, acusado de haber roto el hilo constitucional, y que el jueves 4 los 112 diputados de la oposición, acompañados por un pueblo comprometido a fondo con su obligación constitucional de devolverle su vigencia al ordenamiento jurídico democrático, marcharían hasta el palacio de Miraflores a entregarle a Maduro su carta de despido.
¿Qué ocurriría si los protagonistas del gran drama nacional no encontraban a tiempo una alternativa a esta mortal confrontación en ciernes? ¿Cedería esta vez el gobierno o de nuevo la oposición daría un paso atrás? ¿Hasta qué extremo estaba la oposición realmente resuelta a jugarse el todo por el todo a las puertas de Miraflores? ¿Asumiría el régimen de la revolución “bolivariana” la defensa numantina de un poder político que sus jefes no estaban dispuestos a entregar por las buenas ni por las malas?
Llegados a este punto crucial, reapareció en Venezuela el ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero y el cardenal suizo Emil Paul Tscherrig, enviado por el papa Francisco para incorporarse a los ex presidentes de la mediación internacional, hizo su presentación oficial en sociedad con un comunicado perturbador. Por una parte Tscherrig le notificaba al país que se había reunido por separado con representantes del gobierno y de la oposición. Por la otra, que en esos encuentros se había acordado abrir una mesa de diálogo el domingo 30 de mayo en la isla de Margarita.
La indignación y el asombro pasaron a ser de pronto los nuevos e ingratos ingredientes de la confusión y la incoherencia política de la oposición. Se escucharon entonces las primeras voces de opositores muy molestos. ¿De qué diálogo hablaba el mediador del Vaticano?, se preguntó un sorprendido Henrique Capriles, quien además confesó haberse enterado de la reunión por televisión. Lo mismo hicieron María Corina Machado y algunos dirigentes de Voluntad Popular. Luego circularon fotos que mostraban al cardenal suizo junto a Borges y otros dirigentes opositores. Más tarde se publicó otra foto, muchísimo más comprometida, en la que aparecía Jesús Torrealba en compañía de Jorge Rodríguez y demás representantes del gobierno. Tras un largo y culposo silencio, bien entrada la noche, la MUD admitió por fin que esa reuniones sí se habían realizado, Torrealba reconoció que en efecto los representantes de la oposición se reunirían con los del gobierno la noche del domingo, aunque aclaró que no en Margarita sino en Caracas y la Iglesia declaró que el comunicado de Tscherrig había sido un error comunicacional.
De todos modos, el domingo, tal como se decía en el dichoso comunicado, a las 7 y media de la noche, se inició el encuentro en un salón del museo Alejandro Otero. Con dos novedades, la de otro enviado del Vaticano, el arzobispo Claudio María Celli, en lugar de Tscherrig. La otra, para mayor indignación y asombro, con un Nicolás Maduro, sonriente y feliz, sentado en la cabecera de la mesa, entre Enrique Samper y Celli.
¿Otra vez caía la MUD en la trampa del régimen?
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