La OEA versus Maduro: ¿Realidad o sueño?
La OEA versus Maduro: ¿Realidad o sueño? |
Hay que frotarse muchas veces los ojos para estar seguro de
que no es una alucinación: el secretario general de la Organización de Estados
Americanos (OEA), Luis Almagro, ha enviado una carta contundente a la dictadura
venezolana denunciando una milyunanochesca lista de razones por las que no hay
garantías de que las elecciones legislativas del 6 de diciembre sean limpias.
EL DIARIO EXTEROR.COM, Actualizado 17 noviembre 2015
Álvaro Vargas Llosa
Almagro, el ex canciller uruguayo que de esta forma procura
honrar la tradición democrática de su país, dirige la misiva de 18 páginas aTibisay
Lucena, la presidenta del Consejo Nacional Electoral, en respuesta a la
decisión de esta entidad de no aceptar una misión de observadores de la OEA. Entre
muchas otras cosas, le reclama su “posicionamiento político”, critica la
inhabilitación de candidatos, la persecución judicial contra los adversarios,
la censura de prensa, el diseño de circunscripciones electorales para abultar
el voto del gobierno, y concluye que “no están dadas” las condiciones de
“transparencia y justicia electoral” elementales. Finalmente, en lo que se
puede leer también como un reproche no sólo a Caracas sino a gobiernos e
instituciones de otras partes, sentencia: “No podemos mirar a otro lado,
señora, ni usted ni yo”.
Almagro ya se había permitido gestos poco menos que estrambóticos para el cargo que ocupa en meses recientes.Por ejemplo, recibió públicamente -es decir, con testimonio gráfico de por medio- a las esposas de los presos políticos más famosos del país: Lilian Tintori (Leopoldo López, encarcelado en Ramo Verde), Patricia de Ceballos (Daniel Ceballos, con arresto domiciliario tras pasar un período en una cárcel para presos comunes) y Mitzy Capriles (Antonio Capriles, con arresto domiciliario luego de su paso por Ramo Verde). Además, tuvo la osadía no sólo de ofrecer una misión de observadores, sino de hacerlo con cierta insistencia y de manera también pública.
Entraña un riesgo peligrosísimo decretar que la Secretaría General de la OEA ha dejado de ser una institución cómplice del chavismo por activa o pasiva, pero da la impresión de que Almagro tiene un sentido un poco más serio de lo que es su misión que algunos antecesores recientes. O por lo menos de que conoce mejor el amplio aparato jurídico del sistema interamericano con el que el régimen de Venezuela está en grosero conflicto, y que exige de las instituciones -y por tanto los funcionarios- que lo encarnan algo más que la vista gorda o las dispensas burocráticas.
Que el gobierno uruguayo, por boca del ministro de Economía,Daniel Astori, haya calificado de “magnífica” la misiva y haya ponderado su “equilibrio” indica que Almagro ha ejercido aquello que se espera de un secretario general: liderazgo. Ha sido práctica común de los secretarios generales de la OEA más recientes, y muy especialmente del último, escudarse, para no actuar en contra de las violaciones a la legalidad perpetradas por regímenes de izquierda, en que ellos no podían hacer nada si no lo determinaban los gobiernos que forman parte del organismo. Además de ser contradictorio con la actitud que tomaban cuando se trataba de actuar contra regímenes de derecha, el argumento rezumaba comodidad, apoltronamiento, desidia. La Secretaría General de la OEA no debería ser una sinecura; la función de quien la ejerce debería ser desvelarse por el cumplimiento de las reglas de juego interamericanas. Como mínimo, quien ostenta ese cargo debería hacer uso del famoso “bully pulpit” del que hablaba Theodore Roosevelt y aprovechar la tribuna para influir en favor de las libertades elementales.
Almagro parece, con lo que ha hecho, dispuesto a la incomodidad. Ya había recibido una descarga de fusilería verbal de la dictadura por reunirse con Lilian, Patricia y Mitzy, y por haber ofrecido observadores. Ahora, por ponerle al régimen un espejo en la cara ante lo que se viene el 6 de diciembre ha sido atacado por diversos voceros, entre ellos ese modelo de buenas formas, conducta ética y legalidad que es Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea General. El rimbombante caballero ha rechazado la “amenaza” de Almagro y asegurado que la OEA es la institución “más pervertida, corrompida y desprestigiada del mundo”.
A lo largo de muchos años, la alta jerarquía de la OEA ha obviado el uso de los varios instrumentos jurídicos que esa institución tiene a su alcance para intervenir en defensa de la legalidad y la democracia en Venezuela: el preámbulo y el artículo 1 de la Carta de la OEA; los artículos 1, 3, 8, 18 y 19 de la Carta Democrática Interamericana; por último, el preámbulo y el artículo 1 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos. Hubiera podido también invocar documentos no propiamente de la OEA y del sistema interamericano, pero sí de organismos o iniciativas de integración y coordinación latinoamericana -como Unasur o el Celac- de las que forman parte países que a su vez pertenecen al organismo hemisférico.
Nada permite asegurar que una mayor intervención de la OEA hubiera logrado óptimos resultados. Una prueba de lo difícil que es lograrlos en un caso como el de Venezuela es que un organismo que pertenece a la OEA aunque funciona con autonomía, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (y por añadidura la corte), sí ha intervenido en cumplimiento de su deber y no han podido modificar el curso de los acontecimientos. Pero es evidente que, si las instituciones del sistema interamericano en su conjunto y los líderes que las encarnan hubiesen actuado a tiempo y de acuerdo con su deber, el precio a pagar por parte del chavismo hubiese sido mucho mayor. Habría tardado mucho menos tiempo el resto del mundo en entender lo que pasaba allí y quizá la dictadura habría tenido bastantes más dificultades internas para consolidar su aparato represivo y su dominio de las instituciones. Tal vez las víctimas del régimen hubieran obtenido la protección de la publicidad internacional que tanto les ha costado conseguir.
Una carta de Almagro no logrará evitar el fraude electoral el 6 de diciembre. Pero sí le eleva el precio de antemano, poniendo al mundo democrático en aviso de lo que está por suceder. Con ello, además, evitará la confusión que, por ejemplo, se produjo tras la espuria elección de Maduro, cuando algunos gobiernos denunciaron el fraude, o por lo menos graves irregularidades, y otros, especialmente los de Unasur, se precipitaron a darle un reconocimiento cuyas consecuencias hoy conocemos todos.
La carta de Almagro no garantiza nada y tampoco sabemos a estas alturas si el secretario general de la OEA dará un seguimiento adecuado a lo que ha hecho. Pero lo compromete: la lógica y la coherencia dictan que, si el jefe de la OEA denuncia un cúmulo de trampas antes de una elección, una vez cometido el fraude lo ponga en evidencia y trate de actuar en consecuencia. En este caso, por ejemplo, llamando la atención del Consejo Permanente y usando sus contactos diplomáticos para convencer a uno o más Estados miembros de que pidan una Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores. Ello, además de utilizar el “bully pulpit” con energía, como lo usó su antecesor en Honduras (con dudosa razón en ese caso).
Un factor que puede ayudar a dinamizar a la OEA y dar cobertura política a Almagro si decide seguir actuando con firmeza en el caso de Venezuela es Mauricio Macri. La casi segura victoria del líder de la oposición al kirchnerismo en Argentina el 22 de este mes abre un escenario interesantísimo en las relaciones hemisféricas. Macri se ha tomado la liberación de Leopoldo López y otros presos políticos en Venezuela casi como un asunto personal y ha pedido a las instituciones americanas actuar con claridad. Un Macri triunfador y autor poco menos que de una hazaña -la derrota de uno de los populismos más poderosos de América Latina- puede modificar la composición de fuerzas en la OEA, donde la Argentina de Kirchnerha jugado un papel determinante cada vez que se ha intentado tímidamente hacer algo. Una de las razones por las que ha sido difícil tener éxito para los pocos países interesados en llevar el caso venezolano a la OEA en distintos momentos es la capacidad de intimidación que la hermandad populista ha ejercido contra la mayoría. Esa hermandad, de por sí considerablemente debilitada por el acabose económico que viven algunos de sus gobiernos, tendrá una capacidad mucho menor de intimidación si Argentina, uno de sus miembros, gira radicalmente en esta materia.
Ayuda mucho a Almagro y a quienes desde la OEA pretendan recuperar algo de la dignidad perdida lo que está sucediendo en el campo de la justicia internacional. La noticia de que dos parientes de Maduro y su mujer, la incendiaria Cilia Flores, han sido capturados por la DEA y trasladados a Nueva York para ser juzgados por narcotráfico fortalece considerablemente la idea de que el chavismo se ha convertido en una mafia. Como es sabido, la Fiscalía de Nueva York y otros órganos jurisdiccionales de los Estados Unidos llevan tiempo recogiendo pruebas que incriminan al régimen. Cuentan para ello con la ayuda de desertores como el ex jefe de seguridad de Diosdado Cabello, Leamsy Salazar, y testimonios de muchos militares que se han fugado de Venezuela.
El agravamiento del horizonte penal de los capitostes de la dictadura tiene obvias implicaciones en el frente internacional: hace muy difícil que los defensores del chavismo, o por lo menos los timoratos que han evitado actuar en defensa de la Carta Democrática Interamericana, mantengan el respaldo explícito o tácito a Caracas. Poco a poco se ha vuelto indefendible todo lo que allí sucede porque ya no se trata de una dictadura de izquierdas sino de un régimen al que diversas instancias norteamericanas atribuyen el papel de tránsito oficial de la droga que viene de Colombia hacia el norte.
Otro peso pesado sudamericano, el mayor de todos, Brasil, ha modificado su actitud hacia el régimen de Maduro, algo que seguramente Almagro no pierde de vista. Aunque no ha dado el paso de denunciar abiertamente las tropelías que se están cometiendo, ha tomado una clara distancia, forzada por su situación interna. El gobierno de Dilma está muy presionado por el Congreso de su país en la delicada coyuntura que vive por los escándalos de corrupción y el proceso conocido como “petrolao”. El Congreso brasileño, donde el partido oficialista no tiene mayoría en solitario, es desde hace años muy crítico del chavismo y de la línea de Brasilia respecto de Caracas.
Algo se mueve por fin en el ámbito latinoamericano en relación con Venezuela, reflejo a su vez de la recomposición ideológica y política que se empieza a insinuar en la región tras el fin del “boom” de los commodities y el declive pronunciado de los autoritarios. Pero mejor frotémonos bien los ojos cien veces antes de decretar que es cierto lo que estamos viendo. No vaya a ser que la cruda realidad se burle de nosotros.
Almagro ya se había permitido gestos poco menos que estrambóticos para el cargo que ocupa en meses recientes.Por ejemplo, recibió públicamente -es decir, con testimonio gráfico de por medio- a las esposas de los presos políticos más famosos del país: Lilian Tintori (Leopoldo López, encarcelado en Ramo Verde), Patricia de Ceballos (Daniel Ceballos, con arresto domiciliario tras pasar un período en una cárcel para presos comunes) y Mitzy Capriles (Antonio Capriles, con arresto domiciliario luego de su paso por Ramo Verde). Además, tuvo la osadía no sólo de ofrecer una misión de observadores, sino de hacerlo con cierta insistencia y de manera también pública.
Entraña un riesgo peligrosísimo decretar que la Secretaría General de la OEA ha dejado de ser una institución cómplice del chavismo por activa o pasiva, pero da la impresión de que Almagro tiene un sentido un poco más serio de lo que es su misión que algunos antecesores recientes. O por lo menos de que conoce mejor el amplio aparato jurídico del sistema interamericano con el que el régimen de Venezuela está en grosero conflicto, y que exige de las instituciones -y por tanto los funcionarios- que lo encarnan algo más que la vista gorda o las dispensas burocráticas.
Que el gobierno uruguayo, por boca del ministro de Economía,Daniel Astori, haya calificado de “magnífica” la misiva y haya ponderado su “equilibrio” indica que Almagro ha ejercido aquello que se espera de un secretario general: liderazgo. Ha sido práctica común de los secretarios generales de la OEA más recientes, y muy especialmente del último, escudarse, para no actuar en contra de las violaciones a la legalidad perpetradas por regímenes de izquierda, en que ellos no podían hacer nada si no lo determinaban los gobiernos que forman parte del organismo. Además de ser contradictorio con la actitud que tomaban cuando se trataba de actuar contra regímenes de derecha, el argumento rezumaba comodidad, apoltronamiento, desidia. La Secretaría General de la OEA no debería ser una sinecura; la función de quien la ejerce debería ser desvelarse por el cumplimiento de las reglas de juego interamericanas. Como mínimo, quien ostenta ese cargo debería hacer uso del famoso “bully pulpit” del que hablaba Theodore Roosevelt y aprovechar la tribuna para influir en favor de las libertades elementales.
Almagro parece, con lo que ha hecho, dispuesto a la incomodidad. Ya había recibido una descarga de fusilería verbal de la dictadura por reunirse con Lilian, Patricia y Mitzy, y por haber ofrecido observadores. Ahora, por ponerle al régimen un espejo en la cara ante lo que se viene el 6 de diciembre ha sido atacado por diversos voceros, entre ellos ese modelo de buenas formas, conducta ética y legalidad que es Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea General. El rimbombante caballero ha rechazado la “amenaza” de Almagro y asegurado que la OEA es la institución “más pervertida, corrompida y desprestigiada del mundo”.
A lo largo de muchos años, la alta jerarquía de la OEA ha obviado el uso de los varios instrumentos jurídicos que esa institución tiene a su alcance para intervenir en defensa de la legalidad y la democracia en Venezuela: el preámbulo y el artículo 1 de la Carta de la OEA; los artículos 1, 3, 8, 18 y 19 de la Carta Democrática Interamericana; por último, el preámbulo y el artículo 1 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos. Hubiera podido también invocar documentos no propiamente de la OEA y del sistema interamericano, pero sí de organismos o iniciativas de integración y coordinación latinoamericana -como Unasur o el Celac- de las que forman parte países que a su vez pertenecen al organismo hemisférico.
Nada permite asegurar que una mayor intervención de la OEA hubiera logrado óptimos resultados. Una prueba de lo difícil que es lograrlos en un caso como el de Venezuela es que un organismo que pertenece a la OEA aunque funciona con autonomía, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (y por añadidura la corte), sí ha intervenido en cumplimiento de su deber y no han podido modificar el curso de los acontecimientos. Pero es evidente que, si las instituciones del sistema interamericano en su conjunto y los líderes que las encarnan hubiesen actuado a tiempo y de acuerdo con su deber, el precio a pagar por parte del chavismo hubiese sido mucho mayor. Habría tardado mucho menos tiempo el resto del mundo en entender lo que pasaba allí y quizá la dictadura habría tenido bastantes más dificultades internas para consolidar su aparato represivo y su dominio de las instituciones. Tal vez las víctimas del régimen hubieran obtenido la protección de la publicidad internacional que tanto les ha costado conseguir.
Una carta de Almagro no logrará evitar el fraude electoral el 6 de diciembre. Pero sí le eleva el precio de antemano, poniendo al mundo democrático en aviso de lo que está por suceder. Con ello, además, evitará la confusión que, por ejemplo, se produjo tras la espuria elección de Maduro, cuando algunos gobiernos denunciaron el fraude, o por lo menos graves irregularidades, y otros, especialmente los de Unasur, se precipitaron a darle un reconocimiento cuyas consecuencias hoy conocemos todos.
La carta de Almagro no garantiza nada y tampoco sabemos a estas alturas si el secretario general de la OEA dará un seguimiento adecuado a lo que ha hecho. Pero lo compromete: la lógica y la coherencia dictan que, si el jefe de la OEA denuncia un cúmulo de trampas antes de una elección, una vez cometido el fraude lo ponga en evidencia y trate de actuar en consecuencia. En este caso, por ejemplo, llamando la atención del Consejo Permanente y usando sus contactos diplomáticos para convencer a uno o más Estados miembros de que pidan una Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores. Ello, además de utilizar el “bully pulpit” con energía, como lo usó su antecesor en Honduras (con dudosa razón en ese caso).
Un factor que puede ayudar a dinamizar a la OEA y dar cobertura política a Almagro si decide seguir actuando con firmeza en el caso de Venezuela es Mauricio Macri. La casi segura victoria del líder de la oposición al kirchnerismo en Argentina el 22 de este mes abre un escenario interesantísimo en las relaciones hemisféricas. Macri se ha tomado la liberación de Leopoldo López y otros presos políticos en Venezuela casi como un asunto personal y ha pedido a las instituciones americanas actuar con claridad. Un Macri triunfador y autor poco menos que de una hazaña -la derrota de uno de los populismos más poderosos de América Latina- puede modificar la composición de fuerzas en la OEA, donde la Argentina de Kirchnerha jugado un papel determinante cada vez que se ha intentado tímidamente hacer algo. Una de las razones por las que ha sido difícil tener éxito para los pocos países interesados en llevar el caso venezolano a la OEA en distintos momentos es la capacidad de intimidación que la hermandad populista ha ejercido contra la mayoría. Esa hermandad, de por sí considerablemente debilitada por el acabose económico que viven algunos de sus gobiernos, tendrá una capacidad mucho menor de intimidación si Argentina, uno de sus miembros, gira radicalmente en esta materia.
Ayuda mucho a Almagro y a quienes desde la OEA pretendan recuperar algo de la dignidad perdida lo que está sucediendo en el campo de la justicia internacional. La noticia de que dos parientes de Maduro y su mujer, la incendiaria Cilia Flores, han sido capturados por la DEA y trasladados a Nueva York para ser juzgados por narcotráfico fortalece considerablemente la idea de que el chavismo se ha convertido en una mafia. Como es sabido, la Fiscalía de Nueva York y otros órganos jurisdiccionales de los Estados Unidos llevan tiempo recogiendo pruebas que incriminan al régimen. Cuentan para ello con la ayuda de desertores como el ex jefe de seguridad de Diosdado Cabello, Leamsy Salazar, y testimonios de muchos militares que se han fugado de Venezuela.
El agravamiento del horizonte penal de los capitostes de la dictadura tiene obvias implicaciones en el frente internacional: hace muy difícil que los defensores del chavismo, o por lo menos los timoratos que han evitado actuar en defensa de la Carta Democrática Interamericana, mantengan el respaldo explícito o tácito a Caracas. Poco a poco se ha vuelto indefendible todo lo que allí sucede porque ya no se trata de una dictadura de izquierdas sino de un régimen al que diversas instancias norteamericanas atribuyen el papel de tránsito oficial de la droga que viene de Colombia hacia el norte.
Otro peso pesado sudamericano, el mayor de todos, Brasil, ha modificado su actitud hacia el régimen de Maduro, algo que seguramente Almagro no pierde de vista. Aunque no ha dado el paso de denunciar abiertamente las tropelías que se están cometiendo, ha tomado una clara distancia, forzada por su situación interna. El gobierno de Dilma está muy presionado por el Congreso de su país en la delicada coyuntura que vive por los escándalos de corrupción y el proceso conocido como “petrolao”. El Congreso brasileño, donde el partido oficialista no tiene mayoría en solitario, es desde hace años muy crítico del chavismo y de la línea de Brasilia respecto de Caracas.
Algo se mueve por fin en el ámbito latinoamericano en relación con Venezuela, reflejo a su vez de la recomposición ideológica y política que se empieza a insinuar en la región tras el fin del “boom” de los commodities y el declive pronunciado de los autoritarios. Pero mejor frotémonos bien los ojos cien veces antes de decretar que es cierto lo que estamos viendo. No vaya a ser que la cruda realidad se burle de nosotros.
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