Samper, el parcial
7 DE NOVIEMBRE 2016 - 11:05 PM CET
7 DE NOVIEMBRE 2016 - 11:05 PM CET
Los facilitadores de un diálogo deben ser imparciales. Se les busca como fieles de la balanza, para que nadie sienta que una de las partes saca ventajas indebidas. Están para ayudar, trabajo delicado en el cual más les vale guardar silencio, o hacer sugerencias cautelosas que no trasciendan, que no circulen por la mitad de la calle, para evitar las interferencias. De lo contrario, no son facilitadores, sino exactamente lo contrario.
A lo largo de la historia nadie ha visto a un facilitador haciendo trabajos de entorpecimiento. Le corresponde caminar hacia las paces, sin poner zancadillas. Tiene la obligación de evitar roces en la piel de los dialogantes, que es propensa a las ronchas. Debe ocuparse de que ni siquiera el pétalo de una rosa moleste a unos adversarios que no se miran a la cara por gusto, sino por obligación, porque no les queda más remedio. Debe poner tafetanes y cómodos cojines en los asientos, para que nadie se levante en hora inoportuna. Está obligado con la amabilidad y con las buenas caras, no vaya a ser que un gesto, por pequeño que sea, conduzca de nuevo a la batalla que se quiere evitar.
El ex presidente Ernesto Samper hace exactamente lo que no viene en el libreto de los facilitadores ejemplares. No solo por sus carantoñas con Nicolás Maduro y con los burócratas del alto gobierno, que abundan en las gráficas de los periódicos y en sus habituales visitas al palacio de Miraflores, sino por la carta que se ha atrevido a redactar con instrucciones para los dialogantes.
Ya no se conforma con ser la pareja de baile preferida del chavismo, sino que ahora también arremete con un manual de instrucciones absolutamente contraproducente. Lo que le faltó fue decirles cuándo debían cruzar las piernas y estirar los brazos en el fragor de las conversaciones.
Los dialogantes solo deben pedir lo que conviene, pontificó Samper. Nada de solicitudes exageradas ni de poses desentonadas. No es el turno para las exageraciones, aseguró, sino solo para propuestas comedidas que no aturdan al interlocutor ni circulen indebidamente ante el público. Es tiempo de moderación, quiso decir, como si de él dependiera la suerte de unos contactos en cuyo contenido solo se debe mezclar para que se conviertan en realidad.
Estamos así ante el insólito caso de un auxiliador que se convierte en escollo, o de un lastre que impide la navegación del barco, como si ya no hubieran escollos suficientes para un itinerario cuyo destino no parece prometedor.
El presidente Santos no tomó esos consejos cuando se puso a dialogar con las FARC, seguramente porque tuvo la cautela de evitar una asesoría tan descaradamente sesgada e imprudente. La MUD no pudo evitar que el entrometido ayudante estuviera en el prólogo de su necesidad de tratar con el régimen, pero ya le ha contestado con indiscutible firmeza. Cierre la boca, señor Samper, no se meta en camisa de once varas, no se quite la máscara de forma tan exagerada, pide y reclama un documento de los partidos de la oposición.
Ojalá pudieran echarlo del lugar de las conversaciones, si se quiere pensar en la posibilidad de llegar a acuerdos concretos.
Los facilitadores de un diálogo deben ser imparciales. Se les busca como fieles de la balanza, para que nadie sienta que una de las partes saca ventajas indebidas. Están para ayudar, trabajo delicado en el cual más les vale guardar silencio, o hacer sugerencias cautelosas que no trasciendan, que no circulen por la mitad de la calle, para evitar las interferencias. De lo contrario, no son facilitadores, sino exactamente lo contrario.
A lo largo de la historia nadie ha visto a un facilitador haciendo trabajos de entorpecimiento. Le corresponde caminar hacia las paces, sin poner zancadillas. Tiene la obligación de evitar roces en la piel de los dialogantes, que es propensa a las ronchas. Debe ocuparse de que ni siquiera el pétalo de una rosa moleste a unos adversarios que no se miran a la cara por gusto, sino por obligación, porque no les queda más remedio. Debe poner tafetanes y cómodos cojines en los asientos, para que nadie se levante en hora inoportuna. Está obligado con la amabilidad y con las buenas caras, no vaya a ser que un gesto, por pequeño que sea, conduzca de nuevo a la batalla que se quiere evitar.
El ex presidente Ernesto Samper hace exactamente lo que no viene en el libreto de los facilitadores ejemplares. No solo por sus carantoñas con Nicolás Maduro y con los burócratas del alto gobierno, que abundan en las gráficas de los periódicos y en sus habituales visitas al palacio de Miraflores, sino por la carta que se ha atrevido a redactar con instrucciones para los dialogantes.
Ya no se conforma con ser la pareja de baile preferida del chavismo, sino que ahora también arremete con un manual de instrucciones absolutamente contraproducente. Lo que le faltó fue decirles cuándo debían cruzar las piernas y estirar los brazos en el fragor de las conversaciones.
Los dialogantes solo deben pedir lo que conviene, pontificó Samper. Nada de solicitudes exageradas ni de poses desentonadas. No es el turno para las exageraciones, aseguró, sino solo para propuestas comedidas que no aturdan al interlocutor ni circulen indebidamente ante el público. Es tiempo de moderación, quiso decir, como si de él dependiera la suerte de unos contactos en cuyo contenido solo se debe mezclar para que se conviertan en realidad.
Estamos así ante el insólito caso de un auxiliador que se convierte en escollo, o de un lastre que impide la navegación del barco, como si ya no hubieran escollos suficientes para un itinerario cuyo destino no parece prometedor.
El presidente Santos no tomó esos consejos cuando se puso a dialogar con las FARC, seguramente porque tuvo la cautela de evitar una asesoría tan descaradamente sesgada e imprudente. La MUD no pudo evitar que el entrometido ayudante estuviera en el prólogo de su necesidad de tratar con el régimen, pero ya le ha contestado con indiscutible firmeza. Cierre la boca, señor Samper, no se meta en camisa de once varas, no se quite la máscara de forma tan exagerada, pide y reclama un documento de los partidos de la oposición.
Ojalá pudieran echarlo del lugar de las conversaciones, si se quiere pensar en la posibilidad de llegar a acuerdos concretos.
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