martes, 29 de noviembre de 2016

Fidel Castro Ruz

Fidel Castro Ruz


Cuando el 30 de abril de 1945, a diez días de haber cumplido los 56 años, el mundo se enteró de la muerte de Adolfo Hitler, nadie osó manifestar sus condolencias. Por supuesto: Pío XII mantuvo el más solemne silencio. ¿Cómo el papa de la cristiandad iba a expresar su pesar por la muerte de un asesino serial, responsable de la mayor conflagración mundial de la historia y del aberrante holocausto de seis millones de judíos? ¿Cómo iban a expresar algún signo de dolor quienes tenían perfecta conciencia de que había sido un tirano, de que impulsado por sus odios y atávicos rencores había llevado a su pueblo al peor desastre de su historia, empujando a la humanidad al borde de su abismo? ¿Cómo atribularse por la muerte de quien era el responsable directo de la muerte de decenas de millones de seres humanos sacrificados en las hogueras de la guerra más espantosa de toda nuestra historia?
Digo “nuestra” y me equivoco. Latinoamérica fue excluida, para su inmensa fortuna, de los desastres de la guerra. Pero no fue excluida de los efectos devastadores del ejemplo del caudillo más sanguinario que ha conocido la historia contemporánea. Sobre dos de ellos provocó afanes tan apocalípticos y devastadores como los que el caporal austriaco llevara a la práctica: Juan Domingo Perón y Fidel Castro. Pero fue éste último, financiado y aupado hacia el Poder por el coronel argentino, quien extrajera de MEIN KAMPF – Mi Lucha - los más útiles consejos  para reiniciar la andadura terrorífica de Adolfo Hitler, asaltar el Poder en su isla natal, convertirla en la hacienda de sus iniquidades y atropellos e intentar durante toda su vida hacer del continente pasto de sus delirios totalitarios.
¿Por qué razón todos callaron a la muerte y cremación de los restos del político y guerrero más destacado de la historia alemana del Siglo XX, mientras que a la muerte de su epígono – tan cruel, tan implacable, tan inhumano y devastador como su modelo austro alemán – desde el Sumo Pontífice, el argentino Jorge Bergoglio, SS Francisco, hasta la presidenta chilena Michelle Bachelet e incluso el Secretario General de la OEA, un demócrata intachable y a carta cabal como el uruguayo Luis Almagro – expresan sus sentidas condolencias por la muerte del principal responsable de la muerte de miles y miles de cubanos y latinoamericanos ofrendados en las guerras de guerrillas inspiradas, dirigidas, organizadas y financiadas bajos su ejemplo y sus órdenes?
Me he negado a seguir el ominoso obituario del caudillo más siniestro habido en la historia republicana de América Latina. Ni siquiera comparable al Dr. Francia o al mismo Fulgencio Batista, que le sirviera el pretexto para que él asaltara el Poder tras la promesa de democratizar la isla para sumirla en la miseria, la humillación, la tiranía y la barbarie. ¿Qué rescoldos de innominadas aspiraciones automutiladoras arden en el fondo de los corazones de quienes, aún habiendo dado pruebas de su talante eminentemente democrático, se niegan a reconocer la aviesa naturaleza del tirano más siniestro de nuestra historia? ¿Qué nos lleva a prohijar la condena de un tirano fascista de derechas como Adolfo Hitler y a endiosar a un tirano fascista de izquierdas, como Fidel Castro? Las diferencias entre uno y otros son de índole estrictamente cuantitativas, no cualitativas. Su cuñado, el senador Díaz Balart tenía absoluta razón cuando en 1956 lo calificaba de fascista redomado y presagiaba que se entregaría a la Unión Soviética sólo porque Hitler estaba muerto y el fascismo había perdido la partida. Que a ser por él, se entregaría en cuerpo y alma al ejemplo del genocida alemán. Siguió el de Stalin y el del materialismo histórico. Una sutil maniobra que le proveyó el arsenal justificatorio para sus tiránicas ambiciones. Ya lo sabemos_ quien asesina en nombre del Manifiesto Comunista es doblemente perdonado. Incluso por los dos papas que hacen vida en el Vaticano.
No me complace una muerte que llega con medio siglo de atraso. Pero me avergüenza constatar, una vez más, la miope complicidad de las democracias y los demócratas con las tiranías y los tiranos, si se dicen de izquierda y proceden según el fracasado y devastador ejemplo del marxismo leninismo.

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