Líneas tardías: Tamara no se pierde en el laberinto de la incomprensión
El largometraje se estrenó la semana pasada en la cartelera nacional. Está inspirado en la vida de la diputada y activista Tamara Adrián
Tamara pudo haber sido una morisqueta, pero no.La cineasta Elia Schneider logra una película convincente, tensa, conmovedora y con una justa dosis de denuncia en una sociedad que puede llegar a ser vil por el prejuicio y la omisión.
El largometraje inspirado en la vida de la activista y diputada a la Asamblea Nacional Tamara Adrián muestra a un personaje en principio confundido, atormentado por las pulsiones de lo que verdaderamente es y el peso que obliga a comer los trozos de pan del camino considerado correcto.
Luis Fernández dio la cara al reto y salió bien librado al interpretar a la mujer que es Tamara. Su trabajo dejará atrás cualquier predisposición que exista con respecto al actor, a quien aman u odian. Sin medias tintas.
Aunque los responsables del filme digan que la obra es sincretismo a través de la ficción, el eje es claro. Se trata de una producción en la que Tamara Adrián es un referente casi omnipresente, imposible de apartar, por más que haya momentos no apegados a la realidad. Incluso hay un cameo de ella en uno de los momentos más importantes de la producción.
La película recientemente estrenada en Venezuela tiene bajones claros. El primero tiene que ver con la ubicación en el tiempo durante el largometraje. Al espectador le costará ubicarse en una década, pues no hay referentes en las escenas que permitan una diferenciación. El año 1990 puede ser también el 2000.
Otro problema, exclusivo para el público venezolano, es la elección de Mimí Lazo como madre del protagonista. Nadie se lo cree, sólo causa gracia en la sala.
Una vez superadas estas costuras, Tamara se crece con una historia pertinente de denuncia, que mantiene buena parte del espíritu de Yo, indocumentada, el documental de Andrea Baranenko estrenado en 2011 en el que expone varios casos de personas transgénero, entre ellas Tamara Adrián, con problemas legales por no poseer los papeles que corresponden con su realidad.
Schneider entonces toma esa verdad para hacer de ella una película sobre la vida de una persona atrapada también en la muchedumbre de una ciudad y su barbarie, con las caras y sus miradas de reojo que buscan destruir al que no comprenden, así como también la burocracia como laberinto y el vejamen como institución buscan aplastar al que se encuentra en aparente indefensión.
La cineasta logra cuidar algunos detalles importantes, como la diferencia entre los encuentros sexuales. El más explícito ocurre cuando como hombre debe demostrar lo que de él esperan antes de convertirse en abnegado esposo y padre. Luego las escenas son más sugerentes. No es que no haya pasión, y sí mucho recato, sino que subrayar es redundante cuando se quieren diferenciar acciones.
También destaca la dirección de actores de la cineasta, mérito importante para mantener la credibilidad y el vilo en una trama que puede caer en lo cursi e irrespetuoso.
Hay que estar claros que si bien la el filme venezolano busca trascender en el contexto nacional, tampoco hay una ruptura de paradigmas debido a su temática cuando se ubica en un entorno más amplio. Pero eso no le resta mérito a una historia acertada que se basa en una de las figuras con más resonancia en la defensa de los derechos humanos en Venezuela. Vale la pena ver.
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