El billete que resucitó
Nicolás quería hacer una gracia y le salió una morisqueta pero, para dolor de todos los venezolanos, fue morisqueta sangrienta, violenta y devastadora, de esas que nacen arrolladoramente cuando el pueblo se siente burlado por sus mandatarios y estafado en sus esperanzas. No se puede jugar de forma tan irresponsable con una sociedad que está atormentada por el hambre, por los sueldos miserables, por la inflación y por la amenaza inmediata del hampa que, hora a hora camina al costado del ciudadano esperando el momento oportuno.
La gente está harta de las medidas insípidas, estúpidas e infantiloides que se trasmiten desde lo más alto del poder y que nada significan y nada provocan que no sea algo más que un rechazo rotundo, más confirmación de que estamos en las manos de un equipo de ineptos que hace años les queda grande gobernar un país tan necesitado de alguien que, sin ser un sabio, tenga ciertas nociones de cómo manejar lo mejor posible las crisis cíclicas que nos atormentan y nos arruinan.
Lo ocurrido con el billete de cien bolívares es la demostración más palpable del agotamiento de este régimen y del fin de esta pesadilla que ya nada tiene que buscar en la historia. Con la cantidad de errores, de marchas y contramarchas, de babiecadas y torpezas que nos han llevado a esta fosa común en la que quieren enterrar a un país que una vez fue rico en posibilidades y proyectos de vida, al gobierno de Nicolás Maduro no le queda otra opción que apartarse del camino.
No se le pide nada extraño que otro gobernante no haya enfrentado y resuelto a favor de sus ciudadanos. En estos momentos en que por más que sus intervenciones en mítines, en la televisión, bailando salsa o en sus giras internacionales intente dar la impresión de que todavía le queda fuelle para seguir pedaleando desde Miraflores, que necesita un poco de paciencia porque ahora sí lo va a hacer bien. Pues lo lamentamos mucho, pero ya nadie le cree “ni tantico así”.
Está tan agotado como los productos de primera necesidad en los mercados, su palabra causa fastidio y desesperanza y aviva el odio contra los cabecillas de su partido, todos ellos rozagantes, cómodos y peor aún, rollizos.
El país ya no aguanta más y el PSUV debe apresurarse a renovar sus cuadros, retomar la razón y limpiar la casa si quieren prolongarse como partido en una futura Venezuela democrática. Este cambio es urgente porque cada día ocurren decenas de protestas en los pueblos del interior, en las ciudades, en las universidades y en los comercios, en los bancos públicos y en los hospitales. El olor a fracaso lo inunda todo y asfixia a la juventud que busca un futuro que hoy se lo niega una camarilla de civiles y militares.
La Fiscalía General confirmó ayer que tres personas murieron por disparos de arma de fuego en el estado Bolívar, durante las protestas generadas por el equivocado y peligroso discurso del señor Maduro sobre la vigencia del billete de cien bolívares. Decenas de locales fueron saqueados y los dueños de los comercios fueron golpeados e insultados. Ojalá el señor Maduro modere sus palabras porque el país puede terminar siendo un polvorín.
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