El riesgo de ignorar lo que sucede
El gobierno no quiere ser confundido con el pasado, pero lo cierto es que, procediendo como lo hace, demuestra desconocer la gravedad del presente
Toda América latina mira hoy con enorme tristeza y dolor a Venezuela. Con una profunda y justificada preocupación por la catástrofe económico-social y política en la que está sumergida y de la que no podrá salir mientras perdure el mandato de Nicolás Maduro, importador de un socialismo marxista con el mismo criterio servil y colonialista y, cabeza de un gobierno inepto, autoritario y corrupto.
Sólo la aplicación de un referendo revocatorio, previsto en la Constitución de la República Bolivariana, puede cambiar ese estado de cosas. La oposición lo impulsó y, como era esperable, el gobierno buscó por todos los medios negarlo, ya que de producirse, debería convocarse a elecciones presidenciales que perdería, sin duda alguna, Nicolás Maduro.
Toda nuestra cultura, toda nuestra civilización, es el resultado del precario equilibrio establecido entre la civilización y la guerra. Y no sería desacertado decir que gracias a esa sutil ponderación estamos vivos. Es posible que ambas actitudes formen parte de nuestros instintos más profundos y antagónicos y que existan para que una de las dos prevalezca de manera alternada, pero lo cierto es que la inteligencia aboga por la conversación, dado, que de otra manera, no tardaríamos mucho en extinguirnos definitivamente, como un tropel de animales feroces enloquecidos por el hambre.
Curiosamente, es siempre más difícil dialogar que reñir, pero siempre más difícil y, sin duda, más fructífero y acertado. Sobre este “artificio” provechoso se construye la democracia, en cualquiera de sus formas. Decir “artificio” significa que la convivencia política es obra de los arreglos negociados que tratan de saldar, de la manera más razonable posible, las diferencias que presentan las diversas conveniencias humanas. Por lo tanto, se trata de la obra de la inteligencia sobre las tendencias oscuras del instinto y sobre la inevitable presencia del conflicto.
En la guerra declarada y en los despotismos tiránicos, la naturaleza se impone a las construcciones convenientes para la supervivencia y, entonces, cuando ya ni siquiera existe el conflicto, las mejores funciones de la inteligencia son, básicamente, humilladas. Por eso, la palabra adversario reemplaza, en política, a la palabra enemigo y, cuando no lo hace, es la guerra, el fin de la conversación. O, dicho de otro modo, el fracaso del dialogo.
Esas dos líneas de peligro han aparecido ahora con más claridad que nunca y plantean, quizás, el más serio reto que debe afrontar este gobierno desde que asumió el poder.
En suma llevan un atraso de 17 años en cuanto a la configuración de una realidad política, hoy totalmente impracticable. Posiblemente se crean a sí mismos genuinos revolucionarios modernos, de ofrecer una alternativa de salvación que nadie hoy, está dispuesto a comprar. El gobierno ha resuelto no ceder a las demandas de la oposición. Pero esta negativa pone la conversación en suspenso y muestra que el peligro que se atisbaba hace meses ha cobrado su verdadera dimensión. El logro de un acuerdo que resulta aceptable para ambas partes, es un problema que, indudablemente, depende en forma casi exclusiva del gobierno.
Nicolás Maduro no parece comprender lo que la ciudadanía ya ha entendido, al ignorar la magnitud de lo que sucede, mina su propia base de sustentación. No es un complot opositor el que busca desestabilizar al gobierno, debiera advertir que es él, sobre todo su ceguera la que lo debilita. El gobierno no quiere ser confundido con el pasado, pero lo cierto es que, procediendo como lo hace, demuestra desconocer la gravedad del presente. Es obvio, que si el gobierno quiere probar que no está cerrado al dialogo con nadie, ni aún con los sectores más intransigentes, debe demostrar su buena voluntad con hechos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario