¿Ganadores?
Quizás estos fines compartidos nos puedan permitir pertenecer a una sociedad sin los ganadores a que se nos tiene acostumbrados
“Tienes que haber estado muy abajo para saber
cómo se construye algo, para medir lo que has construido.
Si no, siempre vas a atribuírselo a otro”.
Edmund de Waal, en “La liebre con ojos de ámbar.
Una herencia oculta”.
Siempre me ha llamado la atención, más allá de lo específico del deporte, la atribución y asunción de la condición de ganador, de ganadores. Más aun en el ámbito de lo político en el cual son muchas las aristas y variables que juegan en el atributo y, todavía más relevante, el carácter definitivamente temporal de dicha condición. En nuestra vapuleada Tierra de Gracia vemos cómo el hecho de ganar determinada circunstancia pareciera que otorga a quien se hace con el fantasma, dos trofeos: el primero, la invulnerabilidad; el segundo, la perpetuidad de posesión de lo ganado, a título personal en buena parte de los casos.
Se percibe en nuestros políticos ganadores una soberbia poderosa que desprecia y rebaja al competidor, una arrogancia descomunal que hace del triunfo un instrumento para humillar y descalificar al oponente vencido. Se olvidan los ganadores que lo son en tanto un gran número de personas los acompañan, los votan (en el caso de elecciones) y que se deben al mandato conferido y al escrutinio permanente de las sociedades de las cuales emergen. En las repúblicas el ganador no es un semi-dios que pueda ascender sobre el resto de los mortales hacia el empíreo de la infalibilidad, en las tiranías tampoco; lo que pasa es que en éstas los tiranos se lo creen (o se lo hacen creer los aduladores de oficio). También ocurre que quienes obtienen la victoria la consideran un botín de uso personal que no tienen que devolverle a la sociedad. Una vez ganada la contienda ¿para qué regresar en el tiempo a medirse? Se entiende así que es eterna la circunstancia, por lo cual se obvia que es eso precisamente: una circunstancia. En política no opera aquella frase del famoso grupo sueco de los años 80 Abba: “el ganador se lo lleva todo”. Y no, porque el ganador no es propietario de la voluntad de los electores, solo posee su aceptación momentánea y la concesión (mandato) de una responsabilidad temporal y muy claramente delimitada.
Estas particularidades de los ganadores las vemos manifestarse en nuestra realidad en una afirmación, a todas luces sorprendente, de un “jerarca” político que en días pasados afirmaba, palabras más palabras menos, que para qué tanta bulla para hacer elecciones y consultas si “ellos” habían ganado veinte elecciones seguidas. He allí el punto, la victoria es efímera e inmediatamente se convierte en pasado, no es patente de corso para perpetuarla, no es licencia para descalificar ni al perdedor ni al competidor emergente ni al nuevo triunfador. En el espacio de lo público lo atribuible a los cohabitantes es la pluralidad como compromiso de avance y de evolución de ese espacio en el cual se fraguan los acuerdos sucesivos que otorgan legitimidad al sistema emergente de esos acuerdos y dicho espacio no puede ser secuestrado por ganador alguno ya que este intento, de llegar a alcanzarse, fractura el mismo y desaparece, en consecuencia, la acción, la política y con ella la pluralidad.
Otro aspecto que también llama poderosamente la atención estos últimos días es la exigencia de seguidores de tirios y troyanos, o la exigencia de declamatoria de ambos de ganadores (o derrotados) de los representantes asistentes a una “Mesa de Diálogo” de gobierno y oposición. Sorprende, en primer lugar, que en un sistema democrático se cree una mesa en estos términos, pues si en el ámbito de lo político no ocurre un diálogo permanente entre los actores no existe política, ni democracia. Pero, pasando por alto ese “detallito” surge la pregunta ¿En un diálogo puede haber un ganador? ¿Alguno de los participantes, podría proclamar la victoria urbi et orbi? Es el diálogo una posibilidad para otorgar viabilidad a algo, en el caso de Venezuela, a un avance que permita paulatinamente superar las dramáticas carencias y padecimientos de la población ¡Sí! de esa población que le dio veinte triunfos seguidos al proclamante de la victoria eterna. Es esa población la que desea mayoritariamente renovar y hacer evolucionar el acuerdo que otorgue legitimidad renovada a un sistema político que no está generando satisfactores mínimos para la sociedad y que un grupo que cree en la victoria eterna, se niega a reconocer y a viabilizar, mediante artilugios jurídicos, sus posibilidades de expresión. De allí que en sistemas democráticos no tenga sentido alguno aquel lema: “hasta la victoria siempre”, no hay siempre en las democracias.
En los días que corren dos fantasmas deambulan por el país, dos jinetes apocalípticos desandan y distribuyen pestilencias y padeceres entre la población. Son las ilusiones mudas del descalabro del régimen que se expresan en un día a día desolador y desesperanzador en los que se perdió el mañana porque no existe presente, ni juicio para entendernos como sociedad unida con un régimen que falló en el cumplimiento de sus atribuciones básicas. Esos fantasmas son: la victoria y el triunfalismo, a ellos los acompañan la soberbia, la mentira, el engaño, la prepotencia y el desconocimiento del otro.
Pareciera se aproximan los días de construir, de rehacer, de reconciliar y comprender, de reiniciar, en palabras de Neus Campillo, el diálogo con la tradición; en esta tarea no pueden haber ganadores soberbios ni pretendidamente eternos, no pueden haber derrotados infinitos pero, tampoco impunidades generales y persecuciones vengativas. Un sano y frágil equilibrio debe sustentar los acomodos y las victorias momentáneas.
Quizás estos fines compartidos nos puedan permitir pertenecer a una sociedad sin los ganadores a que se nos tiene acostumbrados.
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