La grotesca épica socialista
Los comunistas han sido históricamente constructores de su propia épica. Sus tesis políticas están formuladas a partir de una propuesta de confrontación, de enfrentamientos, donde ellos son los héroes que luchan por la verdad y la justicia, y quienes se les oponen, son enemigos a quienes es menester liquidar.
No en vano, su estrategia medular en la ruta a la construcción de su utopía, es la lucha de clases. En América Latina la épica comunista llega a los niveles de novela con la insurgencia de Fidel Castro, y la acción de su movimiento guerrillero, exportado luego al continente de la mano del Che Guevara. Allí surge toda la historieta del “buen revolucionario”, magistralmente estudiado por Carlos Rangel, en su obra Del buen salvaje al buen revolucionario.
El socialismo del siglo XXI ha querido, para no quedarse atrás montar su propia épica, presentarse como un movimiento libertador, a la par de la gesta de la independencia nacional. Han llegado casi que equiparar a Chávez con Bolívar, y a modificar nuestra historia hasta el punto de darle una categoría heroica a unos personajes, que muy por el contrario quedarán registrados como una camarilla de asaltantes y populistas, que no solo perdieron la más extraordinaria oportunidad política y económica de modernizar y desarrollar a Venezuela, sino lo que es aún más grave, se dedicaron a saquearla y destruirla.
Con el señor Nicolás Maduro como presidente de la República, la promoción del heroísmo, se ha convertido en el burladero con el cual buscan esquivar la absoluta responsabilidad que tienen, en el caos en que han convertido a Venezuela.
Desde el jefe del Estado, pasando por todo el aparato burocrático y de propaganda del régimen, dedican buena parte del tiempo a convencer al país de los sacrificios supremos a los que están dedicados, para salvarnos de los efectos de “la guerra económica”. Ahora, estos socialistas son los gladiadores que nos defienden de una guerra, que solo existe en su enferma y acomplejada mente.
La decisión de sacar de circulación el billete de cien bolívares, se ha convertido en la más estrambótica batalla, de esa artificial guerra que a diario dicen librar los integrantes de la camarilla gobernante.
El domingo 11 de diciembre el señor Maduro anuncia que en 72 horas quedará sin efecto el citado billete, y ordena un plazo de 72 horas adicionales para consignar en la banca los mismos. Luego concentra su entrega en las sedes del Banco Central de Venezuela en Caracas y Maracaibo.
Esta medida la justifica así: “Desde hace dos años se ha dado un fenómeno desde Colombia, de extracción de billete papel moneda venezolano de manera consuetudinario y masiva a través de Cúcuta y Maicao, donde hay un centro permanente de ataque a la moneda venezolana al sistema cambiario y también de extracción de billetes”.
No se trata de la introducción de un nuevo cono monetario, como efectivamente se tenía planeado, luego de que por múltiples advertencias y ante la brutal inflación que nos agobia, el actual estaba totalmente desfasado. No. Se trata de “enfrentar unas mafias” que nos ha sacado el papel moneda, razón por la cual nuestros ciudadanos no tienen el efectivo necesario para realizar normalmente sus actividades económicas.
De nuevo Maduro y su camarilla recurren a un tercero culpable. A un tercero que produce los males, a un enemigo que debe ser enfrentado, y frente al cual “los héroes de la patria” están librando la nueva batalla. Unos verdaderos cruzados, que no cesan de luchar para protegernos de todos esos enemigos, creados por la ya exhausta capacidad de inventar, puesta en marcha ante cada calamidad que nos acecha.
Esta historieta, ya penosa, por lo ridícula y mentirosa, nos produce pesar por nuestra patria. La camarilla roja carece de la entereza para asumir ante el país la verdad de la tragedia.
Maduro no tiene la honradez y el coraje de aceptar ante nuestro pueblo, que sus nefastas políticas pulverizaron el bolívar. No tiene la grandeza de asumir ante los venezolanos la verdad del legado recibido de su mentor: un país totalmente quebrado y saqueado. No tiene la voluntad de ordenar la repatriación de la inmensa fortuna que con los dólares preferenciales de Cadivi, las importaciones fraudulentas, y los controles del sistema económico, lograron amasar un caterva de agentes políticos, económicos y militares que impúdicamente exhiben sus cuentas en el sistema financiero internacional, sin que autoridad competente alguna, asuma la iniciativa de investigar, castigar y rescatar esa riqueza.
Maduro no quiere decirle al pueblo de Venezuela que la verdadera mafia que destruyó el Bolívar, no está ni en Cúcuta, ni en Maicao. Que la mafia está a su alrededor, y no es otra que la ya denunciada por sus propios compañeros Jorge Giordani y Héctor Navarro. No quiere aceptar que la verdadera mafia destructora del bolívar es su gobierno, al haberse dedicado a imprimir papel moneda como barajitas, destruyéndole su valor original.
Pero la épica socialista debe mostrar otra realidad. Debe buscar otros culpables, y debe mostrar a un Presidente en permanente batalla, en permanente desempeño “heroico”, luchando para aplastar al “enemigo”, y para justificar lo injustificable.
Luego de haber lanzado la gran batalla de eliminación del billete de cien bolívares, y ofrecer la entrada en circulación a partir del 15 de Diciembre de las nuevas monedas y billetes, media Venezuela se levantó iracunda y ofendida. Desde diversos puntos cardinales corrió la noticia, a pesar de la severa censura de los medios de comunicación del estado, y la autocensura de muchos medios privados, de la protesta y del vandalismo que tomó las calles.
Maduro presuroso habilito nuevamente la validez del fenecido billete hasta el 2 de enero, porque una “nueva conspiración internacional” había impedido la llegada de los nuevos billetes.
Muy pocas veces se ha registrado tal piratería e improvisación en la implementación de una medida de esta naturaleza. En vez de hacerla de manera ordenada y progresiva como ocurrió con ocasión del nacimiento del “bolívar fuerte”, Maduro sucumbió a la tentación de inventarse una “nueva epopeya”, y en medio de sus fantasías guerreristas, lanzó la batalla final contra “la mafia cucuteña”, mientras la verdadera mafia, la cercana a sus aposentos, disfrutan de los verdaderos billetes, los verdes, en sus multimillonarias cuentas de la banca suiza, o de Andorra, o de los paraísos fiscales. Hasta allá, no llega el heroísmo socialista.
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