Ni el chivo ni el mecate
Retrocedamos un poco en el tiempo para pasearnos por lo que ha sido la política exterior, y particularmente la que tiene que ver con los vínculos económicos de Venezuela con los países de este continente, y nos encontraremos que en los años de esta aberrante y trasnochada revolución no ha habido nunca la menor intención de estrechar relaciones con aquellos con quienes podemos desarrollar vínculos productivos en ambos sentidos. En sana ortodoxia política, la esencia de una presencia exitosa en los escenarios globales, viene dada por la capacidad de relacionarse estrechamente con otros países de los que es posible extraer un beneficio a cambio de otorgar algunas prebendas, con el fin de conseguir alguna ventaja económica bilateral.
Pero en Venezuela hace muchas lunas en que no se persigue nada que no sea exportar la maltrecha visión de país heredada de Hugo Chávez para conseguir solidaridades internacionales. El resultado es que ni hemos obtenido para nosotros un apego político sostenible en el tiempo, mas allá de los otros equivocados izquierdosos del continente – Cuba, Nicaragua y Bolivia–, ni hemos recibido beneficios de ningún género a cambio de ser más dadivosos de lo que se debe con terceros a quienes queremos conquistar para la causa comunista cubana.
Apenas es menester analizar las razones estratégicas que la Cancillería tuvo para hacer ingresar a Venezuela en Mercosur –para citar un ejemplo– para percatarse que de que nuestra participación no se sostendría en el tiempo con un agente motivador de carácter político y no comercial. Ello no explica la atrabiliaria y desvergozada actuación de Delsy Rodríguez en los días pasados, pero ello ya no debe sorprendernos de quien no tiene más nada que aportar para hacer sentir al país sino actitudes altisonantes. El bloque comercial más importante de Suramerica tomó la decisión de prescindir de Venezuela por no haber nuestro país cumplido con las obligaciones de los protocolos inherentes a su accesión y de nada valieron las anteriores conchupancias de Venezuela con Argentina y con Brasil cuando soplaban los vientos del izquierdismo.
Total, que Venezuela pierde por los dos lados. Ni nos quedamos con una alianza política de envergadura ni obtenemos beneficios comerciales tampoco, y al fin de cuentas nos quedamos más solos que la una. Peor que todo, les dejamos a todos en el extranjero la noción clara que mientras sea este el gobierno de Miraflores, es mejor poner sus barbas en remojo ya que los riegos de deterioro para el bloque que nos recibe, son altos.
No tenemos sino que refrescar también el caso de la Comunidad Andina de Naciones, un eje de intercambios importantísimo en la región en donde las estrellas fueron Colombia y Venezuela (8.000 millones de dólares de intercambios anuales, y el que con la separación de Venezuela ha languidecido, para sobrevivir hoy a duras penas). Otras equivocaciones visibles como las alianzas petroleras con los países caribeños han sido la pauta de una Cancillería que reparte bienestar a través de dádivas y que al final no recoge solidaridades políticas de los países receptores, cuando viene la hora de pasar la raqueta.
Así pues, las desarticuladas reacciones y actuaciones de los personeros de la Cancillería, hoy visibles frente al mundo, a pesar de la gélida sonrisa de la canciller, no pueden ser sino lo que son: las últimas y feas patadas de un ahogado. E ignorancia total sobre cómo desarrollar sanas relaciones con terceros en la hora actual.
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