A tiempo completo
Debe el muy cristiano Occidente a Constantino I el Grande, entre otras muchas cosas, la instauración del domingo como día de obligatorio reposo y, por tanto, la institucionalización de la melancolía y el aburrimiento; del spleen, ¡pues! El libro de Génesis ya había divinizado la observancia de esa pausa semanal, al registrar que, tras seis días de trabajo intensivo, el Gran Arquitecto del Universo –con tan pomposo tratamiento reverencian masones e iniciados en los arcanos de la creación a quien supuestamente nos concibió a imagen y semejanza suyas–, tal vez arrepentido o moralmente enratonado, se las echó al hombro al constatar que su retrato devino en caricatura y la gracia en morisqueta. Al respecto, alguien, García Márquez, barrunto, opinó que si «Dios no hubiese descansado el domingo, habría tenido tiempo de terminar el mundo». No hay, sin embargo, por qué lamentar la vagancia del Señor. En virtud de ella contamos con este séptimo día bueno para el mondongo, las carreras de caballos, las corridas de toros y la desventurada borrachera de Juan Charrasqueado; y, también, para el recuerdo de comiquitas y suplementos de week-end que echamos en falta gracias a la hegemonía comunicacional del chavismo y su control monopólico del papel periódico. Ya nada sabemos del Duende que Camina ni del Príncipe Valiente. Mucho menos de las ediciones impresas de El Impulso y El Carabobeño. Se liquida el entrenamiento y se sepulta la información. Dos modos de pisotear la libertad de expresión.
Considere el lector inevitable la precedente divagación –«la divagación es el domingo del pensamiento», sentenció el suizo Henri-Frédéric Amiel, paradigma del ensimismamiento y «maestro de la introspección» biografiado por Gregorio Marañón, a fin de exaltar la timidez inherente a «una vida sin relieve», citado al por mayor en Selecciones del Reader’s Digest e idolatrado, ¡claro que sí!, en Internet–: corresponde a un espíritu temeroso de meter la pata al arrancar un año crucial para el destino nacional y escandalizar a quien tenga a bien detenerse en estas líneas, por compartir animus iocandi, que diría un jurista versado en latín, la patibularia escatología tabernaria, la rutina del stand-up comedy callejero y el “swing con son qué sabrosón” del sarcasmo cubiche, con la finalidad de pronosticar que los comités locales de abastecimiento y producción (CLAP) repartirán mierda embolsada al vacío y que, dada la proverbial incapacidad del gobierno en materia distribuitiva, la misma no alcanzará para todos y, por ello, las colas y no los panes, sino los pranes habrán de multiplicarse. Sombría predicción que contrasta con el delirio oficialista que promete el oro para el 17 y el moro para el 18, como si la crisis de gobernabilidad hubiese sido superada, su continuidad fuese cosa unánimemente aceptada, el asunto de su remoción materia olvidada, y no cuenta por saldar, y la gente, de brazos cruzados, estuviese resignada a sufrir sus iniquidades hasta el fin de los tiempos.
Para la oposición o, más exactamente, para la plataforma unitaria, que no la representa en su totalidad, mas, pese a la terrible aparición del fantasma de la división, es tenida por voz cantante, diciembre fue una especie de largo domingo en el que la disidencia quedó en suspenso, divagando, ¡cui-cui-cui!, hasta el sol de hoy (miércoles 4 de enero, víspera de la elección de la directiva de la Asamblea Nacional) cuando aún ignoramos peso y contenido de la tan necesaria cuan urgente reestructuración organizativa y conceptual de la instancia concertante. Tanto fue el pasmo que no sacó partido a los efectos del billetazo. ¿O acaso no le alcanzó el tiempo porque solo laboró en horas de oficina y de lunes a viernes, como norma la Ley del Trabajo, mientras que los administradores del coroto aprovecharon cada minuto para atornillarse donde están? El poder por el poder mismo es el único objetivo del PSUV; a él dedica todas sus energías
El diálogo dejó anonadada a buena parte de la oposición y en franca situación de desventaja ante el acoso de una justicia sumaria amparada en la fuerza, no en el derecho, y secuaz incondicional del Ejecutivo, que obstaculiza con atrabiliarias sentencias la función legislativa y contralora que la Constitución otorga a un congreso en el que, por voluntad soberana, la alianza democrática es corriente dominante. Fracasaron los asimétricos encuentros entre sordomudos y el gobierno ganó tiempo, mientras la dirigencia de la MUD perdió credibilidad, puntos y posiciones: ha sido alto, muy alto, el costo político de su ingenuidad y aún no entendemos cómo demonios ni por qué políticos avezados se dejaron conducir, dóciles corderos, a la guarida del lobo. Inquieta que no haya del todo escarmentado porque, no bien damos por sentado que concluyó la pantomima, salta de contento algún alborozado por milagrosas preñeces avícolas tratando de reiniciarla, y uno, que no entiende aclaraciones que oscurecen, cae en cuenta de que los gallos que nos vendieron eran buche y pluma no más: pico y pinta sin espuelas y muchísimo menos burdel del que se les acreditaba. Si no, ¿cómo explicar que unos dogmáticos tirapiedras, con severas deficiencias discursivas, aferrados a anacrónicas nociones políticas, sociales y económicas y cargados de prejuicios y sesgos cognitivos los hayan hecho pisar un peine presuntamente consagrado por el Vaticano –aquí conviene destacar que la valerosa posición de la Iglesia venezolana no pareciera sujeta a las entrepituras de Roma–, desoyendo a sectores con los que, necesariamente, hay que contar si en verdad se quiere conformar y blindar un amplio frente democrático, unitario y victorioso, los cuales, al sentirse ninguneados, pudieran reaccionar desplazándose hacia el limbo de los Ni-Ni, esa zona espectral que, con su indiferencia, inclina la balanza hacia quien tenga la sartén por el mango.
Se inicia un año nuevo con viejos desafíos y despierta la MUD de su letargo vacacional con la resaca del extravío y la intención de reinventarse a ver si ponemos final al schadenfreude de Nicolás & Co, ese pasajero y tísico regocijo por el mal ajeno con que la pandilla roja festeja el traspié del G-3. Ojalá la autocrítica no se restrinja a contritos golpes de pecho y se decida sintonizar con la ciudadanía –nos abstenemos de escribir «pueblo», pues tal cosa es entelequia vacía de significado que el populismo usa a modo de comodín en sus tramposas jugadas y de coartada para justificarlas–, siguiendo el ejemplo de la Iglesia que se ha puesto pilas y llama a rebelarse contra Maduro, el más conspicuo sottocapo (el capo di tutti capi sigue siendo un enigma) de la mafia tropera que convirtió al país en califato tropical, y salgamos de una vez por todas de esta pesadilla que nos quita el sueño mas no el hambre.
A todo lo largo de 2016 respaldamos las actuaciones la Mesa de la Unidad Democrática (y todavía le concedemos el beneficio de la duda). Sostuvimos que no tenía más remedio que acudir al matadero de las negociaciones, y la defendimos ante los histéricos ataques de la ultra maiamera y la guerrilla vernácula del teclado y el smartphone; la incondicionalidad, empero, no puede ser absolutamente acrítica y, de allí, el presente jalón de orejas y esta advertencia: si no atendemos al llamado de la curia, entonces, seguiremos comiendo mierda patria y tricolor, pero de inferior calidad a la del año pasado. Esperemos que no, y se haga oposición con rumbo definido y a tiempo completo, teniendo presente que lo único negociable es la salida del «dictaduro». Así, y solo así, le veremos el queso a la tostada.
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